sábado, 26 de marzo de 2016

XII: Trenes y campos.

     El tren era más caro de lo previsto. El dinero le era suficiente para llegar a Medina del Campo, con alguna sobra, y no le llegaba para llegar a Valladolid por unas pesetas. Y hasta Burgos... ni de broma.

       -Mierda.-Exclamó para sí misma, dando una leve patada a una farola. Ahora debía pensar en qué hacer: si volver a casa y aguantar a su madre energúmena, o si emprender el viaje hasta donde dieran los cuartos. Pensó detenidamente cada una de las consecuencias de cada opción, e, indecisa, se decantó por emprender parte del viaje.

    Compró un billete, se introdujo en el tren y tomó un buen asiento al lado de la ventana. El revisor hacía aspavientos en el arcén con su compañero. Resultaba gracioso verlos sin oír su conversación, imaginándose una conversación totalmente distinta. En su imaginación, el revisor, un hombre de gran mostacho, estaba quejándose de que las lentejas de su mujer estaban excesivamente saladas, mientras que el compañero, un chaval delgaducho, le decía que la sopa que le había dado su hermana por la mañana estaba insulsa.

       -Oh, vamos, Marina, ¿vas a caer en esos tópicos machistas?¿Por qué las mujeres deben cocinar siempre?- Pensó para sus adentros, imaginándose un nuevo diálogo en el que el revisor se quejaba de que el barbero no había podido arreglarle el bigote y el otro le replicaba que arreglar semejante bigote era imposible. Sonrió a la ventana, acordándose de su hermano. Sacó el retrato donde posaba en un estudio con ella en brazos, y no pudo evitar que una lágrima bajara por su mejilla.

     El revisor y el compañero entraron al tren, sellando los billetes de cada persona con mucha parsimonia. Mientras, un matrimonio con un niño se acomodó delante de ella, dando continuas instrucciones al niño sobre cómo comportarse. El niño, en su inocencia y su timidez, acataba todas las órdenes al borde de la lágrima.El revisor, mientras, se iba acercando cada vez más, hasta que lo tenía enfrente, a punto de abarcarla. Dándole educadamente los buenos días, le dio el billete, y el hombre de bigote se lo selló, sin preguntar nada al respecto. Seguidamente, el compañero delgaducho, con su viveza, observó un pequeño inconveniente.

       -¿Esta chica puede viajar sola?

       -Como cualquiera-Respondió ella, rozando la indignación.

       -¿Está tu padre o tu hermano por ahí? -Insistió el joven.

       -No, no están. ¿Y sabe qué le digo? Que estarían si no los hubiesen matado. Pero claro, usted eso ya no lo entiende. Y además, ¿qué pasa si una mujer quiere viajar sola?¿Acaso no sabe hacerlo del mismo modo que un hombre? -el revisor miro a su compañero con mala cara, mientras el chaval no sabía bien cómo reaccionar. Gran parte del vagón se quedó atónito, mirando la disputa- ¿Qué les sucede? ¿Acaso no saben asumir tampoco que han metido la pata?

        -Señorita, no tolero semejante tono. ¿Me hace el favor de relajarse, por favor?- Insistió el delgaducho- No puede viajar sola.

        -Explíqueme el motivo, si es tan amable -retrucó ella, mientras que el delgaducho no daba crédito a lo que estaba pasando-  ¿O es que soy una mujer, soy débil, y no puedo valerme por mí misma? Yo creo que mi billete está pagado como el de otro cualquiera, y tengo derecho a un servicio justo, y que por lo menos no se meta en mis asuntos. Y dicho esto, siga con su trabajo y váyase a la mierda.

     El delgaducho casi entró en cólera, pero el revisor se ocupó de retirarlo a otra estancia y calmarlo ante la situación. Después de la intervención, Marina recibió los aplausos de un hombre en los primeros asientos del vagón, al que no logró identificar en una primera vista. Se levantó, y fue a mirar qué sucedía con aquel hombre, si era que se estaba riendo de ella, o si era que realmente apoyaba lo que ella predicaba. Se encontró con un joven, de unos dieciocho años más o menos, de cabellos color heno y ojos azules. Debía admitir que estaba de buen ver, y parecía ser un burgués de los ricos. Al ver su aspecto de ostentación a la riqueza, se supuso que era un misógino empedernido, y que para nada le importaba la causa.

      -Creo que usted, por hoy, ya lleva una buena hartura de sarcasmo.

      -Y usted, señorita, una buena hartura de prejuicios. Créame, admiro la valentía que ha tenido al contestarle a ese bochinche deslechado de ese modo.

      -Entonces  creo que le debo una disculpa. Presupongo demasiado rápido, es una vieja costumbre.

      -Que no tiene nada de malo. Supongo que antes de nada, debo presentarme: Me llamo Maximiliano Martínez Triunfo, aunque prefiero que me llame Max.¿Le importaría desplazarse hacia este asiento?

      -Para nada.

      -Es que viajo solo, y como vi que usted también, pensé que no le importaría mantener una charla durante el viaje.-Marina cogió su maleta en su anterior asiento y se dirigió hacia él. De repente, él se levanta- Uy, por favor, disculpe mi descortesía. Deje que yo le lleve la maleta, ya que la hago venir. ¿Cuál es su nombre?

       -Mi nombre es Marina Moreda de Gutiérrez y Latorre. Supongo que tendrá curiosidad por mis apellidos. Mi padre fue simplemente un obrero, pero mi madre es la señora de Las Fraguas, un linaje que viene desde Carlos IV y que en su día tuvo éxito. Ahora, la única que queda es mi madre, y no se sabe bien si yo heredaré sus títulos nobiliarios, tal y como está todo.

       -Así que me he cruzado con una noble aquí en el tren.-Toma su mano, y le da un beso- Un placer, doña Marina (porque supongo que todavía no puedo llamarla "señora de Las Fraguas")

       -Puede tutearme si quiere.

       -Lo haré solo en el caso de que el cambio de trato se produzca igualmente de usted a mí.-El tren arrancó, dejando atrás la estación. Ella sintió un alivio al saber que a partir de aquel momento, su madre la perdería de vista.

       -No te preocupes. Creo que después de esto, hay suficiente confianza.

       -No lo pongo en duda. ¿A dónde te diriges?

       -A Medina del Campo.¿Y tú?

       -Yo voy a Burgos. ¿Sabes? Yo no soy de aquí de Madrid. Yo nací en Burgos y allí mismo me crié, pero uno se hace mayor y, en fin, debe estudiar para ser algo de provecho.

       -¿Qué estudias?

       -Medicina. -Marina asintió levemente, mirando a la nada.

       -Admiro tu valentía para poder afrontar la posibilidad de que alguien muera en tus manos. 

       -Yo no lo veo así. Yo quiero ayudar a la gente, sobre todo a aquellos que se aguantan las enfermedades porque no pueden permitirse un médico. Por eso, y porque en mi barrio hay un médico muy elitista que, sin tener idea de medicina, cobra un montón de dinero por tener una simple gastrointeritis. Todo el vecindario aguarda que aparezca otro médico al que acudir, y ese seré yo.

       -Oye, hay una cosa que debo contarte, mas debes jurarme por lo que más quieras que no se lo dirás absolutamente a nadie.

       -Claro, puedes confiar en mí.

