viernes, 27 de abril de 2018

Galería de la manifestación del 26 de Abril (Santiago de Compostela)

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domingo, 25 de diciembre de 2016

XVII: La realidad emergente



     Él acababa de volver al cuartel. Se barajaba entre cabezas de soldado raso que un maqui había sido descubierto por dos oficiales de policía y les había asestado un tiro en la parte posterior de la cabeza, matándolos en el acto. Pero él lo oyó como un gorgoteo, como si fuese algo ajeno a él y que apenas le importaba. Tenía la mente puesta en acabar la jornada cuanto antes. Y en acabar Tirano Banderas, que lo tenía enjaulado como si estuviese en una casulla. Aunque al fin y al cabo, le tocó ir a meter las narices en la muerte de esos dos pardillos. Estaba todo lleno de periodistas. Pesados, pensó. Y en medio estaba él, ignorando quién era. Se quedó mirándolo fijamente un rato, tan sereno, a diferencia de los otros. Entonces despertó de los mundos de Babia y barrió a los periodistas con un enunciado fuerte. Se fijó en que él fue el primero en irse, y algo no le pintó bien. Le dijo a uno de los detectives que tenía toda la pinta de ser un ratero, porque les faltaban todas las riquezas: el reloj, las pistolas y el dinero de las carteras, que estaban tiradas en el suelo, y él asintió sin rechistar y cerró la investigación enseguida. Ya se las vería con el juez si era necesario, pensó para sí mientras arrancaba a seguirlo. Solamente andaba por la calle, y dando vueltas. Se había dado cuenta de que alguien lo seguía y jugaba al despiste. Y entonces, lo perdió. 

       -Me cago en la puta.-acertó a decirse.

     Aunque reflexionó un momento, y se dio cuenta de que, siendo quien era él, que un coronel enfundado en uniforme lo siguiera, era algo para preocuparse, y mucho. 

     Tras lograr deshacerme del dichoso coronel, escribí el artículo realmente como me dio la real y auténtica gana. Me inventé mi versión, me inventé las fuentes y andando. Lo escribí todo lo convincente que pude y del modo que hacía tiempo que no usaba, esa redacción que tenía una pizca de Jovellanos, dos cucharadas de Larra, un chorro de Blasco Ibáñez, una taza de Pardo Bazán y otra de Clarín. A ver si a Suárez se le pasaba por la cabeza aplaudirme por usar la receta mágica que enamoraba a todos mis jefes con lo enfadado que estaba. Rebusqué en mi bolsillo mi pitillera nueva, que distaba de ser como la de mi padre, y me encontré con la caja del anillo de Inés. Noté tal calor en la cara, que seguramente se podría freír un huevo en ella. Le pasé la noticia a Suárez, le pedí que por favor no me hiciese cubrir más asesinatos, y esperé mi siguiente suceso. Algo del asesinato del lechero. Angelito, ¿querías caldo? Toma dos platos diarios. Me puse en camino al juzgado para que me informasen del proceso y dijeron que el culpable era José Burillo, y que había sido condenado a muerte. La pena se llevaría a cabo dentro de una semana, tiempo suficiente para que me diese tiempo a idear algo para meterlo en un barco camino de Argentina. Volví a la redacción, me puse a escribir de nuevo con la receta mágica, esta vez con un poco de Valle-Inclán porque la situación lo merecía. Me veía con ganas de cocinar, como lo hacía cuando empecé a trabajar con catorce años. Después uno ya va perdiendo la fe en este poderoso, y a la vez deplorable oficio. Mi mentor me daría una colleja si oyese mis pensamientos, pero para mí es la santa verdad. Sin libertad de expresión, un periodista es un soldado raso rezagado de la palabra, al servicio de quien no nació con el don de escribir apropiadamente, pero que necesita el susodicho escribano para que todas las estrellas lo alumbren de día y de noche quieran o no. El poder del periodismo podría cambiar el mundo si no estuviese en manos (inevitablemente) del mejor postor. Aún así, no sé cómo, se me volvió a encender la llama. Me imaginaba a mi hermana leyéndome cada mañana, como hacía en Madrid. Aunque echaría de menos la parte en la que me decía qué le gustaba y qué podría mejorar; y debía de decir, por enaltecer mi ego, que siempre me veía con buenos ojos. Algo hablaban mis compañeros de que, quien quisiera que fuese mi fuente, que lo del asesinato había sido algún putero, que era lo que decían todas las malas lenguas de Burgos. Me vais a decir a mí quién fue, pensé para mí. Había escrito que había sido un simple ladronzuelo que les había visto buenos relojes y que decidió atracarlos fácilmente, pero con la receta que convencería a cualquiera. Algo me vino a comentar uno que,siendo más joven que yo, se creía el rey de los periodistas con la reina de las carteras. 

       -Freire, mañana celebro mi boda y me encantaría que todos vosotros estuviéseis en ella. Espero que venga, y si quiere traerse a su novia, (que ya he oído que no tiene nada que envidiar a una actriz) puede hacerlo. 

     -Me siento predispuesto a aceptar su honrosa invitación, mas solamente aceptaré de saber que sirve usted percebe gallego y que tiene un buen baile nocturno tras el casamiento.

       -No dude usted de que lo habrá.-sentenció- Espero que le honre la invitación. 

     -Tanto como le honrará a usted mi presente. Ya he pensado algo que le vendrá bien y que le añadirá un salerico canario-madrileño a su trabajo. 

