lunes, 12 de septiembre de 2016

XIV: Aprendiz

     La mujer, desesperada ya allí dentro, y ante la excesiva cordura que le traía un sitio de locos, se miró el reflejo en el cristal de la ventana y, por un momento, se odió y maldijo el día que se casó con aquel hombre. Pero cuando la desesperación parecía apoderarse de ella, entró uno de sus verdugos a anunciarle que tenía una visita. Ella, al momento, desconfió,bajó las orejas y se dispuso para recibir lo peor que le podrían dar. Pero, al ver la cara que lo fue a visitar, se abrazó en él y comenzó a tocarle la cara para asegurarse de que no era un sueño, de que realmente era él, y de que realmente nunca se había muerto como le habían dicho.

       -Madre, la eché de menos. Aguardo que mi desaparición no la haya alarmado demasiado.

    El escaparate de un estudio de fotografía me recordó a mi hermana, cuando lo vi al salir del trabajo. No pude evitar quedarme abstraído mirando todo aquello que ella adoraba, todo aquello que me pediría que le comprase si estuviese en aquel momento allí conmigo. En un cartel se leía que necesitaba un aprendiz de su oficio, a saber por qué. Entonces, comenzó a caer una ligera llovizna que me hizo entrar en su establecimiento, para evitar humedecer el caro traje que recientemente me había comprado. El establecimiento era tan majestuoso como el palacio de un rey, con paredes empapeladas en terciopelo y cuadros con fotografías semejantes a las de una exposición que había visto en París. Me fascinó una fotografía de un niño muerto, seguramente de la guerra, con un perro acostado a su lado lamiendo la sangre que le salía, en actitud de defender a su dueño muerto y con la esperanza de que este se levantara. Como el mostrador estaba desatendido, decidí atravesarlo para ver mejor aquella foto. Entonces, apareció un viejo de la trastienda, que de no ser porque sabía que estaba en Burgos y porque el personaje en cuestión estaba siendo pasto para los gusanos, hubiese dicho que era el mismísimo León Tolstói. Con cara de mala leche, y sin decir palabra, hizo un amago para que volviese a mi sitio como cliente.

       -¿Qué quería?-Preguntó él, con voz grave y elocuente.

       -Solamente resguardarme de la lluvia. Perdone mi desconsideración.-Me excusé yo, mientras él asentía levemente en silencio-Oiga, aprecio la excelentísima calidad de esa fotografía, se puede ver el sentimiento que lleva dentro y trasladarlo a uno mismo.

     El viejo fotógrafo bajó el cuadro y lo puso encima del mostrador. Su cara se tornó de un tono grave y rudo a una expresión afable y suave, que casi daba ganas de invitarlo a un café.

     -Es un niño de la calle que solía venir aquí cada vez que llovía, lo que está haciendo usted en este mismo momento, pero la guerra acabó con él cuando quiso evitar que matasen a una mujer bastante joven que le llevaba comida a diario. Siempre llevaba a su perro con él, y hoy por hoy, el animal vive conmigo. 

     -¡Menudas cosas pasan en este mundo! 

     -Y muchas más que pasarán, Don Damián, y muchas más que pasarán.Usted todavía es joven y podrá vivir más calamidades de las que ya ha visto.-se lamentó él, colgando el cuadro de nuevo- Y dígame una cosa, ¿no estaría interesado en ser mi aprendiz? Le veo cualidades para el oficio.

     -Ya me perdonará, pero mi oficio es escribir sucesos, y si se da el caso, fotografiarlos. Ya le digo que no tengo madera de fotógrafo, señor.

     -Ha sido el único que ha apreciado el valor de esta fotografía, lo que significa que algo entiende de esto. Hágame el favor de hacer la prueba.

      -Siento rechazar su propuesta, mas el gremio agradecerá que yo no toque una cámara para crear arte, soy un negado.

      -Pues, como lo veo a usted tan bien parecido y tan lozano, sería un honor para mí tomarle una fotografía, no le pediré nada a cambio.

      -Lo haré si usted acepta una cantidad a cambio, no puedo abusar de su buena fe de ese modo, sería aprovecharse. 

      -¡No sea tan repugnante! ¡Coja lo que le dan y no niegue nada! Véngase conmigo, que será usted un reclamo perfecto para las muchachas si pongo su fotografía en el escaparate.

     Tanto me insistió, que no pude negarme. Con la ausencia de la lluvia pude irme, y finalmente llegué a casa. Inés, después de dos semanas de convalecencia, se estaba recuperando con la ayuda de Maximiliano, que estaba entregado en cuerpo y alma al caso. Había mandado la sangre de Inés a un profesor suyo para que la analizase y le diese los resultados, pero aún así, poco se había determinado acerca de la enfermedad que por poco se la lleva a la tumba. En cuanto se hubiese curado Inés, comenzaríamos a buscar a su hermano, Gabriel. En cuanto a mi hermana, seguía paseándose por Burgos como Pedro por su casa, haciéndome realizar numerosas maniobras para evitarla; aunque estaba sumido en un hondo debate conmigo mismo sobre si descubrirme o no, ya que, al fin y al cabo, era mi hermana.  Aún con cara de cansada, vi a Inés poniendo la mesa para mí solo, aunque por el olor a soso de la comida, me imaginaba que había sido Freire el cocinero. Le di un beso en la mejilla, pero ella, ya distante desde hacía días, no me dijo nada y se fue a su cuarto. No lograba adivinar la causa de su distancia, lo que me desconcertaba de un modo excesivo y me hacía preguntarme qué había hecho para que se comportase así conmigo. Freire, algo apurado y con un gran torreón de papeles en la mano izquierda, echó la mano al picaporte y, no sé bien si por verme de pasada o porque realmente mi desasosiego se olía en el ambiente, se giró y me miró con pena. Por su gesto misterioso en la cara deducía que tenía ganas de decirme mucho más de lo que realmente podía.

