lunes, 31 de agosto de 2015

VII: Enfermedad

     Tras una hora y media esperando por los servicios médicos del final de la calle, increíblemente impuntuales tratándose de enfermedad que no entiende de horas; alguien golpeó la puerta. Podría haberme muerto antes, si la Providencia lo hubiese deseado. Me sentía muy débil después de aquel suceso; tenía náuseas, vómitos, una elevada fiebre y dolores de vientre y pecho. Había perdido el sueldo de casi una semana en el periódico, mas nadie me echaba de menos allí dentro, por lo que comenzaba a tener la sospecha de que empezaban a caer en que yo no era como ellos, pero eso me daba igual, como si me despedían, ya buscaría otro trabajo.

      Me levanté en ropa interior, no tenía ganas algunas de ponerme presentable para un hombre cerril de derechas. Abrí la puerta con desgana, seguramente con una faz semejante a la de Vlad Tepes a punto de empalar a alguien.

       -Buenas, don Damián. ¡Cuánto tiempo sin saber de usted!-vi que además iba acompañado por sus dos criadas, Inés y otra que no conocía, que se miraban entre ellas. Puig era un hombre grande, fortachón, con la cabeza llena de la ausencia de cabello alguno.

       -¡Señor Puig!¡Alabada sea su puntualidad!Pretendía que la muerte me hallase antes que usted, ¿no?-La criada que no conocía se comenzó a reír descaradamente detrás de él mientras Inés esbozaba una sonrisa.

       -Enfermo y con humor, es usted único en su especie.- Negó con la cabeza mientras él mismo se reía, mientras ojeaba todo el apartamento de arriba a abajo, sin dejarse un rincón. Sin haberle dado yo permiso, se introdujo dentro como Pedro por su casa.

       -Claro, claro, pase, no se corte, como si estuviese en su casa.-Espeté yo con ironía al ver su educación, pero seguidamente una náusea me hizo apoyarme contra una pared. Me sentía ebrio.

       -¡Don Damián! ¿Qué le sucede?-Preguntó Inés acercándose a mí y poniéndome una mano sobre la espalda e intentando encontrar mi mirada.

     -Que no se note...-Oí decir levemente a la otra criada, que a había entrado y cerrado la puerta.

     En apenas unos segundos me conciencié para ignorar la náusea para que nadie se preocupase demasiado por mi integridad, no quería llamar mucho la atención, aunque con el aspecto de aparición que llevaba, ya debería ahorrarme molestias.

       -¿Se encuentra usted bien?-Preguntó Puig una vez que ya logré ignorar la náusea.

       -Si, no se preocupe, solamente es una náusea. Disculpen mi desaliñado aspecto y mi asquerosa ropa interior, mi estado no está para eso.

       -Ya me suponía que eso podría suceder, así que le he traído a mis sirvientas para que le ayuden con eso, no se preocupe.

       -Más me divertiría verlo a usted realizando tales menesteres.

       -Por favor, don Damián, déjese de bromas-dijo esbozando una sonrisa- Acuéstese en su cama, que intentaré darle un diagnóstico certero en la medida de lo posible.

       -De acuerdo, disculpe el hedor y el desorden de antemano; le ruego que no se asuste. Síganme.

     Los conduje hacia mi cuarto, que desprendía un olor a enfermedad que mataría a un santo, aunque semejaba no importar a ninguno de ellos. Me hizo una gran cantidad de preguntas, me auscultó, comprobó mis reflejos y, finalmente, miró mi tensión.

       -Es algo rarísimo. Nunca en todos mis años ejerciendo había visto tal cosa.

       -Entonces,¿no sabe qué es?

       -Para nada, los síntomas parecen de gripe española, el pulso lo tiene usted aceleradísimo...

       -No digamos por qué...-balbuceó la criada que no conocía, sonriendo con cara pícara.

       -...y la tensión está baja, y sus reflejos son espléndidos. Es como si tuviera un infarto y a la vez estuviese enfermo. De momento intentaremos bajarle la fiebre, que tiene usted 40º. Iré a mi casa a consultar unos cuantos libros y le intentaré decir qué tiene, pero de no lograr saber qué padece, tendré que enviarle al hospital; podría morirse si esto no se cura. Le dejo a mis sirvientas, volveré en cuanto pueda.

       -Pero señor, no es necesario.

       -Claro que lo es, no tendrá que pagarles; ya me dará mis cien pesetas cuando vuelva, no se preocupe. Y vosotras, llenad una bañera con agua fría, lavadle la ropa y las sábanas y airead su cuarto.

       -Sí, señor...

       -Y si ve que no hacen lo que usted les ordena, no dude en abofetearlas, enseguida aprenden la lección.-No pude evitar poner los ojos en blanco. No tardó mucho en salir del apartamento, sin ni siquiera despedirse,  suponía que era porque no tardaría en volver a por sus cien pesetas.

       -Por fin se ha ido... Sí que vende caro su estiércol, la verdad.

       -Más nos alivia a nosotras que nos deje en préstamo, que quiere que le diga.-Soltó la criada que no conocía, que debía ser más extrovertida que Inés.

       -¿Os pega palizas?

       -Constantemente, al mínimo error.

       -Qué mierda de sociedad, y disculpe mi vocabulario. Ojalá alguien caiga en que las mujeres no sois ganado.

       -Convenza usted a Puig de ello.