       -Yo quería ir a Burgos,-dijo ella susurrando- pero mi dinero no es suficiente, y la situación corre prisa. Te contaré la historia desde el principio. Mi hermano era periodista en el ABC, pero unos compañeros suyos llevaron a cabo una denuncia para condenarlo a muerte, aunque eso mi madre y yo lo desconocíamos. Sabíamos que lo habían llevado preso, pero no sabíamos dónde. Nos pasamos días y días buscando en todas las prisiones de Madrid, pero en ninguna estaba, y eso que revisamos bien. Días después de que abandonáramos la búsqueda, nos llega esta carta -sacó la carta del bolso y se la dejó leer- tan misteriosamente que viene del cuartel de la calle Germán El Bueno. 

        -¿Y qué tiene que ver Burgos en esto?-preguntó el estudiante, extrañado, leyendo la carta- No te compliques Marina, seguramente está en un foso.

        -Déjame acabar. Me pareció muy extraño, ya que en Madrid nadie nos dijo nada de nada. Pero hay un dato más: las cárceles estaban que no cabía un solo alfiler más, lo que me hace suponer que, antes de la fecha establecida para aplicarle la pena de muerte, lo trasladaron a otro lugar. Y ese lugar creo que es Burgos.

       -¿Cómo has sabido que el lugar era Burgos? ¿No podría ser Guadalajara o Segovia?

       -Lo comprobé yo misma. Acudí a Correos con la carta y le pregunté al cartero de dónde venía. Me costó una disputa, pero al final cantó como un gallo. Creo que era un filatelista, ya que lo supo por el sello. Me dijo no sé qué de que el tren ese del dibujo era un cuadro de un pintor burgalés.

       -Pues ahora que lo dices, sí. Se llama Venancio. Suele estar vendiendo pinturas delante de la catedral.

       -Lo malo es que se me hará imposible llegar, y ni sé si estará vivo.

       -Por eso no te preocupes.-se levantó del asiento- Revisor, ¿me hace el favor de acudir aquí?

     El revisor, tras rascarse su bigote, acudió a su encuentro carraspeando.

       -¿Qué desea el señor?

       -La señorita ha decidido cambiar su destino. ¿Cuánto se debe abonar para completar el pago de Medina a Burgos?

       -Ahora no puede hacer nada. Lo siento señorita.

       -Le he preguntado cuánto se debe abonar.-Insistió el joven- No se me haga el escapista. Creo que ya me entiende.

       -Le he dicho que no puede cambiar su destino.

       -Tengo un amigo aquí en Madrid, Víctor Serrano, hijo de su jefe Juan Valerio Serrano. No sé qué sería de usted si le cuento a mi amigo el mal servicio que me han dado a mí y a la señorita aquí dentro.

     El revisor abrió los ojos como platos y, resignado, rebuscó en su bolsillo un taco de billetes. Tras buscar un buen rato, encontró uno a Burgos, y se lo dio a Marina. Le pidió el billete a Medina, y lo rompió en pedazos.

       -Muchas gracias, señor revisor.-Agradeció ella, con una sonrisa en la boca.

       -Eso está mejor.-afirmó el joven, intransigente- ¿Cuánto le debo?

       -1000 pesetas. 

       -Está bien -sacó un rollo de billetes del bolsillo de la chaqueta, y le dio las 1000 pesetas, y además de ello, sacó otro billete de 1000-Tome, esto por el billete, y esto por portarse bien. Espero que no se vuelvan a repetir incidencias de este tipo. -dicho esto, el chaval se volvió al asiento, tan ancho, y como si nada hubiese pasado. 

     Ella quedó prendada de él nada más ver la intransigencia que mostraba ante sus inconvenientes, con el añadido de que era comprensivo y simpático.

       -A mí no se me ocurriría eso ni aunque conociese al tal Víctor.-Dijo ella, admirada.

      -¿Sabes qué es lo más gracioso?

      -Dime.

      -Que ni siquiera lo conozco.-Inmediatamente los dos comenzaron a reírse a carcajadas. Tanto el uno como el otro habían encontrado un doble.

      -Ahora debo agradecerte lo que has hecho por mí. Y también debo decir que había perdido la fe en la humanidad, pero se me ha restaurado un poco.

      -Ahórrate la restauración. La humanidad no existe, solamente reside en unas cuantas personas entre las que estamos tú y yo. A todo esto, ¿cuando lleguemos te quedas en mi casa?

       -No estaría mal. Aunque si es mucho pedir, tampoco pasa nada.

       -¡Qué va a ser mucho pedir! ¿Dónde has de dormir si no?

       -Está por ver. 

       -De eso nada. Te quedas conmigo.

     Marina se quedó convencida y tras muchas risas y varias partidas de ajedrez, se apoyó con Max a admirar el paisaje castellano. Los campos infinitos, los campesinos en plena siega y los pastores trashumantes acabaron haciendo un somnífero para ella, que acabó dormida en el hombro del joven, que, al darse cuenta, no pudo evitar una sonrisa mientras leía un libro.



       -¿Dónde está Inés?-pregunté yo, mirando el reloj y temiendo tener que darle disculpas al conductor del automóvil.

       -En su habitación, acicalándose. Puede parecer que no, pero es presumida si se le deja.

       -Ya va...-dijo Inés desde dentro de la habitación, abriendo la puerta- Tampoco he tardado tanto, creo yo.

     Salió por la puerta y no pude evitar quedarme admirado al ver a la mismísima Afrodita en mi propia casa.Se había soltado el pelo, se había puesto el vestido que yo mismo le había regalado y se había puesto carmín en los labios. Todo ello hacía que comenzase a pensar que la belleza de las actrices de Hollywood se quedase pequeña a su lado. Estaba tan profundamente sorprendido de haber conocido cosa tan bella, que hasta estaba dudando de estar despierto.

       -¿Tu padre era escultor?-Pregunté yo, a punto de lanzar un piropo.

       -No...¿A qué viene eso?

       -Pues buen monumento ha hecho. -Ella, contenta, se rió mirándome.

       -¿Y tú vas a poder estar a sol?

       -Ya te dije, mi amor, que me sentía bien.

       -Lo decía porque los bombones al sol se derriten.

       -Te ha ganado ella -sentenció Freire- te lo ha echado sin que contaras con él.

     Yo sonreí, y por fin salimos. A la puerta, estaba esperando el automóvil. Enseguida nos subimos, entablando una amena charla con el conductor durante todo el camino. A medida que nos íbamos alejando de la ciudad, el campo y la llanura invadieron el paisaje. El trigo estaba todavía algo verde y la colza comenzaba a echar sus flores; y su dominio se extendía desde el borde del camino hasta el más profundo horizonte, donde se confundía con el cielo totalmente azul. El camino, después de todo, era corto, ya que había elegido un destino más o menos cercano, Tobar. Una vez alcanzado el centro del pueblo, una plaza donde se distinguía de lejos una iglesia con un campanario de planta cuadrada, el cochero se fue y quedó de venir a recogernos a las ocho de la tarde. Nosotros, más extranjeros que nadie, despertamos el interés de varios campesinos, que nos miraban extrañados.

       -Estaría bien hacer una trastada.-dije, poniendo las manos detrás de la cabeza.

       -¿Qué tipo de trastada?-preguntó Inés,casi molesta.

       -¿Y si nos hacemos pasar por los duques de Alba? Esa pobre gente ni se dará cuenta.

       -Damián, eso está mal. Anda, vaya ideas tienes.

       -Entonces, por tu mismo procedimiento, yo debería estar ya muerto. Recuerda, de Damián solo tengo el nombre.

       -Cierto es. En fin, no nos la juguemos. Mejor no.

       -¿Y si nos hacemos pasar por los señores de Las Fraguas? Ahí no mentiríamos.

       -Mentiríamos otro tanto. Déjalo ya.

       -¿Y si soy el heredero de la señora de las Fraguas? Igual hasta te sorprendes.