       -Sigue tu corazón, no tu racionalidad. A veces es bueno.

     Y cuando pude acabar de oír sus palabras, ya había bajado a su puesto de trabajo. Últimamente estaba muy atareado gestionando una venta millonaria y, aún encima, el cúmulo de fallecimientos producidos por la edad había disparado las gestiones de herencias y la escritura de últimas voluntades. Removía mi comida mirándola como si fuese la causante de todos mis males, con asco y con furia. Acabé por tirar aquella sopa por el desagüe y por dejar el plato allí estancado, sin lavar. Me senté y tiré las gafas con desgana encima de la mesa, frotándome la cara con una preocupación fulminante, con ganas de dejar en paz a todos los que me habían ayudado durante todo aquel tiempo. Me levanté desganado, armándome con el escaso valor que me quedaba en aquellos momentos, y fui al cuarto de Inés para sacarme de dudas sobre su enfado. Me armé de valor, cigarrillo en mano, y abrí la puerta dispuesto a lo peor. Ella estaba acurrucada en su cama mirándome con desdén, como si fuese su motivo de odio mayor y como si me quisiese encontrar muerto algún día. Me acerqué cautelosamente a ella y me senté en el bordillo de su cama mirándola fijamente. Antes de que yo pudiese decir nada, ella se me adelantó.

       -¿Qué coño quieres?

       -Saber qué coño te pasa. No recuerdo haber hecho nada para que te hayas puesto de ese modo conmigo.

       -Pues tú eres la única causa de ello. Así que reflexiona, guapete.

       -Hazme el favor de no evadirte. ¿Qué he hecho?

       -La pregunta adecuada sería qué no has hecho.

       -Pues eso. ¿qué no he hecho?

       -Tú sabrás.

       -Yo no lo sé, es obvio, de lo contrario no preguntaría.

       -Dile a tu hermana quién eres o si no te lo pasarás muy bien en esta casa. Tienes hasta las doce de esta noche para hacerlo. Si te pasas, me haré amiga suya y se lo diré yo. Qué bonito sería que pasase eso, supongo que debe ser agradable perder la confianza con tu propia hermana.

       -A ver, palomita, entiéndeme.

       -Ni palomita ni leches. Lo que estás haciendo no tiene nombre.

     Entonces me tocó la vena sensible, y estallé a gritos, con una fuerza totalmente inusual en mi persona y comencé a discutir, convirtiendo mi calma en un grandioso enfado que haría temer a cualquiera que estuviese conmigo.

       -¿Crees que no tengo ganas de decírselo? ¿Crees que no me siento como un cerdo viéndola y haciendo como si no la conociese? ¿O quizás crees que si me descubriesen andaríais por el mundo de rositas todos los que conocéis mi identidad? ¡Qué imbéciles! Os matarían por ayudar a un disidente político a sobrevivir disfrazado de facha. -comenzaron a caérseme las lágrimas, pero me las limpié con la manga- ¡Por mi padre, en paz esté, que lo hago por su bien, no para jugar al escondite con ella! -ella me miraba indiferente, y entonces me levanté con ira gritando por el pasillo-Muy bien, sigue así. Yo me voy a trabajar, y no te extrañes si no vuelvo.

       La hora acordada había ido a misa, tanto, que habían llegado los tres a la vez. Maximiliano y Marina llegaron por la derecha, y Encarna por la izquierda aparentando ser la mismísima muerte con la capa que llevaba. En seguida, sin apenas decirse una sola palabra, salieron corriendo calle arriba hacia el edificio de la familia Triunfo para resguardarse del peligro que suponía que viesen a Encarna con ellos. Pero, cuando pudieron darse cuenta de que faltaba Marina ya estaban en el portal del susodicho edificio. Maximiliano, preocupado, dejó a Encarna con la portera y salió corriendo a buscarla pensando que algo malo había ocurrido, pero se la encontró delante del escaparate del fotógrafo mirando las cámaras completamente hundida en una hipnosis. Maximiliano se acercó a ella y la cogió de la mano.

      -Vamos, Marina, tenemos que llevar a Encarna a casa.

      -Llévala tú. Yo tengo que encomendarme a este hombre.-dijo ella, señalando el cartel de "Se necesita aprendiz"

      -Ya vendremos luego, no te preocupes.

     Marina se quedó mirándolo profundamente y luego le apartó la mirada para seguir contemplando las máquinas de fotografía. Maximiliano se compadeció y le dio un beso en la mejilla, quedándose absorto mirando las cámaras con ella.

       -¡Qué consentida te tengo...!-concluyó-Está bien, vamos ahora.

     Ella giró su cara suavemente para contemplarlo con una sonrisa. En ese mismo instante, como de sorpresa, lo abrazó y susurró en su oído, levemente, sin que nadie más pudiese percibir ni siquiera que estaba susurrándole.

       -Te quiero.

     En ese mismo instante Maximiliano se ruborizó, haciendo de su blanca piel una mina de cinabrio. Sin saber cómo reaccionar, se acercó a su oído y susurró del mismo modo que ella.

      -Yo más.

     Ella se separó, regalándole una sonrisa celestial. Lo cogió de la mano y lo condujo dentro del establecimiento, dirigiendo la expedición hacia su gran pasión. Dentro, un viejo fotógrafo se encontraba limpiando el mostrador de la tienda. Sin ni siquiera mirarlos, continuó limpiando tranquilamente.

       -Buenas tardes.-hizo una larga pausa antes de aventurarse a decir lo siguiente- ¡Quién pudiera tener su juventud! Ya los he visto abrazados delante de mi escaparate, y cosa más bonita no la ha visto el mundo en estas fechas. ¿Qué querían?