       -Ese ya es un caso perdido, cuando le parece un chiste hacer vuestro trabajo ya no hay nada que hacer.

       -Oye, Encarna, sabes que no podemos contar eso.-Intervino Inés, por fin.

       -Es que tu novio me cae muy bien.

       -¿Ya no te fías de mí?-Intervine yo

        -No es que no me fíe...

        -...es que no me has perdonado. Lo entiendo.

        -Sí, te perdono. Con lo que has hecho hoy, bien te lo mereces. Gracias por la rosa y por la carta, demuestran bien cómo eres. Ah, y quisiera pedirte disculpas por aquel beso... se me escapó...

        -Bueno, don Damián, voy a llenarle la bañera...Los dejo solos...

        -Si necesita algo, venga a consultarme.

        -...y no era mi intención ofenderte, bajo ningún concepto...

     Me senté en el borde de la cama lentamente, para evitar una pérdida del equilibrio, y una vez incorporado, le tomé la mano.

       -¡Para nada me ha molestado!¡Tonto sería de rechazar esa actitud! Créeme que ha sido sino el mejor beso que he recibido, uno de los mejores.

       -Me halaga ese comentario mas... no he venido aquí para hablar contigo...

       -Da igual, no diré nada-el estómago me dio una vuelta y podía notar saliva en mi boca preparando el vómito. Enseguida cogí la palangana y comencé a vomitar lo poco que había comido y algo más. Inés se sentó a mi lado y me acarició mi asqueroso pelo con cariño. Podía sentir instintivamente su mirada triste sobre mí, pero todo en mí era asqueroso y me hacía sentir avergonzado.

        -Siento mucho que tengas que ver esto, de verdad.

        -Más me pesa a mí que estés así, A ver si te recuperas pronto.

        -En cuanto me ponga bien, iremos de excursión al campo, te lo prometo.

        -Pues ponte bien cuanto antes, me muero de ganas ya.

        -A ver lo que me hace el matasanos ese, no me fío un pelo de él.

        -No te fíes, haces bien.-cayó en la cuenta de que chorreaba sudor por toda la cara- Dios mío, estás sudando, te está subiendo la fiebre.

        -Esto es un sufrimiento, tener calor y frío al mismo tiempo...-No podía ni mantenerme sentado, me dieron náuseas y me tuve que tumbar de golpe.

        -Creo que me está subiendo la fiebre... Aunque más alta de lo que estaba acabará conmigo...

        -¡Encarna!¡Esa bañera es para hoy!

        -Está poco llena pero puede irse metiendo si quiere.-Respondió ella al fondo del pasillo.

        -Venga, -se levantó y me tendió la mano- levántate, yo te ayudo a llegar allí.

     El pasillo de la casa de mi "padre" era más largo que nunca y cada paso me daba más náuseas. Gotas de sudor aterrizaban en el suelo tras recorrer toda mi cara, también bajaban por toda mi espalda y por mis axilas, dejando mi ropa interior empapada. Llevaba más de una semana sin afeitarme, otro hecho que me hacía más asqueroso todavía.

       -Oiga, don Damián, quítese la ropa, que iré a lavarla, y sus sábanas también.-dijo Encarna, con cierta picardía.

       -¿Os importaría salir fuera? Me da vergüenza mostrar mi hombría.-No hizo falta repetirlo, enseguida salieron las dos y cerraron la puerta sin poner queja alguna. Perfectamente se notaba que estaban acostumbradas a acatar órdenes, aunque quizás su amo no fuese el más carismático de todos. De todos modos, su ayuda me venía demasiado bien para esta situación. Me dolía decirlo, pero las necesitaba. Hasta meterme en la bañera sin perder el equilibrio fue un reto con tal enfermedad, y aguantar su baja temperatura fue, en cierto modo, un alivio.- Podéis entrar.

      -Traigo la palangana de vomitar, por si la necesitas.- Inés se acercó a la bañera procurando no mirar, aunque en realidad, siendo ella, poco me importaba.

      -¿Puedes acercarme aquella que hay en la repisa de la ventana, para echarme agua encima?

      -Claro.

     Mientras Inés me acercaba la palangana, dándome unas vistas espléndidas de sus maravillosas posaderas, Encarna huyó con mi ropa interior y mis sábanas al lavadero, dejándonos solos de nuevo a los dos. Ella se fue a la cocina sin decir nada, pero en seguida me di cuenta de que fue a buscar una silla para quedarse cerca de mí. Solamente entonces entendí que era como si algo quisiese contarme, porque el silencio era total y yo también debería desmentirle mi mayor secreto antes de que la cosa fuese peor. Pero no quería hacerlo en aquellas asquerosas condiciones. Esperaría el momento adecuado.

sábado, 29 de agosto de 2015

VI: Sin noticias de mí

   -Padre misericordiosísimo, que te has dignado llevarte el alma de tu hijo Ángel;Otorga a los que aún estamos en nuestra peregrinación, y que aún caminamos por fe, que habiéndote servido con perseverancia en la tierra, nos reunamos después con tus benditos Santos en la gloria eterna; por Jesucristo nuestro Señor.