     Ella se quedó callada por unos instantes. Yo no pude evitar mirarla sonriendo, ya que le había dado una pista considerable, que la ayudaría a descifrar todo lo demás.

       -Así que esa es tu verdadera identidad. Supongo que ahora tendré que descifrar el apellido, también.

       -El que me dio el pobre de mi padre no te lo diré, que si no te facilito mucho la investigación. Mi segundo apellido es Gutiérrez y Latorre. Lo demás, ya sabes, corre a tu investigación.

       -A buen encargo me sometes.

       -De ello dependerá que tú misma conozcas mi identidad, así que debes esforzarte.

     Inés se quedó con la cabeza gacha, asintiendo. Temía estar pasándome con ella, pero debía aprender a sacar conclusiones por sí misma y aprender a consultar distintas fuentes para informarse. Si pasaba mucho tiempo, se lo acabaría diciendo, porque no era nada justo todo lo que le estaba haciendo. Vi un hombre dirigiendo su caballo a pastar y se me ocurrió la idea de ir a pasear a caballo, pero me acordé de que con vestido es difícil montar, lo que me tiró algo para atrás. Aún así, no pude evitar sacarle tema de conversación.

       -Caballero, ¿me disculpa un momento?-El campesino se giró y, sin mucho interés, se rascó el mentón.

       -Dígame, señor.

       -Necesito utilizar alguna finca de este pueblo para una observación ornitológica. Como supongo que no entenderá mi vocabulario, se lo explicaré en palabras más sencillas. Me dedico a la catalogación de nuevas especies de aves, y me han dicho que por esta zona ronda una especie extraña, así que me haría un favor si me dirigiese hacia un lugar donde abundasen los pájaros.

       -Aquí no hay nada nuevo. No pierda el tiempo, la ave más rara que verá será una gallina.

       -Insisto.-Saqué mi tabaquera del bolsillo, y, metiéndome un cigarro entre los labios, le ofrecí- ¿Quiere uno? Es de importación especial de Cuba.

     Él aceptó el ofrecimiento, y tras servirse el cigarro que mejor había liado y que me reservaba para después, dejó que yo mismo se lo encendiese. Después de que el hombre diese una calada, el caballo bufó, como si negase el buen sabor del humo.

       -Pues sí que es del bueno. Acompáñeme, iremos a mi casa. Yo no entiendo mucho de eso que usted pide, pero a ver si mi hijo puede ayudarle.

       -A todo esto, no me he presentado. Mi nombre es Hermenegildo José Sampedro, y ella es mi ayudante, Sara Alonso.-Pude ver cómo Inés se echaba la mano a la boca, aguantándose la risa.

       -Yo soy Jose, aunque todo el mundo me llama Pepote.-nos detuvimos en una casa de aspecto pobre, y se metió dentro de ella, haciéndonos esperar fuera con el sol que hacía. A los pocos minutos, salió un chaval de unos 17 años, vestido con un atuendo harapiento, y con la cara manchada de tierra.

       -Buenas tardes -saludó- y disculpen mi desaliñado aspecto, pero ya saben lo que tiene el campo. ¿Qué querían?

       -No te preocupes, chaval, que nosotros tampoco somos de tan alta alcurnia. Primeramente, antes de responder una pregunta, como buen descendiente de gallegos que soy, debo responderte con otra pregunta. ¿Estabas trabajando?

       -¿Y qué iba a estar haciendo si no?

       -¿Y tienes ganas de trabajar?

       -Ya sabe usted que ningunas he de tener, pero por deber, debo hacerlo.

       -Entonces, ¿quieres acompañarnos a una finca que tú conozcas, a poder ser lejana al núcleo del pueblo? No tendrás por qué decirle nada a tu padre. Solamente tienes que decirle que nos acompañas a ver pájaros.

     Al chaval se le iluminó la mirada. Sentí que lo acababa de librar de un gran peso, y enseguida se lavó la cara en el bebedero que había delante  de su casa para emprender un paseo con nosotros. Aún así, volvió a su casa para coger una silla para el caballo y, de paso, discutir un poco con su padre. Allí dentro se oía una fuerte discusión. Inés y yo, pegados a la pared y evitando el sol y el calor, nos mirábamos mutuamente, esperando a que él saliese. Salió con la silla en mano, y con una marca de una mano en la cara. Yo no fui capaz de decirle nada en aquel momento, simplemente me limité a mirarlo con pena, a punto de encender un cigarro y ajustándome el sombrero. Inés, sin embargo, al verle la bofetada, se estremeció y fue junto a él.

       -Oye, ¿estás bien?

       -No se preocupe, señorita, no es nada del otro mundo.

       -Sí es algo. Yo fui criada en su día y el patrón me las daba a diario, por lo que sé bien lo que se siente, y sé también que duelen más emocionalmente que físicamente.

        -Se lo repito, no pasa nada.

        -Chaval -dije yo, acercándome a él- toma un cigarro, anda, y vayámonos de aquí.

        -¿Sabe usted montar a caballo?- Preguntó él, cogiendo un cigarro, y dejando que yo mismo se lo prendiese.

        -Sí.

        -Pues lleve a la señorita con usted, que no quiero que se les estropeen los zapatos tan bonitos que llevan.

        -¿Y tú? ¿No sería más propio que fueses tú en el caballo?

        -No, hombre, que no quiero que se estropee los zapatos, y yo los zuecos no los fastidio.

        -No permitiré semejante injusticia -intervine yo-  que el caballo es tuyo. ¿Cabemos los tres en el lomo?

        -Por caber, sí, pero el pobre Rodolfo me da pena. No puede cargar con tanta gente.

        -Si estamos los tres esqueléticos.-argumenté yo- ¡Qué va a cargar si nuestros pesos bien suman el de persona y media!

        -Viéndolo así... Pues tiene razón. Yo iré delante,-propuso, subiéndose al animal- usted ayude desde abajo a la señorita a subir.

      Primero terminé el cigarro, y él también, subido al lomo del caballo. Admiró su exquisita calidad, y mientras, se presentó. Lo que me llamó la atención era su vocabulario, que era demasiado desarrollado para ser un simple campesino con formación elemental. Algo me decía que ese chaval era hijo ilegítimo de algún poderoso, de ahí el mal trato con su padre.

       -Me llamo Fernando. Es para que no me llame "chaval" siempre.

       -A tu padre le he dicho que me llamo Hermenegildo José Sampedro, mas creo que a ti debo decirte la verdad. -A Inés se le iluminó la cara cuando dije "la verdad", pero no sospechaba para nada que se llevaría un chasco- Me llamo Damián, Damián Freire.
 
       -Ha hecho bien en no decirle su nombre real, ya que es capaz de denunciarle. Usted no se preocupe, que de mi boca no saldrá nada. -dijo, fumándose una calada, y soltándola después de aprovecharla bien- ¿Y la señorita como se llama?

       -Inés Montero.-Contestó ella misma, mientras acariciaba el caballo.

       -Pues doña Inés, es usted una belleza. No he visto mujer como usted en toda mi vida.

       -No me eches flores, que no es para tanto. Puedes preguntarle a cualquier persona de Burgos que te dirán que no hay mayor adefesio que yo.

     Yo estaba comenzando a admirar la inteligencia del caballo. El caballo acababa de negar con la cabeza lo que Inés decía y se quedó sonriendo hacia ella. No sabía bien si comenzar a sentir celos de un caballo de carácter de viejo verde, pero aún así, no lo perdía de vista.

       -Bien equivocados que están-con la misma, acabó el cigarro antes que yo y tiró la colilla al suelo- Acérquese, señorita, que ya nos vamos.