       -Veníamos por lo del anuncio que tiene usted en el escaparate.

       -Don Maximialiano, no lo veo a usted con cualidades para el oficio, la verdad. Usted es hombre de ciencias y no es capaz de ver una realidad más allá de lo que perciben sus ojos y sus conocimientos. Y no lo tome a mal, pero su forma de pensar lo limita en este campo.

       -No se preocupe, que yo no era el interesado.-inquirió Maximiliano-Le traigo algo mejor que yo para el oficio.

     Marina, casi inconscientemente, pasó el límite del mostrador para observar una fotografía en la que aparecía un perro lamiendo un niño muerto a golpe de bala. Ella, absorta en su mundo, cogió el cuadro de la pared y se quedó mirándolo como si ella estuviese presente en la escena, sintiendo lo mismo que sentía el perro al ver a su dueño muerto, esa desesperación al querer refugiarse en el milagro de que su querido amo se irguiese, aún sabiendo que era totalmente imposible que tras ese tiro mortal tal cosa sucediese. Tanto era así que se le escapó una lágrima que aterrizó como una bomba atómica en el cristal del cuadro. El viejo fotógrafo, con cara de indiferencia, pero verdaderamente sorprendido en su interior, se acercó a ella.

       -Nadie mejor que tú para ser aprendiz, muchacha. ¿Cómo te llamas?

       -Marina.-contestó ella colgando el cuadro de nuevo.

       -Pues vas a ser mi aprendiz. Don Maximiliano, retírese a hacer sus menesteres, que hoy voy a tener una larga tarde con esta chiquilla. Vuelva a la noche, sobre las ocho y media a buscarla. 

       -Está bien, señor. Aquí me tendrá bien puntual. -se Acercó a Marina y le dio un beso en la mejilla- Hasta la noche, perlita mía, pásalo bien.


       -Hasta la noche.-Respondió ella, sonriendo.

     El fotógrafo sonrió misteriosamente y la condujo hacia el estudio, donde tenía una Zeiss Ikon Contaflex, traída a propósito de Alemania para su estudio. Los fondos estaban bien recogidos y el atrezzo perfectamente ordenado. En un escritorio en el que había una Wellington y un montón de cartas abiertas y facturas desordenadas, rebuscó en los cajones y sacó una cámara Leica. A Marina, viendo ya lo que era en sus manos, se le caían los ojos nada más ver lo que era. Para ella no importaba la calidad de la cámara, ni la marca, ni nada de eso. A ella lo único que le importaba era poder sacar fotografías a todo aquel momento que lo mereciese.

       -Ahora tienes que demostrarme que eres digna del puesto. Aunque no tienes que demostrármelo a mí. Tienes que demostrárselo a ella.-dijo, señalando la cámara- Dentro de ella vive un ser que te hablará, y sólo podrás escucharlo si realmente tienes la capacidad de usar una cámara y hacer arte. Y como yo ya empiezo a ensordecer, necesita alguien que lo escuche y que le hable. Ahora, pequeña, debes salir ahí afuera y sacar unas diez fotografías. No hay un tema. Sólo sigue tu instinto y escucha al ser.

       -Venga, hasta luego.-se despidió ella saliendo a carreras del estudio.

       -¡Vuelve antes de las ocho de la tarde!-Ordenó el fotógrafo, dudando de si su aprendiz lo había oído.

     Ella estaba tan emocionada que ni se acordó de preguntarle cómo funcionaba la cámara. Unos pajarillos se posaron en el alféizar de una ventana, y ante la incapacidad para usar la cámara para cazarlos en un instante,se frustró. Por orgullo no regresó a preguntarle a su mentor, y trató de averiguarlo por ella misma, vagando por las calles poniendo más atención en cómo usar la cámara que en si se tropezaba con alguien o si la atropellaba un automóvil. Llegó delante de la catedral y se sentó en una escalera para seguir explorando la cámara. De repente, tocó un botón y se oyó un sonido dentro de ella, como si tomase una foto sin querer, y al momento supo que podía hacer ya su trabajo. Pero algo la detuvo. Unos sollozos en una esquina de la balaustrada la hicieron afinar el oído y acudir a su posición lentamente, con la cámara en la mano. Un joven estaba sentado tapándose la cara con las rodillas con las manos en la cabeza y con su sombrero al lado. Marina se agachó lentamente y tomó la fotografía, tan sigilosa como una serpiente acercándose a su presa. Luego se acercó al sujeto, apartó el sombrero y se sentó ella.

       -¿Mal de amores?-Preguntó Marina, mirando a la infinidad de la fachada de la catedral desde abajo.

     El sujeto, todavía refugiado en sus rodillas, asintió.

       -Por fin encuentro a un hombre que no es un pseudomacho misógino y creído. No sé cuál habrá sido el problema, pero si abusa la mujer de usted, olvídese de ella, ganará en salud. Me dirá usted que el amor es tan complicado que uno no puede resistirse a sus amarres, y cierto es, pero si esos amarres lo dejan atado en una playa cerca del mar en marea baja, cuando se vea el agua al pescuezo al subir la marea tiene que actuar y desamarrarse antes de ahogarse. -el sujeto ni siquiera respondió debido a que seguía sollozando y Marina le cogió una mano, que le resultó familiar- No se preocupe, no pasa nada. E írgase y deje de llorar, que como lo vean los guardias lo llevarán al cuartelillo a darle una paliza por homosexual. 