       -Amén.-Contestaron tres personas delante del agujero en el que iban a sepultar una caja vacía, ya que no fue posible que el cadáver del periodista fallecido fuese devuelto a su familia. Seguidamente, la mujer que estaba delante (visiblemente gastada y demacrada por la edad) se echó a llorar, mientras su hija menor la consolaba, indiferente. La chica semejaba estar ya preparada para eso, mientras que su madre había perdido un tercio de su alma. La tercera persona que había asistido al entierro era Jerónimo López-Avellaneda, un viejo periodista que había compartido mesa con el supuesto difunto en la redacción y que era un gran admirador del valor que tenía para darle un enfoque socialista a sus noticias.Para aquel hombre, don Ángel era un héroe que defendió hasta su último minuto la libertad de expresión lograda en otros lugares.


     Acabado el oficio, Avellaneda se acercó a la madre, y ajustándose las gafas, declaró filosóficamente:


        -Señora, siento mucho que haya perdido usted a su hijo, y disculpe a la redacción del diario, no han querido presentarse al oficio porque su hijo no era de su agrado; y no se crea nada de lo que esos aprovechados le cuenten si la ven por la calle, se negaron a venir. Yo soy Jerónimo López-Avellaneda, su compañero de mesa. Conocí bien a su hijo, y debo decirle que era un buen hombre, con ideales muy adelantados a este tiempo, y que por defenderlos puso su vida como precio. 


         -Mi hijo me habló muy bien de usted, don Jerónimo. Ha sido usted el que hizo aquella pequeña columna en el diario de hoy, ¿no?


         -Sí, a escondidas. Cuando el jefe lo vea, me echará del trabajo, pero merecerá la pena.


     La chica salió del cementerio y sacó un cigarro del bolsillo, junto a una caja de cerillas. Enseguida soltó la primera humarada,mientras pensaba que era técnicamente imposible que su hermano estuviese muerto. Todo era muy sospechoso y difícil de creer, porque según la carta había muerto en Madrid, pero la carta podía haber venido de cualquier parte de España.Y sabiendo cómo era su hermano, quizás hubiese sido él. Sabía que a ese puzzle le faltaban muchas piezas. 



     El sol pasaba sus rayos por la ventana en la que las dos criadas del señor Puig estaban preparando un rico pollo que había traído por la mañana una mujer para pagarle a Puig sus servicios médicos. Las dos solían hablar de todo cuanto les sucedía a lo largo del día, mas algo fallaba entonces que hacía la situación hasta incómoda. Encarna veía a su compañera triste y decaída como si estuviese hundida en una desgracia sin fondo, pero de eso ya hacía días y probablemente su tristura se fuera creciendo. Sin soportar más verla de ese modo, dejó el cuchillo encima de la tabla de cortar con violencia y se quedó mirando fijamente para ella. 


        -A ver, Inés, ya estás cantando qué te pasa. 


        -Nada...


        -¿Nada? Pues esa cara de tristeza no dice lo mismo.


        -Estoy bien, déjame.


        -Sabes que no voy a callarme hasta que me lo cuentes.


     De repente, se hizo el silencio.


        -Hace días que no sé de don Damián. Lo había invitado a que viniese a mi casa, pero... No ha venido. He sido una idiota pensando que iba a venir, y más después de lo que sucedió...


        -¿Qué sucedió?


        -Lo besé. Y creo que no fue de su agrado.


        -Si ha sido eso, creo que es un idiota. Pero lo más probable es que no, don Damián siempre fue un santo, jamás haría eso por tal estupidez. En los dos casos, la culpa no es tuya, ¿está bien?


        -Tienes razón, pero...


     El teléfono suena en el recibidor, estrepitosamente.


        -¡Encarna! Coge el teléfono.-gritó estrepitosamente Puig desde el piso superior.


        -Enseguida, señor.-la joven criada fue corriendo hasta el recibidor limpiándose las manos en el delantal- Casa del doctor Puig, dígame.


        -Buenos días señorita, ¿podría hablar con el doctor?


        -Ahora mismo no se encuentra disponible, pero pasaré recado. ¿De parte de quién, por favor?


        -Damián Freire Villanueva.-En ese mismo instante, Encarna se quedó muda.-¿Señorita? ¿Sigue usted ahí?


        -Sí, no se preocupe, don Damián. ¿Cuál es el motivo de su llamada?


        -Llevo unos días padeciendo una enfermedad que no me permite ni desprenderme de la cama, era por si podría acudir a dar un diagnóstico.


        -Descuide, se lo diré.


        -Y otra cosa, ¿está por ahí doña Inés Montero?-Encarna le hizo gestos a su compañera, que cotilleaba la conversación desde la puerta de la cocina, pero se negó a coger el teléfono-Ahora mismo está ocupada en la cocina, disculpe.


         -Vaya lástima me produce. Grandes ganas tenía yo de escuchar su voz y de pedirle mil disculpas por haberle fallado este fin de semana; más la enfermedad me ha impedido acudir a su cita. Dígale que ha sido una descortesía por mi parte, y que acepte mis disculpas si todavía cree que soy digno de ellas. Y el recado más importante, dígale a la señorita Montero que abra la puerta principal. Muchas gracias, que tenga un buen día.


        -Gracias a usted, señor.


     Desde la puerta de la cocina, Inés miraba curiosa la escena, esperando que su compañera le contara todo.


        -¿Qué quería?

        -Está enfermo, por eso no ha ido a tu casa. Y que te pide perdón mil veces por haberte fallado. Y que tenía ganas de escuchar tu voz y había otra cosa... Algo así como que abrieses la puerta principal.