       -Ya me tiene usted intrigado.Y espero verlo esta noche, que será una buena despedida de soltero. Habrá buena bebida y alguna cosa más a la que usted no estará acostumbrado.-espetó, con opulencia.

     Los episodios nacionales de Galdós le harían mil favores. Le regalaría una edición de lujo haciendo un esfuerzo, es lo que tiene ser un paria secreto de la sociedad. La vida de una redacción era sumamente monótona, y por fin algo divertido lo rompió: una despedida de soltero. No me iba a venir mal aliviarme algo de todo el cansancio que había acumulado esos días. Olvidarme de todo. De que mi hermana había matado a dos hombres a sangre fría, que Burillo iba a ser ejecutado, la falta de dinero, Suárez, la identidad... Una liberación a manos del tío whisky, la sobrina aguardiente, y el viejo vino. Llegaría  casa dando pena, pero la situación lo merecía. Un calmante ardiente en vena, que igual se convertía en una máquina del tiempo y lograba hacerme sentir como cuando estaba en París con mi hermana. Creo que entonces fue la última vez que escribí con ansias y entusiasmado por mi trabajo. Como aquel día salí algo más temprano, me fui a buscar a mi viejo compañero de guerra a la catedral, su lugar habitual, y me encontré a un viejo pintor con el caballete postrado para pintar pero que no estaba usando. Revisaba un lienzo con gafas y lupa, bien de cerca y ensimismado en lo que hacía. Mientras lo hacía -y yo observándolo a una distancia prudencial- gruñía algo.

       -Este chaval no tiene remedio. Si le interesase podría hacer auténticas obras de arte.


     Entonces me acerqué a él y le saqué tema de conversación.

       -Menudos días de sol hay esta semana, ¿verdad caballero? Ojalá fuesen así las noches.

       -Las noches, al ser en femenino, son todas putas.-dijo él, sin mirarme. Yo me contuve para no darle una paliza.

         -Oiga, ¿no habrá visto usted a un hombre que suele estar ahí mismo donde usted?

         -Halo usted en Madrid. 

         -Es que lo he visto pintar, y me dije que era buena idea comprarle un cuadro.

         -Si eso es lo que desea, tengo aquí algunos suyos. Me enseñó el de la catedral en una noche estrellada, que se podría decir que era realista hasta el punto de parecer de una fotografía a color; uno de unas chicas sentadas en unas escaleras hablando, otro de unos niños correteando, un bodegón, una escena de caza, y uno con una chica rubia, de pelo rizo, con un rostro incierto vestida con un sombrero y una chaqueta de hombre. El último me llamó la atención porque sabía quién era. Me hizo gracia que le pusiese los labios, en medio de la oscuridad de la cara, rojos como una rosa. No pude evitar comprarlo, aunque me temía que el dinero iría para el viejo y para Cuco ni la tercera parte. 

       -Fíjese usted que los cuadros que hace porque quiere le salen mejor. Fíjese en esto: -dijo, blandiendo la lupa rigurosamente encima del de la catedral- Estas estrellas las dibuja un crío de siete años. En cambio en el que usted se va a llevar, el trazo es perfecto, la pincelada ágil, el contraste perfecto y aunque la escena es incierta, logra que parezca algo real, una chica media vestida de hombre. Es algo sublime. 

        -Mi condición de periodista y únicamente periodista me informa que es menester decirle que yo no sería capaz de dibujar esas estrellas por mucho que usted lo intentara, mismo me pusiese un arma en la sien.

       -No me diga usted que es deshonroso para un maestro tener que asumir que el pupilo no hace sus tareas debidamente porque no le motivan.

       -Mi señor mentor nunca me obligó a leer ningún libro y es algo que todo periodista debe hacer. Quizá eso sea el problema. Que usted lo obliga. Déjele más libertad a ver qué sucede.-le expliqué, mientras me envolvía el cuadro en papel de estraza.

       -La libertad nunca ha sido buena. El hombre libre acaba consigo mismo.-dijo, tendiéndome la obra y cogiéndome el dinero.

         -Lo que usted diga. Y que el dinero del cuadro le llegue todo al hombre, que lo veo a usted de mano larga y de porcentajes. Dígale que es cortesía de Freire.

         -¿Quiere usted gobernarme?-gruñó

         -El hombre libre acaba consigo mismo.-espeté, yéndome.

     Entonces comencé a maquinar algo para poner a Burillo rumbo a Argentina. Qué boludo, pensé. Aunque me costaría la vigilancia de la prisión durante una temporada, tenía una idea. Pero para ello necesitaba llamar a mi hermana para que me cogiese el uniforme de sargento en casa, que a duras penas salía del armario. A veces me costaba creer que alguien como yo llegase a ser sargento, y aunque no me sentía orgulloso de ello, por fin pude verle la utilidad. Iba a oler a cerrado, y a ver si no tenía alguna polilla, pero el sargento Moreda iba a reaparecer como que me llamaba Ángel y Damián.

       Me metí la mano en el bolsillo y di otra vez con la caja del anillo. Si llevase huevos encima me haría un yantar nutritivo y lleno de proteínas nada más que con mi cara. O mismamente un filete. Los restaurantes buenos copiarían la técnica del hombre prematrimoniado a punto de pedir casamiento tocando el anillo de compromiso que le va a regalar a su novia mientras se piensa cómo hacerlo. No pude evitar reírme para mí mismo. Aquella noche me esperaba la borrachera más memorable desde que me emborracharon con un embudo en el servicio.