       -Lástima que no suceda eso.-Aclaró él entre sollozos, levantando la cara y mostrando su identidad ante la imposibilidad de huir de aquella situación. Marina, al verlo después de tanto tiempo, le dio un abrazo y, emocionada por la situación, se puso a llorar. Sentía que aquellos meses sin verlo, en realidad, habían sido años y lo notaba tan igual como diferente. Sintió su objetivo cumplido, y aunque fuese cosa de pocos días, ella lo sintió como si fuese una gran aventura, como las de Julio Verne. Él, aunque tardó, la abrazó como si no quisiera soltarla mientras lloraba con un gran fluido de sentimientos. Sentía como si parte de su energía volviese a él, como si fuese una vitamina crucial para que su continua depresión se esfumase, como si un halo de luz eléctrica hubiese llenado su cuerpo de emoción y alegría, sintió su corazón latir después de que su latido se volviese inaudible tras su desaparición y desde que comenzó a pensar que no podría mantener una conversación con ella- Te eché tanto de menos, pulga...

       -Pues imagínate yo, sin saber si estabas muerto o no. Llegó la carta a casa y madre hizo un entierro a caja vacía, pero mi corazón sabía que estabas vivo.-él bajó las rodillas y le hizo un gesto para que ella se sentase en su regazo, y ella, sin  declinar la oferta, continuó abrazándolo, limpiando las lágrimas de ambos.

       -Dame un beso, pequeñaja.-Marina le dio un beso en la mejilla, ansiosa- Aunque más que pequeñaja... Ya estás hecha una mujer. Ya te había visto la cara de lejos y ya veía que habías cambiado, pero vista de cerca se nota todavía más. Aunque ya lo sabes, siempre serás mi pequeñaja.

       -Y a ti los casi veintiséis años te pasan factura. Ves, ya tienes algunas canas, y unas arruguillas en la frente.

      -No me deprimas más, anda. Que ya suficiente tengo con lo de casa.

      -Solamente bromeaba. ¿Y esas gafas? ¿Desde cuándo no ves tú bien?¿Y desde cuando te has afeitado ese bigote tan horrible?

      -No podemos estar mucho más tiempo juntos, tenemos que tomar cada uno nuestro camino. Ahora hay demasiados ojos y demasiado riesgo, así que ya te contaré mejor todo lo que sucedió; esta noche, a la 1 de la madrugada voy a buscarte al portal y vamos a un sitio seguro, ¿te parece? Y ni se te ocurra decirle a nadie "he visto a mi hermano".

      -Por mí, bien.-asintió ella, levantándose y recogiendo la cámara. Él hizo lo mismo, recogiendo el sombrero. Acto seguido, la cogió en brazos y le dio un beso en la mejilla.

      -Te quiero más que a nada en este mundo, pequeñaja.-Ella lo abrazó, al borde de las lágrimas de nuevo.

      -Yo también, payaso. Nunca vuelvas a esconderte así. 

     Entonces él la soltó y ella se quedó absorta mirando cómo huía por un laberinto de calles que ella todavía no conocía. Una última lágrima corrió por su mejilla al saber que, por un lado, lo había encontrado vivo, y por otro, que no lo podría ver demasiado. Se quedó vagando por las calles sin rumbo, buscando algo que realmente la atrajese, pero nada sucedía y en su mente sólo estaba su cita de la una de la madrugada. Aún así, logró recordar una de las fotos que tenía en mente y salió corriendo hacia la barbería. Tras quedarse mirando el escaparate un buen rato, y ver al señor Burillo mirando a la nada, sentado delante del mostrador de la caja en una silla en una posición que recordaba al Pensador de Rodin. Como la puerta estaba entreabierta, Marina se acercó poco a poco a ella sin que el barbero pudiese darse cuenta de su presencia, la abrió para lograr pasar y, cuando estuvo lo suficientemente cerca de él, tomó la foto tan rápido como pudo. Con la cámara en la mano, se acercó por detrás, invadiendo el espejo donde, desde lejos, Burillo se miraba fijamente.

      -No sé si compararlo con Narciso o con el Pensador de Rodin.-Él fijó la vista en ella en el espejo, soltando aquella sonrisa tan característica.

      -Con ninguno de los dos.

      -Algo me dice que se asemeja más al Pensador.-afirmó ella asintiendo- ¿En qué piensa?

      -Pronto me iré a la cárcel siendo inocente.

    Durante unos instantes, reinó un silencio profundo que pareció durar años.

       -Y... si no es molestia...¿se puede saber de qué lo acusan?

       -De asesinato, pequeña, de asesinato. No te preocupes, tengo la conciencia limpia, que es lo importante.

       -Pero tiene la autoestima por los suelos, está  lleno de dolor y acaba de perder la fe en la justicia. ¿Me equivoco?

       -Ojalá.

       -¿Y sabe quién puede ser el asesino?

      -Lo sé. Todo el mundo lo sabe, pero nadie se atreve a hablar por miedo. Es un médico incompetente que vive al final de esta calle, la casa que se ve al frente. Tú no lo conoces, pero toda la gente del barrio sabe cómo es él, de lo que es capaz y que claramente fue él, para limpiarle el culo a su hija.Pero ya se sabe, pagan justos por pecadores y es la palabra del justo contra la del pecador.

       -¿Pues sabe? Creo que puedo echarle una mano. A ese hombre, por desgracia, lo conozco nada más que de verlo, pero esa única vista me sirvió para averiguar de qué alimaña se trata. Voy a empezar por la prueba que lo incrimina en el asesinato: Cuando venía yo de Madrid con Max, sobre la 1 de la madrugada, pasamos por delante de su casa, y una criada se estaba deshaciendo de un vidrio roto a tiro de bala. Hasta nos paramos a hablar con ella, fíjese, y estaba tan ciega que ni sospechaba que podría haber sido él.

       -Ahora todo encaja. Oí el sonido de unos cristales antes de ver caer muerto al pobre chaval. Y para que te enteres de algo, tenía la puerta abierta y una pistola en un cajón del mostrador, por si surge un robo poder hacerle frente. Esa fue prueba suficiente para declararme culpable.De nada sirvió el testimonio de dos clientes, los consideraron cómplices también y probablemente los encierren sólo por decir la verdad.