        -¿Para qué?

        -Yo que sé, ve a abrirla. Si te lo ha dicho, por algo será.

     Inés se dirigió desganada a la puerta principal, la abrió y se encontró un niño rubio de seis o siete años esperando paciente delante de la puerta con una rosa roja y un sobre cerrado con cera.

         -¿Es usted doña Inés?-Preguntó el niño con cara dudosa.

         -Sí.

         -Es usted una chica muy guapa.

         -Muchas gracias, pequeñín.-se agachó para verlo mejor- ¿Cómo te llamas?

         -Ramón.

         -¿Y qué querías?

         -Esto es para usted-le entrega la rosa y el sobre, con cuidado- Y de parte de don Damián, que acepte sus disculpas, por mucho que no se merezca que se las acepte.

          -Dile de mi parte que me pasaré por allá a visitarlo,¿vale?

          -Vale.

          -Toma,-Inés saca de su harapiento delantal cincuenta céntimos y se los da al chaval-para ti, para que te compres unos caramelos.

          -Muchas gracias, señorita.

          -De nada, pequeño.

     El niño enseguida se largó corriendo en dirección a la confitería para gastarse el dinero. Inés cerró la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y vio a Encarna mirándola con cara de zorro un poco más atrás, como si estuviese a punto de echarse las manos a la cabeza

        -Envidia me das, hombres así escasean en el mundo.

 

viernes, 14 de agosto de 2015

V: Insomnio

       "El agua de la jarra se había esparramado por el suelo, y en ella comenzaron a flotar unas cuantas hormigas. La mujer ya sabía las consecuencias de antemano: quedarse sin beber has que viniese la siguiente jarra. Pensando que no quedaba remedio alguno, se dispuso a rezar un rosario, lo que más la mantenía distraída en aquella jaula de gritos. Estaba convencida de que aquello era cierto, y que todo lo que había sucedido desde entonces era un mero error. Un error caro, de desconfianza. Un error por el que pagó muchas lágrimas al perdón, y que dejaría muchas secuelas en el caso de que pudiera solucionarse. Miró su reflejo en el agua derramada, se veía blanca como un muerto, veía múltiples canas saliendo de su cuero cabelludo y montones de arrugas que no podría quitar con ningún ungüento. No era consciente del tiempo que llevaba allí metida, pero ya era demasiado. Sabía que tenía visitas, pero que para ella no eran las más gratas; y solamente esperaba una que quizás jamás se produjese por temor."


     Tras acabar un libro sobre el alfabeto cirílico y sus orígenes, decidí apagar la luz. Mi "padre" dormía desde hacía horas, ya que lo oía roncar al otro lado del pasillo de tal modo que si vinieran a robarle, saldrían espantados temiendo que tuviese un león tras la puerta. Yo nunca cerraba las contraventanas, me gustaba dormir a la luz de la luna y ver las noches de tormenta de rayos; eran mis somníferos. Pero algo raro me sucedía, no era capaz de dormirme, aunque la cama de Damián era mullidita y grande, como a mí me gusta. Decidí encender la luz de nuevo, y una mosca comenzó a dar vueltas alrededor de la lámpara como loca, como si tuviese miedo a la oscuridad, y se posó encima de la lámpara, haciendo una sombra como la que todos los niños temen ver en sus habitaciones. Ya que Morfeo hoy no se dignaba a aparecer ante mí, saqué el tabaco y el papel de la mesa de noche y me lié un buen cigarro para relajarme.

       La noche estaba lluviosa, fea y desierta. Mientras dejaba caer las cenizas de mi cigarro quemado a la calle, observé que nadie salía a estas horas en días como hoy, solamente vi una pareja de guardias civiles haciendo la ronda represiva, que hasta me saludaron, ignorando que hacía unas semanas que había huido de su prisión. En teoría estaba muerto, ya con todo el papeleo hecho, ahora solamente faltaba que llegaran los papeles a Madrid y que mi familia se llevara el mayor disgusto de su vida.

       -Buenas noches, caballero.-Saludó el más bajo, y continué dándole conversación.

       -¡Hay que ver qué penuria tienen ustedes, tener que trabajar por la patria noche y día, llueva o haga sol!

        -¡Se hace lo que se puede! -respondió el más bajo mientras el otro,duro como un arado, se resguardaba de la lluvia pegándose a la pared.- ¿Usted no duerme?

        -No, señor, por mucho que lo he intentado, no he sido capaz. Por eso estoy fumando, a ver si me sirve de somnífero. Si quieren un poco, bajaré y los invitaré a algo.

        -No, debemos seguir la ronda.-La lluvia de repente fue a más, acabé mi cigarro, cerré la ventana y bajé a la puerta de la notaría para invitarlos. No fue necesario rogarles mucho para que entraran, enseguida aceptaron y, tras quitarse el tricornio y sus voluminosos abrigos, se limpiaron los pies en la alfombra y se sentaron en las sillas previstas para los clientes de mi "padre".

        -¿Quieren ustedes una copa de algo? ¿Un café?

        -Un whisky-Pidió el más bajo sin pensárselo mucho.

        -Que sean dos.-Declaró fuertemente el más alto, que semejaba ser hombre de pocas palabras. Mientras les servía a los agentes el whisky de la notaría, provisto para hacer las consultas más amenas, me vinieron todo tipo de pensamientos de venganza a la cabeza, pero debía contenerme y ocultar mi verdadero yo.