     Cuco miraba el aburrido y monótono campo desde la ventana como un niño pequeño. Se notaba que a duras penas andaba sobre algo que no fuesen sus pies y le hacía una ilusión que no dejaba ver por su edad. Mientras. Max y yo jugábamos al ajedrez.

       -¿Te importa que vaya a ver a mis compañeros de universidad mientras tú vas a recoger tus cosas?-preguntó Max, al tiempo que me ponía un alfil amenazando a la reina.

       -Claro que no.-dije yo, pensando mi siguiente jugada-Toma el tiempo que quieras, y mientras, le enseño a Ansi la ciudad. 

      -Podéis venir si queréis. Igual hacemos una tertulia en un café sobre algo que no sea patologías. -Entonces le puse el caballo amenazando la reina, que tenía en diagonal al rey, hice que la apartase y le hice un jaque mate con un alfil expectante. 

       -Jaque mate. -recogió las piezas y las dispuso para jugar otra partida-Igual os venía bien una clase de ajedrez, que no sabéis usar los caballitos.

       -Cuco, ¿juegas?-preguntó Max, retirándose ya de la pasada.

     -Ay, don Maximiliano, -dijo, sin apartar la vista del infinito campo-  a diferencia de usted, sé retirarme a tiempo.

       -Es decir, que no sabes jugar.-Supuse yo.

       -Chica lista.-sentenció él, sin apartar la mirada del campo.

       -¿Quieres aprender?-pregunté.

       -A la vuelta. Ahora me estoy imaginando cosas en el campo.-dijo, abstraído casi totalmente. A mí me seguía invadiendo una sensación rara ahí abajo, como si tuviese un hueco. Cada poco cruzaba las piernas para intentar mitigarla.

     La noche había sido mágica, había que decirlo, y aunque el dolor se elevó a niveles astronómicos, me aguanté como una campeona. Y algo me decía que Max, a diferencia de mi hermano y de Inés, sí conocía el Kamasutra, aunque dijo que lo que había hecho era lo que me haría cualquier hombre que tuviese una poca idea de sexo. Nos habíamos quedado en silencio, mirándonos el uno al otro. Max se quitó la chaqueta y remangó la camisa. Tenía una sonrisa más amplia que de costumbre.

       -Adelante.-dijo Cuco, sin apartar la vista de la ventana- Pueden hacer cosas de novios, si lo ven oportuno. Hagan como si yo no estuviese.

       -De eso ya hubo anoche, después de la que armasteis los dos.-dijo Max, pícaro.

       -La próxima vez, yo arriba.-dije, con ánimos de no estar siempre abajo. Unas señoras que llevábamos detrás comenzaron a murmurar entre ellas que éramos unos guarros, que Dios nos castigaría y un manojo de cosas más. Max las oyó, se puso de rodillas en mi asiento y las miró fijamente.

           -Señoras, tengan muy buenos días. Ya veo que les interesa nuestro tema de conversación.-yo me reí por lo bajo y Ansi soltó una carcajada sin apartar la vista del cristal.- ¿Saben? Además de eso, le lamí las partes pudendas como un perro. Y después el churro acudió a su hábitat natural, el chocolate, y se dio un baño unas tres veces aprovechando que no tenía depredadores como ustedes que lo hicieran rezagarse. Ya ven que fui despacio, que era su primera vez y no quería hacerle daño. También usé un preservativo, que no quiero condenar a la chica a cuidar de un niño mientras yo estudio. Y que más... Ah, que todavía no me he deslechado y me dormí en sus pechos pubescentes. Y todo ello en la bañera de mi casa mientras mi madre, mi abuela y mis hermanos pequeños estaban en el tercer sueño.

     Las señoras comenzaron a quejarse de la insolencia de Max. No daban crédito a las técnicas sexuales modernas que él narraba -que, a decir verdad, las había hecho- y les parecía una vergüenza que un joven tan bien vestido fuese capaz de semejantes atrocidades. Aunque esto se les veía en la cara, sólo comenzaron a murmurar de nuevo cuando Max se sentó. Esto había servido para que Ansi despertase de su mundo paralelo y siguiese con detenimiento la escena. Y como esto no sirvió para hacerlas callar, sino para todo lo contrario, me susurró el plan a realizar al oído. Ansi esperaba expectante lo que iba a suceder. Nos levantamos y pasamos por delante de ellas, mientras Max me tocaba bien el culo levantándome el vestido, hasta el punto que se me veían mis bragas modernas, que me las había prestado Encarna. Entonces comenzamos a besarnos, comencé a desabotonarle la camisa a mi novio y, mientras una parecía atenta a cómo sería Max sin camisa, la otra, escandalizada, le tiraba del brazo para cambiarse de sitio. Y así fue. Salieron espantadas del vagón. Ansi estaba riéndose a cuanto podía su organismo. Entonces nos retiramos al asiento y nor reímos todos juntos, porque la situación realmente lo merecía. 

         -Don Maximiliano, me declaro su seguidor.-admiró Ansi.

         -Fue demasiado bueno.-dije yo, entre carcajadas.

       -Es que no hay cosa que más me fastidie que que escuchen mis conversaciones y se pongan a opinar sobre lo que digo. Y este tipo de señoras que se escandalizan por nada, más. Desconocen los beneficios del acto sexual para la salud.

       -Más bien,-interrumpió Cuco- es lo que siempre desearon que les hiciesen, pero como no se lo hacen, sienten envidia y murmuran. 