     Yo suspiré, tirando lo poco que me quedaba de cigarro y mirando al desconsiderado del caballo. No recordaba bien cómo se montaba a caballo, la primera vez que lo hice fue en el pazo que tiene mi madre allá en algún lugar de Lugo, que no recuerdo bien cómo se llamaba.Era solamente un niño de unos tres o cuatro años, por lo que mis recuerdos son más próximos a una simple reminiscencia que al recuerdo en sí. Recuerdo que a uno de los paseos de mi madre por la aldea, nos llevó a Hortensia, la criada, y a mí. Paró en una casa de unos campesinos muy humildes que, ahora que lo recuerdo, le pedían un préstamo de dinero para poder enviar a su hijo mayor a Argentina, para asegurarle un futuro mucho más exitoso que el que ellos habían tenido; aunque no recuerdo bien si se lo había dejado o no. Lo que más me pesó, en mi ingenuidad, fue que Hortensia me prohibiera jugar con dos niñas que estaban jugando a la rayuela con el argumento de que eran niñas llenas de enfermedades y que no me convenía juntarme con ellas. Si hubiese sido hoy...¡Pobre de ella! Aún me pesa hoy. Ellas me miraban y hablaban entre ellas en gallego, y una de ellas hasta me hizo una señal para que las acompañase en el juego. Al ver que yo no daba respuesta, la pobre, con la falta de formación que debía de tener, me dijo algo así como "¿Vés jugare con nós?", y yo, ante la falta de permiso, negué tímido con la cabeza. Entonces, apareció un jovenzuelo a caballo, que debía ser el que quería irse a Argentina, que me invitó a subir a dar un paseo con él. Mi madre, contenta, me dio permiso y fui a ver el monte con él. Y a partir de aquí, ya no recuerdo bien qué pasó. Me suena algo de ir a la casa del alcalde, pero no recuerdo bien. La segunda vez que monté a caballo, cómo no, me la proporcionó el señor Servicio. Entonces ya llevaba años sin veranear en Galicia, ya que mi padre, en su estúpido intento de querer ostentar a poco, se lo prohibía a mi madre. ¡Menudos golpes me he llevado algunas veces en el Servicio con el caballo! El caballo, en su mal genio diario, no se llevaba nada bien conmigo y quería que se notase tirándome de sus lomos al menos una vez a la semana. Y hasta parecía divertirle que me llevase las riñas del teniente que le corresponderían a él. Hacía tanto tiempo que no montaba, que temía que este caballo fuese como el del servicio y me tirase de sus lomos.

     Ayudé a Inés a subirse al caballo, agarrando bien su culo. Pensamientos eróticos comenzaron a fluir por mi sucia mente de hombre, aunque fui capaz de cerrar el flujo al instante. Después me subí yo y el chaval avisó que me agarrara fuerte, que mi sitio era el peor de todos y que corría más riesgo de caerme. ¡Y sin silla! Ya solo de imaginarme el dolor en mis partes viriles, ya me retorcía. Inés cuidaba de la cesta de la merienda y de su bolso como si de hijos se tratase, no los soltaba para nada. Detrás de ella, y mientras el condenado del caballo se abanicaba bien golpeándome las nueces reales, no pude evitar agarrarme a sus caderas. Ella, admirando todo lo que la rodeaba excepto a mí, ni se enteró. Intenté abstraerme de todo. Me abstraje. Me acordé de que mi hermana, una vez, siendo niña, me había robado la cámara de la redacción y me había sacado una fotografía sentado a la máquina de escribir en casa. Al ver el resultado, no pude evitar ver que ella tenía un pequeño don para captar momentos en una imagen, y yo debía, igualmente, devolverle el favor. Le hice una fotografía con la fotografía que ella misma había sacado en la mano. Era una lástima que todo ello hubiese quedado en Madrid. La echaba de menos. Si algo deseaba en este mundo era poder verla y decirle que no estaba muerto, que la pobrecilla bien se habría llevado un buen golpe. Y tampoco me quiero imaginar el ambiente de la casa. Mi madre y mi hermana se llevan peor que el perro y el gato, motivo de diarias disputas entre ellas que yo debía resolver, aunque los últimos días que estuve en mi casa, ni siquiera se dirigían la palabra. Era algo normal. Mi madre, obviamente, tiene unas ideologías conservadoras que hacen que, según su patrón de educación "de niña", mi hermana deba dedicarse a bordar y tener una educación de suma y resta. Yo la convencí de que debía educarla como me educó a mí, y le recomendé que la encomendase a algún fotógrafo,que ella bien valía para el oficio. A eso se negó rotundamente. Un día, discutiendo entre ellas, mi madre le negó los títulos, la herencia y le cortó el grifo. Intenté convencerla de que lo que estaba diciendo era una barbaridad, pero se negó a rectificar. Mi sueldo era insuficiente para mantener a mi hermana y los intereses de mi madre, y Marina, consciente de ello, se empleó de criada en casa de un gilipollas parecido a Puig para que no tuviese que hacer horas extras a diario para lograr mantenerla. No pude convencerla de que daba igual. Aún así, como ella es inteligente, fuerte y se hace valer, no hay gilipollas que la pare. Mitad de las sirvientas de Madrid habían pasado por aquellas paredes, y ninguna de ellas había sido capaz de aguantar allí dentro. Sin embargo, mi hermana, al primer golpe, se tiró al pescuezo del hombre con un cuchillo jamonero y lo avisó de lo que le podría pasar como no hubiese un mínimo de respeto hacia ella. Al hombre no se le ocurrió mejor cosa que despedirla, pero al mes, la volvió a contratar porque ninguna criada quería ir a servirle por su mala fama.

     Una vieja encina en medio de los campos parecía ser nuestro destino. Tuve que volver a la realidad, por mucho que me doliesen las nueces en ella. Y por fin, el dolor cesó. El chaval se bajó del caballo, invitando a Inés a tirarse en sus brazos. Pero Inés, gracias a Dios, en su inteligencia, prefirió quitarse los tacones y bajar ella misma del caballo. No pude evitar que la palabra "zasca" saliese de mis labios, fue un acto instintivo de machito. Ángel, por Dios, no seas tan hombre, recuerda que debes aprender a ignorar tus instintos primitivos y comportarte como alguien racional. Entonces me bajé del caballo, y ayudé a Inés a extender la colcha debajo de la sombra de la encina. El chaval, mientras tanto, fue a atar el caballo a la encina. El cielo estaba totalmente despejado y el sol incidía violentamente con sus rayos en nuestros cuerpos.Quitándome el sombrero y ya notando perfectamente empapadas mis axilas, me quité la chaqueta y vi la camisa sudada de arriba a abajo, por lo que decidí quitármela  y enseñar mi costillar bien marcado.

       -Don Damián -dijo el otro, sin perderse detalle- está usted como un rastrillo, si me lo permite.

       -Si es eso lo que más te alarma, no te preocupes, cosas peores verás en este cuerpo.-No dudé en girarme indiferentemente para que viese las marcas de la tortura. En un primer momento pareció no fijarse, pero cuando logró verlas y asegurarse de que lo que estaba viendo era cierto, enseguida vio mis verdaderas intenciones con la frase.

       -Madre mía, señor, ¿qué le han hecho en su costado? Parece que lo hayan rajado o algo.

       -La Guerra deja sus secuelas. ¿Te imaginas que te rajen a navajazos en vivo para confesar?

       -Señor, no quiero saber más de ello.-negó él, quitándose la camisa- Ahórrese los detalles pudorosos.
     