        -Se ve que usted es un buen hombre, un militante de la patria.

        -Es imperdonable lo que los republicanos han hecho en este país,lo han destrozado con todos esos ideales liberales y han dejado a la Iglesia demacrada. Menos mal que el dictador nos ha librado de ello.-declaré a mal sabor de boca, sirviendo los chupitos en la mesa.

        -Si todos pensaran como usted, todo sería mucho más fácil. Y dígame, ¿ha servido usted en la guerra?

        -No he podido, no me admitieron en el servicio militar obligatorio porque tuve una cólera severa y en esos años estaba estudiando Letras en Madrid. Más quisiera yo que poder servir a la patria como ustedes, pero mi salud ha quedado muy dañada después de esa enfermedad.

        -¡Así que es usted hombre de Letras!-dijo, bebiéndose el whisky de golpe- Admiro a la gente que tiene estudios de ese tipo.

        -Me halaga usted.-fui al bolsillo de la chaqueta de mi "padre" a por la tabaquera, sin perderlos de vista-¿Quieren ustedes un cigarrillo? Es de importación especial de Cuba, del mejor.

        -No, gracias, debemos marcharnos, que a las dos debemos estar en el cuartel apuntando sucesos.-Rechazó el bajo levantándose, y seguidamente el otro copió su gesto.

        -Entonces no los entretengo más, que seguramente tendrán ustedes mucho que hacer. Me ha halagado mucho su visita.

        -Gracias a usted.-Proclamaron al unísono mientras ponían sus voluminosos gabanes.

     Pronto estuvieron en la otra punta de la calle. Entonces cerré la puerta y me puse a barrer el montón de hierba que me habían metido en la notaría con sus botas. Freire me mataría si viera semejante asquerosidad sin limpiar. Fue entonces, mientras recogía todo el desastre, cuando vi la sombra de una persona por las rendijas de la contraventana, pero en el momento no le di gran importancia; pero cuando vi esa sombra pasar otras dos veces paré de barrer de repente para escuchar. No se oían pasos. La sombra dejó de pasar.

       -Bah, seguramente era un pájaro.- Pensé en voz alta, tranquilizándome. Pero la sombra volvió a pasar, y esta vez me comenzó a preocupar. Fui a mi abrigo, saqué el revólver que me regaló mi padre, el de verdad, y me dispuse a salir a disparar a lo que fuera que estuviese asustándome. Abrí la puerta suavemente con cautela y salté a la calle apuntando por todo mi alrededor y mi sorpresa fue que no había absolutamente nada, ni un pájaro, ni un hombre, ni ningún animal y entonces, decidí volver a meterme en la notaría, confuso, con el revólver cargado en la mano. No tardé mucho en cerrar la puerta con llave, y me senté en el suelo totalmente aterrorizado fumando otro cigarro para ver si me calmaba, pero no logró hacerme efecto. Miré hacia arriba, hacia el colgador, y en el bolsillo de la gabardina de Freire reposaba una nota en papel duro con tres líneas escritas a máquina.

La morte si  
aviccina, non
dimenticare. 

     En aquel momento me temí que la mujer de Freire no estuviese loca. No sabía mucho italiano, pero el poco que sabía me servía para saber que era un recordatorio de muerte.
        

jueves, 13 de agosto de 2015

IV: El beso y el francés (no el francés y el beso)

       El rey de la redacción, un objeto al que todo el mundo dirige la vista para buscar un amparo en el tiempo, marcaba pausadamente las diez menos cinco. Llevaba ya una hora girando mi cabeza para comprobar el gran gigante de madera de cerezo marcar cómo cada unidad de tiempo pasaba, y debía admitir que la sección de publicidad era la más aburrida y mal pagada de todas, aunque superara mi sueldo en el diario ABC en la sección de sucesos. Envidiaba a mis compañeros que debían ir a entrevistar a cualquiera de la contorna que tuviese un suceso interesante, aunque fuera solamente un hurto de ganado; a mí me servía. El péndulo del reloj semejaba balancearse cada vez más despacio en semejante tarde de lluvia, cuando Suárez apareció por el laberinto de mesas reclamando alguien que dominara francés, y daba la casualidad que en la redacción sólo estábamos cuatro personas incluyéndolo a él. La señorita Castrillón, una secretaria jovencita que permitía palpar sus encantos femeninos y que se podría decir que era una persona con carácter fuerte, retrucó:

       -Oh, là là...

       -Señorita, deje las bromas para luego, puede ser importante.

       -Yo domino el francés, señor.-Intervine yo, consciente de mi dominio de francés adquirido en una corresponsalía en el país galo.

       -Don Damián, lo dejo en sus manos, porque han llegado a mí noticias de que usted era un genio en su materia, confío en usted. Es una llamada de un nuevo médico francés de las afueras de la ciudad, reconocí su voz; pero no logré comprender nada de lo que quería explicarme.