         -¿Y tú cómo eres en la cama?-Le preguntó Max.

         -Si lo supiese, se lo diría.-y le di un porrazo a Max en la pierna

         -¿Por qué?-siguió Max.

         -La guerra.-sentenció Cuco, volviendo a su mundo paralelo detrás del cristal.

     Tras un par de partidas de ajedrez, me recosté en el regazo de Max como si fuese una almohada. Mientras me dormía, notaba su mano, acariciándome la frente. Soñé que estaba en un campo eterno castellano con Max, rodeada de animales como conejos y ciervos, comiendo pastelitos de chocolate. Íbamos a jugar al río, corríamos el uno tras del otro, y finalmente teníamos sexo debajo de un cerezo en flor. Comencé a oír voces del exterior, y un tacto suave me recorría las orejas y la nuca. Tuve que abrir los ojos justo cuando Max me iba a dar un beso en el sueño. Entonces lo vi sonriéndome y tocándome el pelo. 

       -Buenas tardes, princesa.-saludó, dándome un beso en la frente-¿Has dormido bien?

       -Mejor que nunca.-me fijé en el atardecer que se vislumbraba entre los edificios.

       -Iremos a un hotel. He traído dinero para vivir a cuerpo de rey. Cuco, quieres una habitación para ti sólo o pedimos una para tres?

       -No quiero molestar, así que...

       -Tranquilo, que no íbamos a hacer nada. Me he fijado en que a la pobre aún le duele un poco, que no paraba de cruzar las piernas. Igual me pasé. ¿Te duele?

        -No es dolor, es malestar.-dije- Es como si no estuviese en su sitio.

        -No tengo dotes de ginecólogo, pero supongo que eso acabará yéndose. Descansamos unos días, ¿te parece?

       -Está bien.-dije, irguiéndome. Vi que estábamos llegando a la Estación del Norte.




     -Inés, cariño, me voy a una despedida de soltero. Si no vuelvo, estaré tirado en una acera intoxicado por la medicina etílica.-dije, cogiendo mi chaqueta.

         -De eso nada, no dejaré que vayas como un pordiosero por ahí.-dijo ella, alzando la voz desde el baño.

         -Descuida, que a mí no me emborracha cualquiera.-Y salí tan ancho calle abajo.

     Entonces me dirigí a la redacción sin el maletín y con la cartera llena. Allí esperaban todos ya con botellas, botellas y botellas de toda la bebida habida y por haber. Pusieron jazz en el gramófono de Suárez y se podía decir que la fiesta había comenzado. Yo me apoderé de una botella de Carlos III y ya comencé a beber a morro de ella hasta que la terminé. Pude ver cómo desnudaban al novio casi por completo y éste se ponía a bailar encima de la mesa de Suárez con una escoba como si fuese una mujer. Las risas de todos eran estruendosas. Cuando terminé la botella de Carlos III ya estaba hecho un cromo, cualquier cosa me hacía gracia y había perdido ya la capacidad de razonamiento. Me apoderé de una botella de Albariño y la fui bajando poco a poco. Quedaba ya poco, y me cogí una de Veterano para después. El novio entonces sacó droga, un poco de marihuana, opio y cocaína. Esa cantidad, calculé con las pocas facultades que me quedaban, debió de ascender a un auténtico dineral. Me hice un cigarro de marihuana con el pulso distorsionado, y me guardé una buena tajada para después, que esos lujos uno pocas veces los percibía. Sabía mejor que el tabaco, pero no noté que me hiciese nada. Entonces fui y me preparé unas rayas de cocaína,y entonces sí que vino lo imposible. Había un caballo en la redacción. Era mi caballo de la guerra. Me acerqué a él para acariciarlo y se convirtió en una serpiente. Cuando vi la serpiente, me espanté y me subí a la mesa, asustado. La serpiente venía hacia mí y me puse a correr loco por toda la redacción. No era consciente de las bastadas que decía. Entré en una cueva llena de murciélagos y grité "No me he muerto, hijos de puta". Los murciélagos entonces se desplegaron en bandada y me aturdieron, dejándome en el suelo muerto de miedo. Entonces me cogieron, y con mi botella de Veterano en la mano, me llevaron a otro sitio. Era un tugurio lleno de agua, en el que había varias sirenas. Yo me eché a bucear allí y me senté en una roca bebiéndome mi Veterano con ansias.  Había un sireno que me sonaba de algo que ordenaba a las sirenas que nos llevasen a unos lugares con ostras. Una sirena se me acercó a hablarme y me pidió follar con ella. La idea del sexo con una sirena me puso loco, y enseguida me la empotré en una ostra descomunal. La sirena gritaba de placer porque nunca había tenido nada con un humano. Le extrañaba que yo tuviese un instrumento y no dejaba de metérselo en la boca. Y entonces lo comprendí todo: mi miembro viril se había convertido en una piruleta. Intenté arrancarme la piruleta para comérmela yo, pero fue imposible. Estaba muy pegada a mi cuerpo. Entonces, me cansé de estar bajo el agua, y salí a la calle de nuevo. Había árboles que alumbraban la acera, y había un riachuelo entre una y otra acera. Me tiré al río y me puse a nadar. Apareció un barco y se puso a accionar una bocina, y cada vez se acercaba más. Entonces, una lechuga con patas y galones me cogió de la mano y me sacó hasta la acera a rastras. Me irguió y me enseñó el bosque de árboles luminosos.