       -Parece mentira que yo sepa mejor que usted lo injusta que es la vida.

       -No sabes nada, pequeña, no sabes nada. No lo sabes hasta que te viene encima.

       -Soy hija de una aristócrata y de un comunista (una mezcla explosiva, supongo) y siempre fui una oveja negra para mi madre. Mi padre y mi hermano siempre me quisieron mucho, pero mi padre murió en un accidente de trabajo y a mi hermano lo torturaron en la guerra, se escapó y volvió a casa y se lo llevaron detenido. No sé nada más de él. Mi madre me desheredó y me dijo que nunca mantendría a una vergüenza de mujer como yo, que debería buscarme las castañas. El sueldo de mi padre daba para comer cuatro migas de pan, y mi hermano de periodista no cobraba demasiado, pero daba para mantenerme. Aún así, yo veía que hasta tenía que dejar de fumar por mantenerme a mí y decidí ponerme yo a trabajar de criada en casa de un sinvergüenza. Solo digo una cosa: el primer día me abofeteó, pero el segundo ya no, porque en su intento, me abalancé a él con un cuchillo jamonero y me despidió, aunque no tardó ni medio mes en reclamarme de nuevo, ya que ninguna persona quería ir a su casa y era demasiado trabajo para él lavar un plato. Después de eso, mi hermano fue un día a trabajar y no volvió. Mi madre y yo tuvimos que comenzar a llevarnos bien y recorrer todas las cárceles de Madrid para buscar a mi hermano, sin éxito. En esta situación conocí a Max y, ¡qué le voy a contar!, aquí me tiene. Dejé plantada a mi madre y a mi jefe, y si le digo la verdad, no me dan pena.

       -Es demasiado para ti. Solo eres una niña. Y debes concienciarte de que no puedes vivir a costa de Max para siempre.

       -No se preocupe por eso, que ya he encontrado algo que me va a dar de comer.-dijo ella, alzando la cámara.

       -Ya veo que por fin don Santiago ha encontrado su aprendiz. Aunque él quería que fuese un hombre, no sé cómo te ha dejado a ti.

       -Imagino (y no es por echarme flores) que fui lo mejor que atravesó su puerta. No quiero imaginarme qué inútiles le vendrían antes, la verdad.

       -¿Y cuál es el motivo de tu visita? -preguntó Burillo, curioso-Porque barba no tienes y esos rizos tuyos son demasiado bonitos como para que yo los toque.

       -Pasaba por aquí nada más, pero lo vi tan serio que decidí pararme a preguntarle qué le sucedía. Pero tengo que irme, que estoy haciendo un examen de admisión, y se me va a acabar el tiempo. Ya volveré a hablar con usted sobre lo que le dije que había sucedido, no se preocupe. Hasta mañana, señor. -se despidió ella, saliendo por la puerta- ¡Y no se deprima, que no le pasará nada!

     Burillo se quedó mirando fijamete a la puerta, negando con la cabeza con una sonrisa. Marina, sin embargo y sin quererlo, se encontró con la situación que le daría su tercera fotografía a pocos metros de la barbería. Un hombre, ya no demasiado joven, pateaba a su hijo pequeño en el medio de la calle gritando barbaridades. El pequeño lloraba con indignación e impotencia en una plegaria que rogaba que lo dejase en paz. Marina se apuró a sacar la fotografía y corrió a parar la paliza.

       -¡Deténgase!-Exclamó Marina corriendo-¡Haga el favor!

       -¿Quién eres tú, niña? No te metas en nuestros asuntos-Dijo el hombre, respirando fuerte después de su esfuerzo físico.

       -Pues no sé cómo quiere que no me meta si le está dando una paliza al pobre niño en el medio de la calle. ¿Sabe? Está usted abusando del poder que le da su cuerpo, su jerarquía patriarcal y su madurez. 

       -Es mi hijo, hago con él lo que yo quiera.

       -¡Qué típico!¡Qué poco originales son ustedes los padres, tienen todos la misma excusa! 

       -¿Cómo?-Preguntó indignado el padre-Tú no eres nadie para darme órdenes.

       -Yo nunca estuve en la situación del pobre mozuelo, pero puedo (a diferencia de usted) ponerme en el lugar del niño, y sé que duele más que sea usted el que le pegue, que el propio dolor físico en sí.-se arrodilló y miró al niño- ¿Me equivoco, pequeñín?-El niño, tímido,negó con la cabeza, llorando.- Pobrecillo, le sangra la nariz... y el brazo. Oiga, esto del brazo no tiene buena pinta, ¿le importa que me lo lleve para que lo vea un médico?

       -No tenemos dinero para médicos. Eso se cura sólo.

       -Va a dejarte cicatriz, pequeñín.-dijo ella,limpiándole la sangre con su pañuelo- No se preocupe, que este médico no cobra, y menos si soy yo la que llevo al paciente. Permítame llevármelo a que le haga las curas, por favor. Sólo le pido eso. 

     Por un momento el padre pareció pensar en lo que era bueno,dejar atrás su ira y pensar racionalmente como un humano. Parecía estar debatiéndose hondamente entre sus principios y lo que realmente era humano. 

       -Está bien. Pero déjame ir con él.

       -Eso está mejor.-Dijo Marina, asintiendo y cogiendo al niño en brazos- ¿Ve como no era tan difícil razonar un poco? Ahora, acompáñeme. 

     Marina, con el niño en brazos y manchando su vestido de sangre, condujo al hombre al edificio donde residía la familia Triunfo. El niño, en brazos de Marina, le dio un abrazo con las pocas fuerzas que tenía en aquel momento y sacó coraje de dónde no lo había.

       -Gracias. Eres mi ángel de la guarda.