     Me acerqué al despacho de Suárez bastante apresurado, debía acabar cuanto antes si quería llegar a mi citación. Cogí el teléfono y, tras una larga charla, el pobre francés solamente quería un anuncio de sus servicios en el periódico, lo cual me sumó un trabajo. La señorita Castrillón me miraba asombrada mientras hablaba, y mientras recogía sus cosas, vino a la mesa del teléfono a recoger su cuaderno de notas y aprovechar para intentar inducirme al pecado por medio de su excesivo escote; aunque conmigo ese tipo de artimañas no den resultado. Suárez me miraba orgulloso, mientras otros dos periodistas recogían las cosas mirándome con indiferencia. Colgué el teléfono, le expliqué a Suárez la situación y negó rotundamente la publicación de ese anuncio por el hecho de ser francés. No iba a discutir con él, ese hecho me arrebataría el trabajo. Iría personalmente a visitar al doctor para contarle de qué va este país.

     Regresé a mi mesa con prisa a recoger mis cosas y pude ver la hora: Las diez y diez. Si quería llegar a la puerta y que la señorita Montero estuviese allí, debía apurar. Cogí mi maletín y llevé los anuncios a la imprenta. La fresca secretaria ya había salido, y cuanto más avanzaba yo hacia la puerta, más la oía a ella gritar. Mi sorpresa fue que estaba echando a la señorita Montero de allí, y decidí frenar semejante pelea, ya que era la pelea entre la zorra y la gallinita indefensa.

       -Apártese, señora, que este no es un lugar para indigentes.

       -...

       -Por Dios, si es que cada vez hay más, acabarán por meterse hasta en las ratoneras por tener un techo...-Continuaba quejándose la secretaria, que era hija de un viejo magnate madrileño y no conocía la pobreza.

       -Señorita Castrillón, ¿qué sucede? ¿a qué viene semejante griterío?-Me introduje yo, perplejo.

       -Don Damián, menos mal que ha venido, dígale algo a esta escoria.

       -...

       -¿Escoria? Haga usted el favor, como mujer de buena condición, de mirar sus defectos antes de atacar los ajenos; y conste que la pobreza no es un defecto, es lo que la Providencia reserva para cada uno.

       -Admito que puedo haberla ofendido, pero este no es un lugar para indigentes, es mejor que la eche de aquí.

       -Déjese de tonterías y váyase a su palacete, su amante la estará esperando para echar el pan al horno, que veo que hoy ha salido bastante caliente del trabajo.

       -Don Damián, ¿acaso está usted defendiendo a esta miseria?

       -¿Todavía se ha dado cuenta ahora? Retire lo de miseria, que para eso ya está la cantidad de tela que lleva usted encima, semeja usted salida de un local de alterne de los extrarradios de Madrid.

       -Es usted un desconsiderado, debería darle vergüenza faltarme al respeto.

       -Usted me faltó a mí al respeto cuando vino al teléfono a ponerme sus palpados senos ante mi vista, y no por ello me puse de esa forma. Es usted una guarra, y perdone el vocabulario, es más malsonante, pero más explícito.

       -Váyase usted a la mierda.-Finalizó alejándose por la calle.

       -Mientras no se aleje más, todavía estaré en ella.-Grité despidiéndola con el brazo.Me giré y pude ver como la señorita Montero esbozaba una leve sonrisa.

       -No lo recordaba a usted tan...agresivo.

       -Solamente hice lo que debía.-abrí mi paraguas y lo compartí con ella-Por favor, resguárdese dentro.
       -¿Quién era esa?-Preguntó ella aceptando mi invitación

       -Esa es la secretaria del director general, están prometidos por matrimonio concertado, pero la oí hablar esta tarde por teléfono con una amiga suya (así es que gastamos tanto teléfono) y dijo que tenía un amante; además tiene a media redacción engatusada con sus malas artes, se deja tocar las posaderas y todos sus demás atributos femeninos.

       -Disculpe mi vocabulario casero, pero eso se llama "zorrear".-Estallé a risas porque la chica tenía un vocabulario demasiado desarrollado, me temía que cambiaba de registro según la situación. Comenzamos a andar hacia una cafetería que había visto en mi huida y que creí muy elegante para estas situaciones.

      -Es usted una alegría de persona, de verdad.

      -Se equivoca, mi condición no me permite ser así. Usted sí es una alegría.

      -Depende para quién, fíjese en esa que acaba de salir espantada por mí.-ambos soltamos una carcajada y al momento nos quedamos en silencio mirando para el suelo mojado. Poco pude permitir que durara ese silencio.- Por cierto, está usted hoy muy guapa, no imaginaba a ninguna diosa tan bella como usted.

      -Don Damián, no se rebaje a mi nivel, haga el favor.

      -¿Mi presencia la incomoda? De ser así no la molestaré más, la acercaré hasta su casa y no habrá problema.

      -No es eso Don Damián, hay una gran diferencia entre nosotros, y no quiero que nadie lo humille por mi culpa, solamente es eso.

      -Por eso que no se preocupe, a mí me da igual lo que opinen de mí.-Llegamos a la cafetería, y me senté con ella en una mesa de con dos sillas. Estábamos solos con el camarero- A estas horas casi se apetece algo más un whisky o algo, ¿no crees?

      -Quiero un poco de licor de guindas.

      -Caballero, por favor,-llamé la atención del camarero-ofrézcale a la señorita un chupito de licor de guindas y a mí uno de whisky, por favor.