       -Vas bien. Menuda reputación me vas a dejar.-dijo la lechuga.

     Entonces le pegué un mordisco en el pecho.

       -Lechuga, no te opongas, te comeré antes de que me mates.

       -Créeme que es mi obligación hacerlo, pero te tengo aprecio.

     Entonces llegamos a una casa encantada, y la lechuga comenzó a dar en la puerta con ansia. Me sentó en la escalera y se fue.

         -Si te mueves de ahí te transformo en lechuga.-dijo desde la otra acera.

     Yo obedecí y una bruja muy guapa con un viejo abrió la puerta. Me llevaron a su cabaña y me metieron en la cama. Me pusieron una mordaza, me ataron de pies y manos y me metieron en la cama. Allí me dormí sin remedio.
   

     Cuando subía las escaleras a mi casa, sentí cómo Max se ponía blanquecino. Cuco miraba el edificio como si fuese una joya de la corona -que no lo era, era viejo y estaba bastante corroído por el siglo XX-Entonces llegué a mi casa, a la puerta. Nunca tan pesado había sentido el puño a la hora de golpear una puerta. Nadie respondía. Volví a golpear la puerta y era como si nadie estuviese. Se me ocurrió intentar abrir la puerta con mis llaves, y efectivamente nadie había cambiado la cerradura. La escena era desoladora: parecía que todo e mundo se hubiese ido de repente dejando todo tal y como estaba, lleno de polvo y suciedad. Un montón de platos y cubiertos descansaban encima del fregadero sin lavar, atrayendo el hambre de varios dípteros voladores. Miré hacia atrás, y Max y Cuco ni siquiera entraban. Entonces, fui rápido con mi maleta al cuarto de mi hermano, cogí su uniforme y algunas cosas más, pasé a recoger toda mi ropa, y me aventuré a la habitación de mi madre. Parecía que no había nadie, pero notaba una presencia dentro de la habitación. Alguien respiraba. Detuve mi respiración para escuchar mejor, y tras dos ínfimas exhalaciones, la otra respiración también se detuvo. Me agaché y revisé debajo de la cama.

       -Por favor, no me haga nada.-suplicó una mujer que supe al instante que era mi madre, pero que no se parecía en nada. Tenía un ojo morado, su ropa cara hecha jirones, el lóbulo de las dos orejas destrozado, la cabeza rapada, sangre seca por todo su cuerpo y miedo en los ojos. Estaba hecha un ovillo, y al verme se le alumbró la mirada. Enseguida conjunté piezas. Mi hermano estaba en busca y captura y el primer sitio al que habían venido era aquí. 

       -Madre, salga de ahí ahora mismo y vístase. Usted se viene al hotel con nosotros, que no me extrañaría que volviesen otra vez a por usted, y si pueden, a por mí. -alcé el tono de voz y llamé a los chicos- Chicos, venid a echarme una mano, que hay algo que no esperábamos.

     Ellos hicieron acto de presencia y se quedaron tan consternados como me había quedado yo. Mi madre insistía en no salir de debajo de la cama y seguía hecha un ovillo, temblando de miedo. Cuco miraba todo desde lejos, como comprendiendo la situación. Max se acostó a su lado, y comenzó a contarle su biografía y cómo me había conocido, momento que yo aproveché para buscar en el cajón lo que me había dicho mi hermano. Había tres llaves y cogí las tres, para que no hubiese lugar a dudas. 

       -...le aseguro que no le pasará nada. Anda, salga de ahí abajo y deje que le vea las heridas.-porfiaba Max, tendiéndole la mano a mi madre. Ella pareció convencida, y salió de la mano de mi novio. Me miraba de reojo, pero sin decir palabra.  Cogí una muda limpia para ella, tan refinada como solía ir siempre, y entre Max y yo la envolvimos en una toalla. Salí y dejé la puerta abierta tal y como estaba. Cruzamos el rellano, y fui a llamar a Milagritos para que nos prestase su piso un momento. 

       -Milagritos, sal un momento, y a poder ser, vestida, por favor. -entonces Max volvió a cobrar un tono lácteo. Algo le pasaba.

      Abrió Milagritos la puerta en sujetador y falda. En cuanto me vio, se abalanzó encima de mí y se puso a acariciarme como si fuese uno de sus clientes.

        -¡Doña Marina! Ay, qué alegría verla a usted por aquí, que se fue sin despedirse. -entonces, se puso a susurrarme al oído- ¿Ha dado usted con don Angelito?

         -No-le susurré. Entonces se dio cuenta de todo lo que me rodeaba y me soltó enseguida- Ay, usted, don Maximiliano, ya hace tiempo que no viene por aquí. Dígame, ¿ha aprobado todas las asignaturas?

       Max asintió, en un gesto pétreo. Yo lo miré inquisitiva, a punto de reírme. Madre lo miraba negando levemente. Cuco simplemente, observaba atento la situación, que no tenía desperdicio.

       -Ya se lo decía yo, que no tenía por qué preocuparse usted. Y señora, le digo una cosa, tiene que andarse con más cuidado con las puertas...

        -¡Qué puertas ni qué ocho cuartos!-exclamó mi madre, descubriéndose la cabeza. Al fin le había salido su mal genio natural, buena señal.