       -Pues yo no temo esas marcas. -interrumpió Inés- Si las tiene, es porque ha sobrevivido a lo que hubo antes, que era mucho peor. Y si ha sobrevivido, es porque lo ha forjado Dios con su mejor material y lo ha hecho duro y resistente.

       -Dí que sí, palomita, que a tu "Angelito" no lo mata cualquiera.

       -Si me disculpan, señores, voy a descansar un rato, que nosotros, la gente de campo, solemos despertarnos unas pocas horas después de acostarnos.- dijo, recostándose en la encina- No se alarmen si oyen algún ronquido.

     Me alegré tanto de que se echara a dormir, que tuve ganas de pegar un salto. Pero sin embargo, preferí acostarme en la colcha al lado de Inés, con las manos detrás de la cabeza, haciendo de almohada y dejando ver la pelambrera de las axilas. Mirando al cielo, no pude evitar seguir pensando en mi hermana. ¡Joder! La dejé en Madrid todavía con resquicios de niña, y, si la vuelvo a ver, ya estará hecha una mujer. Me voy a perder el momento más importante de su vida, y sin darme cuenta.

       -¿En qué piensas?

     Yo la miré desconcertado. No sabía si decirle que echaba de menos a mi hermana delante del mastuerzo que todavía estaba consciente, pero se me ocurrió una idea que valdría la pena probar. Me incorporé y rebusqué en el bolsillo de la chaqueta buscando mi cartera, donde tenía una fotografía de cédula de Marina de niña.

       -La echo de menos.

       -Es tu hermana, ¿no?

     Asentí.

       -Qué linda. Se parece mucho a ti.

       -Pues serás la primera persona que así lo piensa. Todo el mundo dice que ella se parece a mi madre y que yo me parezco a mi padre.

       -No conozco a tus padres, por lo que no puedo juzgar.

       -En esta foto tenía cinco años. Ahora tiene quince, ya casi es una mujer.

     Ella, mirándome, me cogió de la mano, haciendo un contacto cariñoso conmigo. Me miraba con unos ojos de caramelo que casi me costaba observar prolongadamente de lo bellos que eran.

       -Tranquilo, no pienses en ello. No vas a poder volver a verla, sé que es duro, pero no debes desesperar. Simplemente, llévala aquí -me señaló el pectoral izquierdo- y jamás desaparecerá de tu vida. Será como un amuleto.

       -Tan fácil de decir... y a la vez tan difícil de hacer...

      Ella, consciente de que estaba sufriendo, me cogió con dulzura y me obligó a acostarme en su regazo, donde me acariciaba el pelo y las mejillas. No tardé mucho en caer dormido.

     Había salido de casa temprano para tomarme un café en la cafetería donde invité a Inés en su día. De camino a la redacción y pasando por delante de la casa de Puig, pude oír unos gritos que me resultaban familiares. Comencé a agudizar el oído y a seguir su procedencia. Cada vez eran más y más cercanos, se oían mucho más. Pude oír una petición de ayuda de otra voz distinta. Giré la calle y me quedé atónito. Puig estaba golpeando a un joven en la cara, sin piedad alguna, mientras mi hermana observaba la escena con la cara llena de lágrimas. Entonces Puig se acercó a ella, bajándose los pantalones, mientras ella retrocedía lentamente con ganas de escapar. Yo estaba impotente ante la la situación. 

     -¡Ángel! ¡Ayúdame!

     Entonces, desperté. Inés me miraba desconcertada, acariciándome la cara, que estaba húmeda de las lágrimas. Me incorporé y miré a mi alrededor, quedando aliviado después de que todo ello solamente fuese un sueño.

       -¿Estás bien?-preguntó Inés, preocupada- Hace un rato que lloras.

       -No te preocupes, solo ha sido un sueño. ¿Cuánto tiempo llevo dormido?

       -Poco más de una hora. Quise despertarte, pero no sabía si las lágrimas eran de emoción o de tristeza.

       -De tristeza. Quiero borrar ese sueño de mi mente, era horroroso.

       -¿Qué era?

       -Otro día te lo contaré, que prefiero no recordarlo.-observé que tenía una columna de un periódico en la mano, recortada.- ¿Qué tienes ahí?

       -Una columna del ABC que recorté por la mañana. La leí por casualidad y me pareció tan bonita, que la guardé.

       -¿Me dejas ver? -tomé la columna y me dispuse a leerla. Cuando vi el nombre de Jerónimo, no pude evitar sonreír y cogerle cariño a la columna que había escrito, evidentemente, en mi honor- Palomita... ¿me estás diciendo que después de leer esto, tus investigaciones no han dado frutos aún?

     Ella me arrebató la columna de mis manos y, sin leer mucho, sonrió y me miró contenta. Sabía perfectamente el fallo que iba a cometer, era obvio lo que iba a decir.

       -No pensé que fuese tan fácil.

       -Y no lo es. Piensa bien lo que vas a decir, yo no he escrito eso.

       -Entonces...-se puso la mano al lado de la boca, con la buena intención de susurrar sin que se diese cuenta Fernando, que se encontraba ya en el tercer sueño- ¿no eres Jerónimo?

     Negué con la cabeza. Ella retomó la lectura de la columna, que casi se la sabría de memoria, y tras varias lecturas, cayó en la cuenta de que la respuesta estaba en el título. Había que decir que Jerónimo no se había mojado mucho poniendo sólo con mayúscula el "Ángel" del título, la verdad.

       -¿Lo tienes?

       -Creo que sí.

       -Pues venga, soy todo oídos.

       -Te quiero, Ángel.

     Sonreí y la cogí bien para que probara uno de los besos del Ángel de verdad. Estábamos enganchados por la boca como dos vagones, y poco a poco fui bajándole la cremallera del vestido por detrás, sin que ella presentara problema alguno. Literalmente encima de mí, se apartó hacia un lado, se quitó el vestido y el sujetador, y ya de paso, me desabrochó el cinturón y me quitó el pantalón y los zapatos. La pintura de la Venus de Botticelli vino a mi mente tras ver sus poderosos senos al descubierto. Numerosos querubines bajaban del cielo en aquel momento, bendiciéndome con la tan deseada pérdida de la virginidad ya que, como buen caballero, soy virgen porque nunca he probado métodos de autocomplacencia, pero como buen hombre, tenía el impetuoso deseo de perderla.

       -Satanás, gracias te doy por los dones que me das para consumar el pecado que nunca he cometido.

       -¿Nunca has...hecho "eso"?-Preguntó ella, alarmada.

       -La única vez que tuve la oportunidad, la perdí por mi hermana. Pero eso ya te lo contaré otro día, que es una historia muy larga.-no pude evitar bajarle las bragas paulatinamente.- Ya hablaremos de ello otro día.

        -Oye, Ángel... Mejor no. -dijo, apartándome la mano de la braga- Prefiero que vayas a las prostitutas y pilles práctica, no quiero ser yo la que se lleve tu primera vez, que la gente no sabe hacer otra cosa además de hablar.

        -Palomita, no te enfades, anda. Piensa que mi virginidad se la ha llevado la hija de Puig, y ella es la que se lleva la fama de puta que tiene bien merecida.

        -Aún así. Yo te quiero, pero me da pudor llevarme esa primera vez.

        -Para ti la tiene el diablo reservada.

        -Venga, está bien... Eres un diablo dentro de un Ángel, menuda ironía.-dijo, bajándome lentamente los calzoncillos

        -Ya casi pareces mi mentor, me decía eso mismo. Qué buen hombre. Se llamaba Leopoldo Pérez. Solamente por acordarme de él, me doy cuenta de que todavía no te he contado buena parte de mi vida.