       -Yo no soy un ángel. Aunque mi hermano sí.-Le susurró Marina, riéndose.

       -¿Por qué?

       -Se llama Ángel. Por eso mismo.-El niño se rió, mostrando la falta de algunos dientes de leche. En aquel momento, alcanzaron el edificio y Marina golpeó la puerta. Doña Concepción abrió con una escoba en la mano y un delantal negro-Doña Concepción, vaya a avisar a Max y dígale que traiga los instrumentos necesarios para curar una herida bastante honda.

       -Chiquilla, ¿y no será mejor que subas tú?

       -No creo que a doña Gloria le haga gracia que su hijo atienda a alguien sin cobrar porque su inquilina lo dice.

       -Ahí ya no me meto. Me extraña en ella, es muy generosa, pero nunca está mal prevenir. Ahora vuelvo.

     Y entonces, la portera salió corriendo escaleras arriba. El niño, todavía en los brazos de Marina, jugaba con sus rizos y el padre parecía nervioso por lo que pudiese decirle el médico sobre su hijo. Enseguida bajó la portera acompañada de Max, que bajaba como preparado para salir a la calle, con sombrero y chaqueta. Lo primero que hizo fue saludar a Marina y darle un beso, y lo siguiente fue mirar la vistosa herida y los numerosos rasguños del niño. Poniendo una cara de malas noticias, bajó al niño de los brazos de Marina.

       -¿Cómo se lo hizo?-Preguntó Max, temiéndose lo peor.

       -Lo encontré en la calle con su padre pegándole a patada limpia.-Declaró Marina, echándole una mirada asesina al hombre, que se sonrojó muerto de la vergüenza.

       -¡Qué brutalidad!-susurró doña Concepción para sí misma.

       -Pues espero que se arrepienta, señor, espero que se arrepienta, porque esto no se hace. Pegarle a un niño es como aplastar un gusano, le está haciendo daño a alguien inocente e indefenso. De todos modos, esta herida necesita unos puntos y la hemorragia de la nariz hay que pararla cuanto antes. Doña Concepción, présteme la portería un momento y prepare una palangana con agua, le haré las curas aquí mismo al chiquillo.

     Max se quitó la chaqueta y el sombrero y los tiró en el suelo sin importarle lo más mínimo. Acto seguido, se remangó y abrió el maletín con las herramientas, mientras Marina sentaba al niño en la mesa. Cogió un pañuelo de su bolsillo, se lo puso en la nariz y le mandó al niño mirar hacia abajo y presionar las fosas nasales para evitar que saliese sangre y así detener la hemorragia. Después, con un paño, cogió agua de la palangana y le limpió la herida con agua.

        -Ahora voy a echarte alcohol. Te va a escocer muchísimo, pero tienes que ser valiente, ¿vale? Ahí dentro hay unos bichitos tan pequeñitos que no se pueden ver, que son los culpables de que las heridas se infecten. Y por eso tenemos que matarlos con el alcohol, para que no te hagan daño.-Marina miraba a Max desconcertada, viendo que tenía dotes para tratar a los niños. El chaval puso cara de dolor, pero en ningún momento soltó una sola queja, ya que mirar a Marina como si fuese una heroína le servía de analgésico-Y ahora viene lo peor. Ahora sí que tienes que ser muy muy fuerte. Tengo que coserte el brazo, que si no, no se te curará. Imagínate que tu brazo es un pantalón que se acaba de romper y hay que coserlo. Pues esto es exactamente lo mismo, la diferencia es que duele. Vas a notar pinchazos, dolor y un hilo pasando por tu piel. Repito: tienes que ser valiente.

     Marina cogió la mano del niño y le acarició su cabeza sucia con la otra. El niño, mientras Max lo cosía,miraba fijamente a Marina. No puso ni una sola mueca de dolor, simplemente se conformó con mirar a su salvadora mientras recibía los puntos y se presionaba los agujeros de la nariz para detener la hemorragia. Una vez terminada la costura, Max cortó el hilo y le echó mercromina a la costura para evitar la infección y le puso un vendaje.

        -Muy bien, has sido muy valiente. -Max sacó de su maletín un par de caramelos y se los dio. El niño se los guardó en el bolsillo de su harapiento pantalón-¿Cómo te llamas?

        -Bernardo.-Susurró vergonzoso.

        -Pues Bernardo, eres muy fuerte. Lo que te acabo de hacer duele mucho, y tú ni te has quejado. -Con la misma, se dirigió al padre-En primer lugar, quiero que sepa que de no ser porque hay un niño en medio, le cobraría mis servicios, así que sólo puedo desear que esto no vuelva a suceder y se quede todo como una anécdota causada por la ira, que es algo totalmente humano. En segundo lugar, el niño no debe cargar pesos con esa mano, y si tiene que escribir con la susodicha es preferible que evite los lápices, porque hay un tendón que está ligeramente dañado, y puede provocarle molestias de no cumplir mis consejos; por lo que es preferible que el brazo esté en reposo y que escriba con pluma. Y por último, debe venir todos los días a visitarme, que tengo que hacerle las curas y cambiarle las vendas a diario, para evitar todo riesgo de infección. Y nada más, dentro de unas dos semanas le retiraré los puntos y le compraré unos emplastes para evitar que eso deje cicatriz. Y eso es todo. Nos vemos mañana a la noche, sobre las diez.

       -Muchas gracias, doctor. -dijo el padre sonrojado y seguramente con una lección aprendida. El niño se bajó de la mesa, tiró de la falda de Marina para que se agachara y le dio un beso y un abrazo. Luego le dio un abrazo a Max y repitió lo mismo que su padre. Enseguida se fueron, mientras Max se lavaba las manos en el fregadero de doña Concepción.

       -Me entra un placer cada vez que me llaman doctor que me aumenta el ego.-Aseguró Max.