    Mientras el camarero preparaba las bebidas, saqué la tabaquera del bolsillo junto a las cerillas y me encendí un cigarro, para pasar el tiempo y aliviar el vicio. Ofrecí a mi compañera tabaco, pero lo rechazó con la excusa de que no fumaba. Nos bebimos nuestras copas, de tal modo que cuando salimos, un dolor de cabeza comenzó a apoderarse de mi azotea; pero sin embargo Doña Inés estaba como siempre. Volvimos a emprender la marcha, con muchas risas y con la excusa de que no me acordaba dónde era su casa, pude acompañarla con el paraguas para que no se mojara.

     Ya delante del portal de su edificio, nos paramos un momento y, no sé si por la borrachera o por otra cosa, los dos nos empezamos a reír como locos.

       -Señorita Montero, me lo he pasado muy bien con usted, espero que repitamos algún día.

       -Venga a mi casa este fin de semana, el doctor Puig se va de viaje y no necesitará mis servicios. No tengo mucho para ofrecerle, pero quiero pasar más tiempo con usted.

       -No me importaría, la verdad.

       -Hasta mañana, Damián.

       -Buenas noches, Inés.

    Su última reacción fue uno de los mejores besos que recibí en mi vida, largo e intenso. Me dejé llevar por la borrachera y ella de repente paró su beso. Bajó la cabeza y salió corriendo escaleras arriba llorando.

       -¡Lo siento mucho!

     En aquel momento,no supe qué hacer. Me limité a callar y regresar a junto mi "padre", que tenía sobras de la comida para la cena.


     



martes, 11 de agosto de 2015

III: El peligro de ser quién no eres

     Mientras removía la sopa incolora de mi anfitrión, del mismo modo, removía pensamientos en mi mente; y quizás los dos fuesen al mismo ritmo. Mi "padre" me miraba desconcertado, pero tampoco se atrevió a preguntar nada acerca de por qué mi bigote había desaparecido. Estábamos sumidos en el más absoluto silencio, que ya se hacía incómodo, aunque intenté romperlo y Freire se me adelantó.

       -Señorito Moreda...

       -Llámame Damián, debo acostumbrarme.

       -Nunca creí que usted tuviese semejante parecido con mi difunto hijo.

       -Por mucho parecido que mantengamos tu difunto hijo y yo, llegará un día que no podremos mantener a todo el mundo bajo una mentira tamaña. Y hazme el favor de tutearme, se supone que soy tu hijo.

       -Mientras dure, aprovechemos.

       -A todo esto, ¿conoces una chica rubia bajita que es criada?

       -Sí, conozco muchas, hijo. Vamos, que como no concretes más, no sabré nada. ¿Para quién trabaja?

       -Ni idea, no pregunté porque me conocía, y no quise quedar mal.

       -¿Llevaba un rosario en el cuello?

       -Ahora que lo dice... No me fijé mucho, pero yo diría que algo llevaba en el cuello con cuentas por debajo de la blusa. Quizás sea ella, sí.

       -Inés Montero. Sus padres murieron ambos en la guerra, y desde entonces trabaja para el señor Puig, un médico catalán que vive al final de la calle. Fue contigo al colegio, aunque no tuviste nunca interés por ella, para ti era una persona más.

       -¿Y entonces, tenía novia antes de irme a Madrid?

       -Sí, la hija del señor Puig, pero a mí me dijiste que habías dejado una nota en su puerta y la habías dejado.

       -Siento decírtelo, pero tu hijo era un asco de persona.

       -Era muy tímido, que es diferente.

       -Puede que fuera tímido, pero eso no se le hace a ninguna mujer. Son más que objetos, más que soportes para escobas y esclavas de las tareas del hogar; también tienen sentimientos, y más intensos que los hombres. El varón tiene una mente cerril y estúpida que la mayoría de las veces se ciñe únicamente al deseo sexual; pero sin embargo ellas no piensan de ese modo, lo que haría que el mundo fuese mucho mejor si desde el principio se les permitiese hacer lo que hacían los hombres. No crea nada de lo que Nóvoa Santos redacta, su pensamiento se ve afectado por un ideal misógino, créame.

       -No digo lo contrario, estoy de acuerdo contigo. ¿Por qué querías saber de esa muchacha?

       -Porque me tropecé con ella y la tiré al suelo, y para compensar la invité a un café esta noche.

       -Que eso quede en un café, Puig te partiría los dientes si se entera que rechazaste a su hija y ahora andas con la criada.

       -Tarde has hablado, ya le dije algún piropo y no me importaría que fuera mi pareja.

       -Damián, corta la situación a tiempo. Puig puede saber si eres mi hijo o no, es médico, y de derechas, te entregaría sin dilación si por alguna prueba sabe que no eres quién dices ser.

       -Está bien, se quedará en un café... Pero porque no quiero que te pase nada.

     Me terminé el plato de sopa y limpié el plato con pan duro. Freire, al fin y al cabo, solo quería protegerme. Salí un poco antes para acudir a la librería comprar algunos libros sobre la carrera de Letras, ya que debía estudiar por mi cuenta para evitar fallos innecesarios.


       -Lo que te cuento, don Damián ha vuelto de Madrid, me lo he cruzado por la calle, y me ha hablado.

       -Que no se entere doña Coral, se pondría histérica.-replicó otra criada, Encarna, mientras lavaban la ropa.

       -Pues hasta ha quedado conmigo, me ha invitado a un café, pero no voy a ir.

       -Tonta de ti. Aprovecha, mujer.

       -Pero me ha dicho a las 10, y a esa hora debemos estar las dos para servir la cena en el comedor. Sabes de sobras qué pasa si falta una de las dos.