     Ella simplemente sonrió. Yo ya había intervenido en la eliminación de su ropa interior, y por fin nos habíamos encontrado tal y como Dios nos trajo al mundo. Mi mentor me había enseñado que si la primera vez era con una mujer ya estrenada, todo era mucho mejor, lleno de sensaciones próximas a lo celestial y casi extracorporales.  Todas aquellas sensaciones, totalmente nuevas para mí, me condujeron a la misma gloria. Eran como las alfombras florales, primero se hace el camino bonito para que luego pase la procesión, y al final, acaba brillando más la propia procesión que la alfombra que tanto tiempo llevó preparar. Y cuando pasó la figura principal, me quedé exhausto. Ella parecía disfrutar la procesión más que yo,y a pesar de los tambores, Fernando ni siquiera se despertó. El caballo era ateo, me giró la mirada por llevar a la chica que le gustaba a ver la procesión. La figura principal, la del Cristo muerto, se paró delante de nosotros, con todos sus tambores y toda su magia. Pude sentir que mi alma ascendía a su derecha, con todo el placer posible, a acompañarlo en su viaje al cielo. Pero entonces, la imagen se alejó, dejándonos con las ganas de verla más tiempo. Aún así nos quedamos simplemente mirando la bonita alfombra que no saciaba para nada las ganas del momento más interesante de la procesión.

       -Quién diría que nunca lo habías probado-dijo ella, acariciándome el pecho.

       -¿Ves como no pasa nada?

      -Pues tu primer intento te salió mal. ¿Cómo fue?

      -Fue hace unos cinco años. Una vez, mi madre me mandó a comprar pan por la mañana antes de irme al trabajo, y ahí fue donde empezó la sarna. En la cola, por delante, estaba una chica que nunca había visto, pero que era muy guapa y se había ocupado bien de seducirme mientras esperábamos a que la cola avanzara. Tenía unos ojos extremadamente bonitos, la parte colindante con la pupila era verde, y el resto del iris era de color azul eléctrico, y sabía usarlos bien para atraer a los hombres. Estoy seguro de que tiró las monedas adrede para que yo la ayudase, y que surgiese todo. Yo, de tonto, la ayudé y cuando me tocó comprar el pan, aproveché para comprar un pastel y regalárselo, ya sabes que yo soy así.

       -Y ojalá nunca cambies.-Intervino ella, atenta.

       -A veces no debería ser tan tonto. Y no lo digo por ti, palomita, lo digo por la hija de siete padres esa. No sé cómo no la vi venir. Se llamaba Luz, y era muy posesiva. Me quería a todas horas con ella, y ni siquiera me dejaba trabajar tranquilo. Me llamaba a la redacción todos los días, y se presentaba allí en todos los descansos. En vista del panorama y de que todos mis compañeros se reían de mí, decidí pedirle al jefe una corresponsalía para librarme de semejante bochorno, aunque yo por aquel entonces todavía la quería. Unos días antes de irme, la invité a cenar a mi casa, para presentarle a mis padres y a mi hermana. Cuando llegó conmigo, le pareció muy mal que según llegase, mi hermana (que entonces tenía 10 años) me abrazase. ¡Ni que fuese tan raro!

       -Es decir, que tuvo celos de tu hermana. Menuda cerda.

       -Una noche quedamos para hacer el amor, en mi casa, porque ella temía que la pillasen sus padres. Cuando por fin estábamos desnudos, mi hermana se despertó y fue al escusado. Yo, consciente de que me iban a pillar, la obligué a vestirse y a largarse por la puerta de servicio. Le pareció fatal no poder hacerlo, insultó a mi hermana con todas las de la ley, y eso sí que no se lo perdoné. Es más, para evitar que se vengase, que la veía capaz, me llevé a mi hermana a Francia durante un año. Allí ella pudo estudiar bachillerato, y yo me convertí en un periodista bastante influyente, pero enseguida tuvimos que volver, ya que mi padre murió asesinado en el trabajo. No sabemos todavía a día de hoy quién fue.

       -Yo jamás tendría celos de tu hermana, hasta me cuesta creer que haya alguien capaz de tener celos de una criatura de 10 años.

       -Recuerda que ahora tiene 15, y está de buen ver.-dije yo, con intención de picar.

       -La has criado, no seas cerdo.-protestó, mirándome mal.

       -Tranquila, jamás sería tan sucio como para eso. Es mi hija postiza, la crié yo y viví todos los momentos difíciles con ella en Francia. Yo, en desconocimiento de que las mujeres sangrabais una vez al mes, me alarmé demasiado al verlo en ella por primera vez. Lo recuerdo perfectamente. Una noche, viene ella a mi cuarto quejándose de dolor de vientre y con lágrimas en los ojos.

       -Duele mucho, sí. Es un dolor que parece que has roto algo por dentro.

       -Yo, como no tengo grandes facultades de médico, llamé a un doctor en plena noche para que viniese a mirar qué sucedía. Él la auscultó, y le hizo unas cuantas preguntas, y, extrañado, ordenó que se quitara el camisón del todo. Cuando vimos todo ensangrentado, enseguida cayó en lo que era, mientras yo casi muero del susto. Comenzó a explicarle qué estaba pasando, y yo también atendía con interés a la explicación, ya que me pareció una cosa extremadamente rara. Le recetó reposo, que se pusiese algo caliente en la barriga y le dio un brebaje para aliviar el dolor. Hoy por hoy, me alegro de no haber abierto mucho el pico aquel día, menuda ignorancia.

     Inés comenzó a reírse de mí, mientras comenzaba a vestirse. Había que decirlo, todo parecía un chiste. Yo también me puse mis calzoncillos y los pantalones, pero me dejé los pies descalzos, para sentir la brisa en mis pies. Fernando parecía una orquesta con sus ronquidos, no se enteraba de una, era como una roca que roncaba. El caballo se había puesto a pastar, indiferente a la situación.

       -Don Hermenegildo.-bromeó Inés.

       -Doña Sara, dígame.

       -¿Tienes un espejo?

       -No gasto de eso, palomita. ¿Para qué lo quieres?

       -Es que no veo para peinarme y repasarme los labios. A todo esto, deberías limpiarte los labios y el pecho, que te los he dejado marcados de carmín.

     Me reí y fui a buscar el pañuelo a la chaqueta, para limpiarme. Me limpié todo el pecho, dejando el pañuelo de color rosado. Me lo pasé por los labios, y ahí el pañuelo ya se puso casi de color rojo. Inés me miraba, y me decía por dónde me quedaba todavía, pero yo, en mi inutilidad, no daba con los sitios, y terminó por coger el pañuelo y limpiarme ella misma. Yo, entonces, debía devolverle el favor, aún sin haber hecho nunca lo que estaba a punto de hacer. Le pedí la barra de labios y se los pinté yo mismo y, a mi sorpresa, me salió bien. Ella se soltó su rubia y rizada cabellera, que llegaba poco más abajo del hombro y que lucía al viento como la de una diosa del Olimpo, para luego comenzar a comer los aperitivos que ella misma había preparado. Se acercó a Fernando y lo despertó tapándole la nariz y la boca, para llamarlo para que merendase con nosotros. Él, al ver comida "de ricos" enseguida se unió al convite y comió más que nosotros dos juntos, alegando que nunca cosa tan buena había probado.

     Por un instante, recordé el reloj. Miré y casi me da un infarto.Eran las ocho menos diez, y mi reloj iba atrasado dos minutos. Alarmando a Inés y a Fernando, recogimos en cosa de un minuto, y nos subimos en el caballo a toda leche. Cómo no, otra vez me tocó el peor sitio de todos, pero los nervios de quedar mal con el taxista me impidieron abstraerme del mundo. Aún encima, ahora me tocaba comerme el pelo de Inés. Si no fuese porque llevábamos prisa, diría que el caballo lo hacía a propósito. Con las nueces bien doloridas, llegamos a la plaza y el cochero ya estaba apoyado en el coche, esperando mientras se fumaba un cigarro con tranquilidad.