       -Pues váyase acostumbrando, que de aquí en adelante, más que vendrán a usted al saber que no cobra.-inquirió doña Concepción- Que ya sabe usted que lo que sobra son pobres enfermos.

       -No tengo derecho a hacer eso, ni siquiera a ejercer la medicina. Pero la gente necesita a alguien que le ayude con las enfermedades. A todo esto, Marina, ¿tú no volvías más tarde?

       -Estaba haciendo mi examen y me encontré al padre dándole la paliza al niño y como no podía permitir que siguiese...pues me metí en medio y te traje al niño para que le miraras la herida.

       -Has hecho bien. Aún así, debes seguir con lo que estabas haciendo, que estoy impaciente por ver lo que haces.-Se fijó en el vestido- Ay, estrellita mía, mira cómo te has puesto de sangre. Ve a cambiarte, anda.

       -Es mi última muda. El resto de ropa que traje está para lavar. Pero no te preocupes, esto sirve igual.

       -No sirve, a ver si van a decir por ahí que te pego o algo así, que ya sabes cómo es la gente. Coge mi chaqueta, anda, por lo menos que no se note tanto.

       -¿Qué tal con Encarna en casa?-Preguntó Marina.

       -Perfecto. Mi madre se ha quedado encantada con ella y Claudina también, que últimamente ya no podía ella sola con todo el trabajo de casa. Nos ha salido la idea de lujo.-Aclaró él, bajándose las mangas y cogiendo el sombrero en la mano. Con la misma, se lo puso a Marina en la cabeza- Toma, para que vayas a juego.

     Marina no pudo evitar una risa leve, y aceptó su sombrero del mismo modo. Le dio un beso en la mejilla y salió corriendo, cámara en mano. Corriendo calle abajo sumida en sus imaginaciones, parlamentando consigo misma lo que le iba a contar su hermano y las posibles contestaciones con humor que eso podría tener, dio de frente con algo que le encantó. En la misma repisa de una ventana, unas manzanas reposaban dulcemente apiladas con una extraña mariposa encima, una de esas que en Madrid era imposible ver en libertad. Era una mariposa azulada de un tamaño considerable, una "niña estriada", alimentándose del jugo de una manzana partida. Con cuidado, se acercó lo máximo que pudo, guardando una distancia prudencial para que el lepidóptero no huyese por su presencia. Por un momento, tuvo que concentrarse en vaciar su cuerpo de todo lo psíquico, para ser casi invisible y ser lo suficientemente ligera como para captarla. Entonces, algo dentro de ella le dijo que en lugar de una vez, apretase el botón tres veces, y ella así lo hizo. El primer disparo obtuvo la mariposa tranquilamente posada en la manzana, la segunda captó al insecto volando, y el último, la ausencia de este. Todo ello sería una sola fotografía en tres tomas. La satisfacción de haber tomado ya la cuarta fotografía y pensar que sólo quedaban seis, hizo que encendiese un cigarro, y al mismo tiempo, la imaginación. Se le ocurrió criticar los típicos cánones de belleza y de comportamiento que se le imponían a la mujer con todo su atuendo del momento. Apurada para que no se le gastase demasiado el cigarro, corrió hacia una notaría donde un pobre hombre tecleaba sin parar unos documentos que parecían ser su sustento, de modo casi robótico y concentrado. Entonces, Marina entró sin llamar a la puerta y, yendo al grano, se acercó al escritorio.

       -Buenas tardes. Voy a ir al grano, si a usted no le molesta mi atrevimiento, y disculpe que lo entretenga, que lo veo atareado. ¿Puedo coger una poca tinta?

       -Buenas tardes, Marina. Sírvete lo que necesites.

     Ella enseguida cogió el tintero, lo abrió y, tras hurgarlo bien con el dedo meñique, se acercó a un pequeño espejo de pie que se escondía entre algunos ejemplares de libros especializados en finanzas y leyes, y se puso a dibujarse un bigote con el dedo meñique, mientras sujetaba el cigarro humeante y el tintero con la otra. Una vez hubo dibujado un bigote como el de Django Reinhardt, le puso la cámara en la mano al notario para que le sacase una foto, mientras se recogía el pelo en el sombrero para que pareciese que lo llevaba corto.

       -Sáqueme una foto, si no es molestia.-dijo ella, dando una calada y soltando el humo- Es en ese botón de arriba.

     El notario, sin saber dónde meterse ni cómo aguantar la risa, le sacó una foto con el cigarro en la boca. Marina recogió la cámara, le dio las gracias y se largó corriendo a toda prisa, sin importarle para nada lo que pensaran de su aspecto. El notario se quedó negando con la cabeza y retomando su trabajo.

        -Si se pareciese la mitad a su hermano seguiría siendo su réplica.-suelta unas pequeñas carcajadas, al disimulo-Ay, Dios, ojalá el método de Inés funcione y la pobre niña no haya venido en vano.

     Marina volvió al punto de partida, a la catedral. Allí delante, un pintor bastante joven, de no más de veintitrés años, silbaba el himno de la república tranquilamente mientras pintaba a unas chicas que estaban sentadas en las escaleras de la catedral cotilleando entre ellas con un estilo que se podía percibir perfectamente impresionista de lejos. Entonces Marina se le acercó, le sacó una foto con aquel gesto que transmitía alegría de por sí sin que el pintor se diese cuenta y acompañó sus silbidos con cantos.

       -...y en nosotros miren los hijos del Cid...Soldados, la patria nos llama a la Lid, juremos por ella, vencer o morir.

     El pintor paró de repente, miró a ver quién estaba detrás de él y, a risas, y dejando la paleta y el pincel, dijo:

       -Debes de ser el bicho más feo que he visto hoy,-aseguró, riéndose- pero la verdad, la voz o es de un ángel que hay escondido detrás de ese bigote de tinta y ese lujoso traje que huele a Max o has hecho un conjuro para robársela a alguien.