       -Déjanos entrar a tu piso, Milagritos, haz el favor. Que en mi casa no me extrañaría que hubiese alguien escuchando y que el teléfono estuviese pinchado.-pedí yo

       -Entren, entren. No se asusten por la falta de orden. Está todo manga por hombro, pero les aseguro que las prostitutas somos así por el propio oficio. Ay, doña Victoria, la han puesto a usted como una berenjena. ¿Cuándo fue eso, que yo no oí nada?

        -Es complicado.-concluyó mi madre.

        -Iré a por material para curarle las heridas.-dijo Max, saliendo por la puerta.

        -Supongo que no te perderás.-espeté yo, sarcástica.

        -Y a ver cuándo vuelve usted a darme una visita íntima, que no hay propinas en todo Madrid tan generosas como las suyas.-dijo Milagritos.

        -Milagritos, si vuelve aquí, será por mí, no por ti. Soy su novia.

    -Pues mucha suerte tengan ustedes. Lleva usted un corderillo que aprendió conmigo, buen material.

     Pensé que era buena idea llamar a mi hermano y preguntarle qué hacer. Porque yo no tenía ni idea de cómo manejar la situación ni de cómo evitar catástrofes. 

        -Milagritos, ¿tienes teléfono?

        -Encendido a todas horas. Vaya usted a la habitación y úselo a su antojo. 

       Me dirigí a su habitación e hice memoria para recordar el teléfono de Freire. Lo marqué a la primera, sorprendentemente, y me cogió Inés.

         -¿Si?-saludó Inés desde el otro lado.

         -Buenas noches, Inés. Soy Marina. ¿Está tu novio en casa?

         -Ay, Marina, calla, que estoy muy preocupada. Ha llegado a casa y se cree que soy una bruja. Freire dice que está drogado hasta las narices y que no coordina bien. Dios nos coja confesados, Marina, ¡que lo tenemos amordazado y atado como si fuese un perro! Ahora creo que duerme por fin, a ver si se le pasa el efecto de esa cosa que ha tomado.

      -Despiértalo y pónmelo al teléfono. Le tengo que decir una cosa muy urgente, y de paso, le regaño.

         -Dímelo a mí y se lo diré yo mañana.

        -Ni hablar. Despiértalo.-tercié, con éxito. Se oyó cómo Inés dejaba el auricular en la consola e iba a despertar a mi hermano. Tardó más de un minuto en aparecer.

         -¿Qué quieres?-preguntó, apagado.

        -Ángel, despierta de tus ensoñaciones narcóticas y razona. Estoy en Madrid, y le han dado una paliza a madre porque estás en busca y captura. Te estoy llamando desde la casa de Milagritos, que algo me dice que nuestro teléfono está pinchado, así que cada vez que quieras decirme algo, llámala a ella.

       -Una seta que habla...

       -Setas te nacerán en la cara si no me escuchas y piensas con las neuronas. 

       -Anda, Mari, te has convertido en un teléfono.

    Suspiré.

        -Lo que tú digas, pero le han dado una paliza brutal a madre. ¿Le cuento tu secreto o no?

       -Haz lo que veas.-contestó, con las pocas facultades cognitivas que tenía.

       -Eso lo haré cuando llegue allá y te meta una hostia. 

       -No se lo cuentes.-dijo, de malas maneras y finalizando la llamada. 

     Dejé el auricular en el marcador, y me fijé en que Cuco había seguido mi llamada al pie de la letra desde el pasillo. Había prendido un cigarro. Me tapé la cara con las manos porque estaba viendo que definitivamente, iba a llorar. Mi hermano drogado, mi madre con una paliza encima y el Circo del Sol entero aplastándome. Cuco me vio, me metió el cigarro en la boca y me rodeó con el brazo. Me dio un beso en la mejilla.

        -Todo saldrá bien, ya verás.

     Milagritos, desde su salón, notaba la falta de olor masculino.

        -Moreno, ¿qué haces? ¿quieres ver la cama de una diablesa?

        -Y tocarla también, siempre que me haga un descuento del 30%.-dijo Cuco.

        -No te tenía yo como...eso.-murmuré yo.

        -Puedo presumir de que es la primera vez que piso un prostíbulo, no como otros. Igual es mucho abusar de tu confianza, pero te agradecería eternamente que le pagases a ese manjar femenino el servicio. Quiero saber qué se siente. Por favor.

        -No es necesario.-me calmé un momento, le devolví el cigarro tras una calada y fui al salón mientras él se quedó atónito.- Milagritos, hazle un servicio a mi amigo, te lo pago yo.

     Mi madre me miró con la ceja arqueada.

       -Ay, doña Marina, no se preocupe, que si es su amigo y es un regalo de usted, lo haré sin que me pague. 

       -Si insistes...-dije yo, sabiendo que pasaría eso. Cuco surgió de la puerta de la habitación y miró contento. Le hice un gesto de asentimiento y se volvió a meter en la madriguera de la loba.

     Entonces llegó un momento incómodo. Encontrarme cara a cara sola con madre era como tener la cara ya roja de la bofetada. Yo no era ni capaz de mirarla, y menos con lo magullada que estaba. Solamente oía silencio, es decir, nada. Ella miraba sus piernas llenas de rasguños y moratones con pena, quizás huyendo de mi mirada con algo que, por escabroso que fuese, era mejor que dos ojos castaños inquisidores clavándose en ella como puntas. Se tocaba la cabeza, intentando aceptar que ya no tenía nada que peinar y que parecería una roja de las que siempre odió. Tenía que admitir que, a pesar de lo mal que me lo había hecho pasar, sentía pena por ella. También pensé que lo estaba aceptando tan bien porque el causante era mi hermano, porque si fuese yo, los gritos serían a escala mundial.