       -Podían haber apurado menos. Hoy no tengo prisa.



       -Menuda falta de respeto a su persona sería.-dije yo, saludándolo.

       -Si me disculpan, yo me voy a mi sitio...-anunció Fernando, alejándose.

       -Chaval -intervine yo, quitando la cartera- Muchas gracias. Aquí tienes, 1500 pesetas, y gástalas cuando creas más oportuno, y que no sea en tonterías.

       -Señor, pero si yo no...

       -Como no las aceptes, lo tomaré como una falta de respeto. Tú verás.

     Él, cogiendo el dinero tímidamente, me lo agradeció y se fue con el caballo a su casa. Pude ver cómo se guardaba el dinero en un bolsillo, para que nadie lo viese. Inés y yo deshicimos el camino que ya habíamos hecho. Yo estuve hablando con el taxista todo el camino, y cuando me di cuenta, Inés había caído en las manos de Morfeo. Cuando llegamos al portal, había un coche en la entrada. Para nada sabía lo que me esperaba en casa.

       -Don Damián Freire, nos haría un gran favor si nos acompañase al cuartel. Debemos hacerle unas preguntas con respecto al asesinato de don Simón Fernández.

     Sin que yo contara, el más grande de los agentes que había invitado aquella fatídica noche, junto a otro que resultaba desconocido, habían venido a arrestarme para un interrogatorio. A Inés casi le da algo allí, se quedaba llorando como una descosida, mientras Freire la recogía del suelo animándola. No me gustaba para nada la última estampa del piso. Pude ver como el vecino de enfrente, don Vicente, un viejo militar ya retirado, abría la puerta con su mujer para ver qué pasaba. Su mujer, desde que había venido, siempre me había tratado como si fuese el hijo que nunca tuvo. Sin poder evitarlo, cogió una manta en el piso lo más rápido que pudo, y vino detrás de mí a la velocidad que sus débiles piernas le permitían.

       -Toma, hijo.-me dio la manta- Nunca se sabe qué puede pasar.

       -Muchas gracias, doña Carmen. A ver si nos vemos.

     Miles de pensamientos afloraron en mi mente. Estaba tan nervioso, que ya no veía las cosas con claridad y suponerme qué me iban a preguntar era un auténtico calvario. Allí, en el coche, con la manta de doña Carmen en la mano, veía otra vez las rejas, la mierda y podía sentir los olores impuros cerca de mí. Freire, Inés... Marina... Perdonadme.

martes, 8 de marzo de 2016

XI: Hermenegildo

     La niña había contado 30 reales, pero no eran suficientes para llegar a Burgos. Pensaba fugarse sin decirle nada a su madre, pero iba a tener que necesitar su ayuda económica si quería ir. Pensó todos los métodos en su escritorio apolillado mirando los billetes, pero nada era posible si se ajustaba a su dignidad. Quedaban las opciones de robar y pedir limosna, pero le parecieron muy rastreras, por tanto, decidió no utilizarlas y se exprimió el seso cuanto pudo para encontrar la solución. Entonces cayó en que su hermano se había dejado su último sueldo en su habitación, unos 15 reales que le venían perfectos para meterse en el tren y comenzar a investigar el rastro de su hermano.
     Comenzó a escribir una carta dirigida a su madre, y tras estar una hora entera con la pluma y el tintero, corrigiendo, tachando, rompiendo y redactando, por fin terminó la misiva.
     Cogió una maleta debajo de la cama de su hermano y, llenándola con lo más necesario, enseguida la pudo cerrar. Se puso la ropa del domingo, se peinó como una señorita y, al acercarse a la puerta, vio en el recibidor un retrato que le habían hecho a su hermano y a ella de niños. Paralizada, lo miró temiendo lo peor, pero no fue capaz de irse sin cogerlo para llevarlo con ella. 

       -Y el acoplado?-Preguntó Inés al notar su falta al levantarse.

        -Salió hace un rato a la biblioteca, creo recordar. Siempre madruga mucho.- Contestó Freire removiendo su café- Supongo que en eso no se parece a Damián.

         -Si los conoces bien a los dos, enseguida notas la diferencia. Se parecerán en físico, pero en cuanto a la forma de ser son como el blanco y el negro.

     Freire hojeó el Diario de Burgos y, de pasada, vio un titular suficientemente llamativo como para no pasarlo por alto:
La Guardia Civil abre una investigación por el asesinato en el centro de la ciudad burgalesa. 

Continuó leyendo la noticia, y tras revisar cada palabra, negó con la cabeza  afirmando que se sabía quién había sido sin falta de ser un ingeniero.

        -Señor... Quiero agradecerle lo que está haciendo por mí, es usted una gran persona. Nunca lograré pagarle su amabilidad.- Cogió un cazo y procedió a calentar un vaso de leche, y mientras cogía temperatura, se cortó un trozo de pan.

         -Tranquila, mujer, no es nada. La amabilidad no se paga con dinero. Tú simplemente vive como si fuese tu casa.

          -No se preocupe, me tendrá aquí como una santa. Seré invisible y haré todo cuanto me digan el acoplado y usted.

         -Ay, Inés, Inés, Inés.... ¿Es eso la carta de presentación para ser criada de Puig?

         -En parte, sí.- sonrió, observando la leche al fuego- Oiga, disculpe que cambie de tema, pero es algo que me ha corroído toda la noche... ¿Cuál es el nombre real del acoplado?

     Freire, con ganas de reírse, comenzó a ingeniar una broma para su placer.

          -Te lo diré, pero debes ser consciente de que a la vista de la gente no debes usarlo, además de que él tampoco sabe que conoces su nombre real.

          -No se preocupe, no cometeré ningún error de esa calaña.

          -Su nombre es Hermenegildo José Sampedro.-mintió el notario, casi sin poder aguantarse la risa.
          -Menudo nombre.-probó su leche, que ya estaba casi en la temperatura exacta- Bien dijo él que su madre era una antigua aristócrata, y es bien sabido el mal gusto que suelen tener.

          -Es la suerte que le corre a cada uno. -enseguida apuró su café, cerrando el diario de golpe- ¿Te importaría ayudarme a abrir la notaría? Y así de paso ya miramos lo de la herencia ¿te parece?

          -Le ayudo a abrir encantada, pero lo de la herencia... Prefiero esperar a ver si aparece mi hermano.

          -No te preocupes, lo entiendo. Lo miraremos tan pronto tengamos noticias suyas.-Inés se sirvió la leche en un vaso y miró a Freire cariñosamente mientras mojaba el trozo de pan en ella. Empezaba a sentirse como en su casa, como un miembro de la familia más, y eso le llenaba un vacío importante. Nunca pensó que hubiese gente con tal amabilidad.

     Terminado su desayuno, la chica fue al cuarto de baño a peinar su cabellera rubia. Cuando vio su reflejo en el espejo, pensó claramente que no era ella. Había otra joven, pobre como ella, rubia como ella, y con sus mismos rasgos, pero tenía una gran diferencia: estaba totalmente feliz, lo que la extrañó demasiado. ¿Había olvidado ya a su padre? ¿A Puig? ¿La preocupación por su hermano? Ella notaba, sin lugar a dudas, que su hermano estaba bien. Faltaba encontrarlo solamente. Pero lo más importante era que aquel desconocido, el falso Damián, había conquistado sus adentros; lo quería mucho, era la única persona que la había tenido en cuenta, y era el único que la trataba como una señorita en vez de como una bazofia. La hacía sentir grande y capaz de cualquier cosa, era alguien confidente y capaz de quererla. Freire era, como siempre, dulce como un trozo de pan. Un hombre dulce, introvertido y amable, que hacía el bien sin mirar a quién.