       -Yo te cubro, mujer, por eso no te preocupes. Le diré a Puig que tienes fiebre y te has ido a casa. Vete ahora ya, péinate un poco y ponte guapa. Que se lleve más que una buena impresión de ti.

       -Me preocupa doña Coral.

       -Piensa en ti, mujer, doña Coral que se aguante. El pobre Damián la dejó porque le salieron unos cuernecillos, y enseguida supo que había hecho el amor con Simón, el mozo que trae el carro de la leche. Puso la excusa de irse para Madrid, pero todo el barrio sabe que la dejó porque se enteró que le había puesto los cuernos. Y bien que hizo.

       -Pobre don Damián. Quizás vaya a su cita.

       -Quizás no, ve. Yo te cubro.

       -Muchas gracias, Encarna, no sé como devolverte este favor.

       -No lo hagas, simplemente disfruta.-Se giró para mirarla, pero ya había huido del lavadero.

        

lunes, 10 de agosto de 2015

II: Inés

     Al salir de la redacción, decidí visitar a un barbero para ponerle fin a mi distinguido y particular bigote, y fue entonces cuando me sentí más Freire que nunca. Pasé a ser enseguida una réplica flacucha de Don Damián, en paz esté. El barbero no tardó en reconocerme por mi identidad falsa, y tuve que actuar la situación con bastante filosofía.

       -¡Freire! ¡Cuánto tiempo sin saber de usted!-el hombre, persona nueva para mí, semejaba alegrarse de mi visita y con este motivo, me golpeó la espalda-¡Ya lo teníamos olvidado a usted en el barrio!

       -Señor Burillo,-el nombre figuraba en el rótulo de su establecimiento- el olvido es inevitable. Llegará un día en que la humanidad quede reducida a cenizas y la faz de la tierra quede poblada solamente por cucarachas e inmundicia, que ni siquiera se acordarán de nosotros.

       -¡Veo que sigue usted como siempre! Siéntese, enseguida le quitaré ese mostacho que para nada le sienta favorecido.

     Entonces, me abstraje del mundo mientras el filo de la navaja recorría mi cara. No podía seguir ocultando mi identidad, antes o después se me acabaría el ingenio para salir airoso de este tipo de situaciones. Por mucho que me pareciese o me quisiera parecer a Damián Freire, seguía siendo Ángel Moreda. Un Don Nadie, un Sin Ser. ¿Debería decir la verdad? No, enseguida me matarían a mí y encarcelarían al pobre Freire. ¿Ocultarlo? La mejor solución, quizás, pero poco ética. La confusión reinaba entre mis sesos. Decidí aprovechar mi ingenio, pero tendría que andar con cautela, la mínima errata me arrebataría la vida.

     Vi en el espejo a Damián, el hijo de Freire, quizás más favorecido que en la fotografía. A paso de gigante, salí de aquel establecimiento tras pagarle su debido precio y dar las gracias tras numerosas despedidas. La campana de la catedral anunció la una del mediodía, así que apuré el paso para no llegar tarde a la hora de la comida en mi nueva casa. Tal era mi apresuramiento que no era consciente de que pasaba mucha más gente por la calle y acabé por chocar con alguien. Un visto y no visto, tan rápido e inevitable. Una chica rubia, de aspecto pobre y descuidado había caído al suelo por mi gran estupidez. Se levantó enseguida, y sin mirarme a los ojos, quiso retomar su camino de nuevo, aunque mi moral no pudo permitírmelo.

       -Perdone, señorita, ¿Se encuentra usted bien?

       -¿Don Damián?

       -¿Quién si no?

       -Creí que no volvería nunca de Madrid.

       -Igual soy otra persona,quién sabe.-bromeé sin saber qué hacer ni dónde meterme si ocurría lo que no debiera.

       -Ahora que lo dice, lo noto más flacucho, pero esa sonrisa no ha cambiado para nada.

       -Pues con esta sonrisa la invito a un café para compensar que haya sufrido los efectos de mi estupidez.

       -Deje de tratarme de usted, que una criada no merece ese trato. Y muchas gracias por la invitación, pero debo rechazarla. Me sabe mal que usted se rebaje a este nivel. ¿Qué dirían de usted si lo ven conmigo?

       -Una criada guapa también tiene derechos, digo yo. La trataré como se merece, sin más; por lo que la dejaré que se prepare para quedar conmigo. ¿Le parece bien?

       -No puedo, señor, debo servir a mis amos si no quiero una riña... Que no le parezca mal...

       -¿No puede dedicarme un momento por la noche? Verá, soy periodista y salgo tarde de la redacción.

       -Ojalá pudiera, señor. De todos modos, debo rechazar su invitación.

       -Respeto su decisión. A las 10 de la noche, a la puerta de la redacción del Diario de Burgos, por si cambia de idea.

       -Encantada de verle de nuevo. Que tenga un buen día.

     Huyó de mí como la liebre huye del zorro. Raro sería que me aguardase a la puerta de la redacción. Pude observar cómo mis dotes para tratar a las mujeres se habían oxidado tras casi 5 años sin tener novia; pero quizás alguien que no distingue clase social para sus amoríos posea tal destino. Nunca lo había pensado. Aún así, me habían entrado ganas de oler el dulce perfume femenino; por lo que acabaría sintiendo mucho que no fuera a mi convite.