       -En realidad soy así. Me gusta vestirme de hombre, me afeito, fumo y bebo. Eso sí, soy una chica.

       -Déjame ver qué hay debajo de todo eso, anda, que algo me dice que estoy en lo cierto diciendo que eres un ángel.-cogió un trapo húmedo que tenía para limpiarse las manos y se lo pasó- Y toma, límpiate ese bigote, anda, es horroroso hasta para un hombre. -Marina se limpió el bigote, cosa que le costó un esfuerzo de titanes y casi levantarse la piel del labio. Después se quitó la chaqueta, y dejó ver su vestido manchado de sangre, aunque el pintor ignoró el detalle y se fijó en la forma de vestir más que en la sangre. Luego se quitó el sombrero y le dio unas sacudidas a sus largos rizos para colocarse rápidamente. El pintor alzó la sonrisa del lado derecho, con un gesto picarón.- Ya decía yo que aquí había un ángel escondido.

       -De ángel nada, yo soy el diablo.-Retrucó Marina, sagaz.

       -Una cosa, y que no te moleste, por favor. ¿Por qué vistes como una niña? Una chica tan guapa como tú que viste como una niña, por favor. Y que no se pinta los labios. -empezó a rebuscar en una bolsa que llevaba, y le dio una pequeña caja- Quédatelo, anda. Se lo iba a regalar a mi novia, pero ya sabes, a veces uno regala todo el amor que puede y acaban traicionándolo por la pasión de una sola noche con otro que jamás la querrá.

       -Si te quiere, volverá, y no tardará mucho. Si tarda y vuelve, no la dejes volver entrar en tu vida, no dudará a la hora de volver a traicionarte.

        -Gracias, pero ya hace quince días que pasó esto. No te preocupes.-dijo él, intentando quitarle importancia al asunto- ¿Cómo te llamas, angelito?

        -Me llamo Marina, ¿y tú?

        -Francisco, pero puedes llamarme Cuco.

        -¿Y de qué conoces a Max?

        -¡Para no conocerlo! Esa familia es muy conocida aquí. Y tengo que decirte que entre don Damián e Inés y Max y tú, alimentáis buena parte de las malas lenguas de Burgos. De ti dicen que para ser la señorita que eres, que te da igual ir totalmente desaliñada por la calle.

        -¡Y así es! De hecho, el que no esté a gusto, que cierre los ojos, que yo no miro cosas que no me gustan.

        -Por eso te decía lo de que debías empezar a arreglarte más, porque eres un ángel que bajó del cielo y no te sacas todo el partido que deberías. Es más, el día que te arregles aunque sea un poquito, te hago un retrato. ¿Te parece?

        -Entonces nunca me lo harás. Y además, qué retrato ni qué leches si con ese estilo impresionista tan pasado de moda que me llevas me vas a pintar la cara de negro.

        -Voy a cambiar la pregunta. ¿Puedo hacerte un retrato? Y tranquila, que sé pintar de más modos.

        -Así sí. Y debo irme. ¿Mañana estarás aquí?

        -No creo, me iré a la plaza de los Castaños. Pero claro, tú no conoces la ciudad. Haré un esfuerzo por ti y me comeré la bronca de mi mentor sólo por que vengas a verme. Para que luego me digas que soy un antiguo.

        -Antiguo sí, pero quién le diera a Sorolla y a Cézanne pintar como tú. Sólo lo digo. Hasta mañana, Cuco, un placer.-se despidió Marina, poniéndose el sombrero y alejándose. El chaval se quedó atónito al ver cómo ella halagaba su arte con sólo ver un cuadro empezado. Del mismo modo, hasta se enrojeció, tomando un color como el de la mercromina. 

       -Hasta mañana, angelito. Que sepas que, aunque vistes fatal, sigues siendo muy guapa.

       -¡Eso ya lo sabía!-gritó Marina de lejos.

     Lo que Marina no sabía era que le quedaba un largo tiempo a la espera de su séptima fotografía. Vagando por las calles pateando una piedra, no percibió nada que fuese de su interés."¡Qué vida tan triste!", pensó para sí, ignorando quién se le acercaba detrás, a paso corto. De repente, esa personita le tiró de la chaqueta. Ella se dio la vuelta, alarmada, y vio a Beatriz sonriendo detrás de ella. Se había escapado de la casa para perseguirla y ver qué hacía. Entonces, le sacó la lengua, con la suerte de que su hermana casi política pudo captar el momento. Pero todavía quedaban tres fotografías y una hora hasta las ocho. El sol comenzaba a caer en picado y el ambiente comenzaba a refrescarse mientras Marina y Beatriz paseaban cogidas de la mano por la avenida de los Reyes Católicos. Entonces, Beatriz vio una confitería y se quedó mirando el escaparate con las babas casi de fuera. Su compañera se paró, le entró el hambre del mismo modo, y entraron a comprar dulces. Marina, mirando la puesta de sol, bajó la mirada y miró la cámara mientras comía su dulce.

       -No te oigo lo suficiente, eh. Me rindo, tú ganas, no valgo para esto.

     Y con la misma, volvió con Beatriz al estudio, donde olía a chocolate bien sabroso. Marina, en cuanto vio al fotógrafo, no dijo nada acerca de las fotografías y se limitó a saborear aquel manjar con la pequeña, que fue recibida como una reina. Las fotografías se pusieron a revelar en la sala de revelado, donde les esperaba una noche de reposo, mientras Marina agonizaba con la incertidumbre de saber si la admitiría como aprendiz o no y de saber lo que realmente le había pasado. Del mismo modo, la impaciencia se convirtió en un ratón mordiendo su oreja y sus ganas de ver a su hermano se multiplicaban como bacterias.