     Ya en la notaría, barriendo los dos las alfombras, Inés encontró un montón de periódicos viejos mientras tarareaba unas coplas populares que había aprendido de su difunta madre. Extrañada por la pila, dejó la escoba y se arrodilló a mirar qué periódicos había. Eran casi todos del Diario de Burgos, del ABC, y de La Razón. Con esperanzas de saber de su hermano, rebuscó entre las páginas de los diferentes números del Diario de Burgos aguardando alguna noticia, sin éxito. Por el medio, sobresalía un periódico que pedía ser retirado de allí, un ABC olvidado.

        -Inés, ¿qué haces mirando eso?

        -Nada, señor, solo me parece un desperdicio tirar estos periódicos. ¿Le importaría que me quedase con ellos?

        -Para nada, chica, ningún uso les iba a dar. ¿Es mucho preguntar qué vas a hacer con ellos?

        -Solamente voy a leerlos. Hace tiempo que no leo cosas, y me ha venido la apetencia.

        -Está bien, pues. Llévalos a tu habitación, que aquí solamente ocupan espacio.

     Inés recogió la pila de periódicos pausadamente, dejando la escoba entre los estantes de los libros de Freire. Le encantaba poder hacer las cosas por gusto y no por obligación. El falso Damián y Freire le proporcionaban un ambiente familiar que nunca pudo tener, cariño y compañía. A fin y al cabo, se podría considerar que el cambio venido a partir de la violación no podría ser tan malo. Aunque la violación, sí, era mala, pero trajo consecuencias buenas. Y claramente, era tanto mejor preocuparse por el presente que por un pasado claramente irremediable.

     Dejó finalmente los jornales al lado de su cama, y se fijó en el ejemplar saliente del ABC. No pudo evitar la tentación de abrirlo. En los sucesos no había gran cosa, nada válido para destacar, nada que llamase la atención; pero de repente, una columna no muy grande escrita por un tal Jerónimo López-Avellaneda captó su atención por su distinta tipografía. Se titulaba "El Ángel caído", y, mediante un juego de palabras y el método de la metáfora continuada, alababa las hazañas realizadas por un joven periodista muerto. Claramente apasionada por el artículo, rompió la hoja con los dedos, asegurándose de contornear bien el límite de la columna y la depositó en su cajón. Tenía el propósito de buscar a Damián en el resto del periódico, por su nombre original. Pensando esto, alguien abrió la puerta con la llave. Escondió los periódicos debajo de la cama, consciente de la llegada del periodista.

       -Inés, ¿estás ahí?-preguntó el joven, limpiándose los pies a la alfombra cargado de libros y bolsas.

       -Sí, aguarda un instante, enseguida voy-Anunció la chica, incorporándose tras la inserción de los periódicos debajo de la cama.

       -He traído cosas para ti-Dejó las bolsas encima de la mesa de la cocina y fue esparciendo los libros que había traído por toda la mesa. Inés no tardó en dar presencia en la cocina y, al ver todo lo que había traído, se sorprendió. Había traído toda su ropa, sus zapatos, sus joyas y algunos retratos procedentes de su casa, que de aquí en adelante se quedaría sola- Tengo que admitir que, cuando duermes, estás tan guapa que da ganas de meterse contigo a dormir en vez de ir a robarte las llaves. He traído todo lo que me ha parecido importante, no sé si necesitas algo más.

       -Para nada-dijo, revisando el contenido de la sábana usada como bolsa- está todo perfecto.

       -Pues más perfecto que estará -aclaró, sonriendo- Tengo un regalo para ti. Coge la caja azul y quítale la cinta. Es todo tuyo.

     La chica, creyendo que era algo de su casa, abrió la caja azul con un cierto desinterés, sin apenas esperarse lo que contenía, sin esperar algo que la dejaría en el cielo. Un vestido de seda roja,engalanado con puntillas de encaje color crudo reposaba, bien doblado, en la caja, como esperando a que alguien lo probase. Cuando ella lo cogió, abrió la boca al instante, demostrando su gran agrado y su gran sorpresa. Sin estar todavía en disposición de poder creérselo, miró al falso Damián de reojo sonriendo y dudando de cómo reaccionar ante la situación.

       -Si no es de tu agrado, iré personalmente a mantener una charla con la costurera que lo hizo.- Aún sabiendo bien que le gustaba, hizo un amago de humildad, que enseguida careció de sentido. Se sentó a la mesa de la cocina, cogió el periódico de Freire y se dispuso a leerlo.

       -Tonta sería si no me gustase.-afirmó, mirando el vestido alzado a la altura que le daban sus brazos- Debes de ser el único hombre que sabe qué regalarle a una mujer.

        -Agnès, mon amour... -nombró en francés-Ahí cabe hacer una necesaria y pertinente observación. Un hombre es un simio que desprecia a todo aquel que es diferente a él, sea mujer u otra cosa, y que cree neciamente que hace el bien haciendo el mal. Dentro de su ignorancia, es tozudo, carece de capacidad para escarmentar, y no posee tampoco mucha capacidad de decisión; de todo esto viene su maldad a la hora de tratar a una mujer. Sin embargo, un buen caballero hace todo lo contrario: admira a las mujeres, las trata como si fuesen parte de él, y con un sentimiento de empatía que poco abunda hoy día. Dicho esto, querida mía, te ruego que ignores mi condición de hombre pues, ya que imposible es transformarse en otra cosa, es mi naturaleza y no puedo evitar ser así. Aunque estoy aprendiendo a ser un caballero.

       -Ya lo eres, Herme. -dijo ella, confiada, dándole un beso- Ojalá existiese más gente como tú.

       -Has de disculpar mi ignorancia, mas desconozco la palabra Herme. ¿Es griego?

       -Hermenegildo.

       -Pues menudos apodos cariñosos me pones, palomita.

       -¿Acaso no es ese tu nombre?-Preguntó ella, ruborizada.

       -¿De dónde has sacado eso?

       -Me lo ha dicho Freire esta mañana.

       -¿Qué te ha dicho exactamente?

       -Que te llamabas Hermenegildo José Sampedro.

     El chaval asintió, como planeando una venganza. No era de los que recibían un golpe y no lo devolvían, aún sabiendo perfectamente que eso cabía en su definición de hombre. Pero también era consciente, al mismo tiempo, de que era un hombre y, sobre todo, una persona.

        -¿Qué piensas?-preguntó Inés, desconcertada ante la situación.

        -Nada. Por cierto, se me ha olvidado decirte una cosa: he reservado un automóvil para ir esta tarde al campo, como te prometí.

     Ella, sin caber dentro de sí misma, recorrió la cocina a saltos, con una sonrisa de oreja a oreja y alegre de haber conocido a una persona tan agradable. Él la miraba con una sonrisa en la boca, satisfecho por haberla complacido en la medida de lo posible. Pero todo cesó cuando Inés, en medio de su euforia, se acordó de un detalle que llevaba toda la noche pensando.

       -Oye...¿entonces cómo te llamas?

      -Algún día lo sabrás. Tú investiga. Y mientras, llámame Damián. Cuando logres encontrar mi nombre real, podrás llamarme por él, pero solamente aquí en casa.

      -Está bien... ¿Y si no logro encontrarlo?

      -Seré Damián. De mi boca no saldrá.