       -¿Por qué has vuelto?-preguntó, mirando a la nada.

       -Para coger ropa, que por poco me voy con lo puesto.-Respondí, seca. Hubo un buen silencio antes de que se atreviese a formular la siguiente pregunta.

       -Leí tu nota. ¿Lo has encontrado?

       -No.

       -¿Quién es el hombre que entró ahora con Milagritos?

       -Es mi amigo. Es pintor, ¿sabe? Me está haciendo un cuadro.

       -Pues menudos amigos tienes -replicó- Andar de prostitutas.

       -Su caso es complejo, hágame caso.

       -¿Y el mozuelo ese tan bien vestido, el que fue a buscar vendas, es tu novio?-preguntó.

       -Sí.

       -Es guapo.

       -Ya lo sé.

    Se volvió a hacer un silencio incómodo.

       -Cuando te fuiste, redacté de nuevo mi testamento. Todo para ti.

       -No era necesario. 

       -Eres mi niña, aunque nunca te lo haya parecido.

     Mi cara de sorpresa debió de ser monumental en aquel momento. Levanté la mirada y la anclé en sus ojos. Por una vez, no le veía la pupila como la de un reptil. 

       -Me di cuenta, con tu nota, que me había pasado, tanto contigo como con tu hermano. Todavía me empiezo a arrepentir ahora de que él tuviese que mantenerte a ti con su dinero. Me pesa que tuvieses que estar con el hombre ese que le pega a todas las criadas trabajando. Que tuvieses que ir como una limosnera por la calle porque no ganabais para comprarte ropa mejor. Me pesa no haberte dejado ir con un fotógrafo. Supongo que me odias.

       -No la odio. Simplemente, se las tengo guardadas.

       -Hazme un favor.-dijo, acercándose y cogiéndome las manos-Encuentra a tu hermano. Sé que está vivo.

     Entonces me sentí fatal. No debía hacerlo, pero sentí necesario que lo supiese. Y se lo conté todo con pelos y señales. Su cara era inerte. Cuando terminé, no dijo nada y siguió mirando a la nada.

       -La vamos a llevar a usted a Burgos. Cómprese un piso y contrate un criado, que no sabe usted apañarse. Así despistará a la policía.

       -Sabía que lo habías encontrado.-declaró.

       -¿Cómo?

       -Tu sonrisa es la misma que cuando estás con él.

     Poco después salió Ansi del servicio sexual, que había sido bastante silencioso. Apretándose el cinturón, echó una última mirada a Milagritos desnuda desde el pasillo, y dejó ver una sonrisa picarona. Percibí que estaba más contento y suelto que antes, mientras se dirigía a mí. Entonces salió Milagritos con falda y blusa, pero visiblemente sin ropa interior. 

       -Moreno, eres lo más raro que he atendido y aún así me encantas.-afirmó ella, dándole un toque en la nariz.

       -Madre -interrumpí para evitar que Milagritos describiese el acto detalladamente- cuéntenos cómo fue todo.

       -Fue ayer a la noche. Estaba escuchando por la radio el partido, el del Real Madrid, porque me recordó mucho a tu padre. De repente, alguien llamó a la puerta, y no sé por qué, me supuse que era tu hermano; quizás fuese la ilusión que tengo dentro de que vuelva a aparecer. Fui a abrir, y ni siquiera me molesté en mirar a ver quién era por la mirilla. Si lo hubiese hecho, quizás me hubiese dado tiempo a idear cualquier cosa; pero eso es lo de menos. Eran dos policías y un militar. Me dijeron que estaba detenida por ocultar a un criminal, a un asesino. Me llevaron a rastras mientras gritaba como un animal, y me dieron un tirón de pelos para que me callase. Me llamaron zorra, puta, me trataron de todos los modos menos como Dios manda. Cuando llegamos a comisaría, me metieron en un cuartucho que tenía una silla y diversos instrumentos encima de una mesa. Enseguida llegó un hombre alto y fuerte, vestido de negro. Todavía no era ni media consciente de lo que iba a suceder.

      »El hombre decía llamarse Hurtado. Me miró con asco, como si no fuese ni media sopa delante de él, como si no le importase nada de mí.

           -A ver, zorra, no tengo toda la noche. Hagamos esto rápido y los dos dormiremos en nuestras camas como Dios manda. No andaré con tonterías. Tu hijo, además de un traidor de mierda, es un fugitivo de la cárcel, cosa que sabes tan bien como yo. Dime dónde está y llegarás entera a tu casa.

      -No lo sé.

      -Empezamos bien. En fin, voy a enseñarte a mis amiguitos y a explicarte para qué sirven, a ver si así, dentro del razonar contigo, vas cogiendo el sentido.-se acercó a la mesa con los instrumentos- Este es Rasputín, te dejará con un corte precioso si no hablas; esta es Doña Batería, que te hará reflexionar sobre la utilidad de la electricidad; este es Llamas, con el que te haré un buen tocino en la espalda si no cantas; doña Punta, que te hará unas llagas en los pies como las de Jesús Cristo y te hará caminar por la sal tal y como él lo hizo por el agua; mis amigos los cuchillos y, finalmente, Juan y Pascual -dijo, enseñando los puños- Espero que ahora recapacites y me digas dónde cojones está el hijo de puta de tu hijo.

       -Ya le dije que no sé dónde está. Si lo supiese, estaría con él, y en un lugar donde estuviese a salvo.

       -Está bien.-dijo, cogiendo unas tijeras y cortándome la ropa hasta llegar a mis pezones. Me puso dos pinzas conectadas a la batería- Seré bondadoso y empezaré despacio. Solamente porque eres puta de buena cuna. A ver, que sabemos que huyó de la cárcel de Burgos. Explícame cómo y comenzaremos a entendernos.

     Las descargas fueron como una puñalada en cada pecho. Me sentía como una res, igual de impotente ante su matador.

       -Si hizo tal cosa, fue de un modo que tanto a ustedes como a mí nos costaría dilucidar. Ha leído demasiados libros. Es todo lo que sé.

     Entonces entendí que por mucho que razonase con ellos, iba a salir de aquella sala con los pies por delante. No contesté a sus siguientes preguntas, lo que llevó a que me diese un buen rebaño de puñetazos, golpes, bofetadas... Llegó un momento en el que me habitué un poco al dolor y pude dejar de gritar. A partir de ahí, es como si oyese todo dentro del agua. Me arrancó los pendientes de cuajo, y asegurándose de que mi oreja se quedaba inservible, me rapó y demás peripecias que se pueden ver por mi cuerpo. Y de repente, llegó un ángel de la guarda. Un superior del tal Hurtado llegó a la sala, lo mandó a hacer la ronda y me devolvió a casa en su coche.

       -Señora, huya y escóndase bien lejos de aquí.-me dijo, yéndose. A mí solamente se me ocurrió esconderme bajo la cama y llorar. Resentirme por algo que ya había pasado. El tiempo se me hizo largo, pero el miedo era mucho más que eso. 

    

     Cada vez que escuchaba un testimonio de estas cosas, me horrorizaba por dentro. Hasta Milagritos, con su lengua charlatana incansable, se quedó helada y no dijo nada. Ansi negaba por lo bajo. Menos mal que Max llegó para romper nuestro silencio, y con malas noticias.

       -Oíd, ahí dentro de casa hay alguien, se oyen ruidos, como si alguien estuviese rebuscando algo.

      -Hijos de la gran puta.-Dije, alzando la voz- Milagritos, ¿no tendrás un arma que se haya dejado algún cliente tuyo?

     -Ay, no, doña Marina, que yo siempre devuelvo las cosas que mis clientes se dejan. Sabe que soy bastante legal.

     -Tengo yo.-declaró Cuco, rebuscando en su chaqueta.- Quédense aquí, que a ese lo despacho yo.

     -Ay, Moreno, no vayas.-advirtió Milagritos.

     -Eso.-Segundé yo- Hay que ser inteligentes.

     -Hay que eliminarlo -aclaró Cuco- o irá a contar todo cuanto oyó en tu casa y se llevará todo cuanto encuentre. 

       -Tienes razón, Cuco. Iré contigo.-Apoyó Max.

       -Don Maximiliano, atienda a la señora, que es lo suyo, y deje de hacerse el duro ante las señoritas, que sabemos todos que es usted igual de dulce que una magdalena el día de Navidad.

     Max hizo el amago de decir algo, pero al final, no lo hizo. Se calló ante la evidencia de los hechos. Cuco cogió una máscara que tenía Milagritos colgada junto a su atrezzo de la prostitución, se la puso en la cara, y salió del piso. Yo, mientras Max comenzaba a revisar todos los perjuicios que había sufrido mi madre, me acerqué a la mirilla de Milagritos a mirar y a escuchar. Se oía como una pelea dentro, como caían cosas y cómo había insultos. No se oía ningún disparo. Al poco tiempo cesó todo y me preocupé. Cogí otra máscara de las que tenía Milagritos esparcidas por el piso, le robé el sombrero de panamá a Max en el perchero y me dispuse a ir sin que nadie se diese cuenta. Abrí la puerta despacio y vi a Cuco arrastrando al hombre por todo el pasillo. 

       -¿Está muerto ya?-pregunté.

       -Inconsciente.-aclaró- Hay que matarlo bien. 

       -¿Qué tienes pensado?

       -Sacarle la cartera, averiguar dónde vive, sacarlo de aquí inconsciente, e ir a ahorcarlo a su casa para que parezca un suicidio.

       -Muy bien pero... ¿cómo piensas sacarlo de aquí sin llamar la atención?

       -Le haré un tributo a Toribio e iré a robarle a los muertos. Solo que en vez de un traje, robaré un ataúd y lo traeré aquí.

       -¿Y cómo piensas traer el ataúd aquí sin llamar la atención?

       -No hay nada que unos pícaros no hagan por cuatro patacones para su bolsillo.       

       -Te dejo al cargo.

       -Y váyanse al hotel, que tengo para un buen rato. Quedamos aquí delante mañana a las 12. Mañana en los diarios ya saldrá el suicidio de nuestro amigo...-miró la cédula en la cartera- Prudencio.  

     No sabía si fiarme de él, pero decidí que así fuese. Volví a mirar si Max había terminado su labor sanitaria, pero aún estaba desinfectando las heridas. Aún tuvimos que aguardar un buen rato hasta que terminase, y cuando así lo hizo, tras hacerle la maleta a madre y recoger ciertas cosas de importancia en casa, incluida una pistola de mi padre, nos despedimos de Milagritos y nos fuimos al hotel que Max había elegido. Para cuando salimos, ya no había rastro de Ansi. Se había perdido entre la noche y ya casi eran las tres de la madrugada.