miércoles, 30 de noviembre de 2016

XV: Negocios


     Antes de salir, dudé de si contarle a Max el plan que tenía con mi hermano. Pero preferí que fuese (al menos por el momento) un plan entre mi hermano y yo a solas. Ya en camisón, me metí en la cama para hacer el cuento ante toda la familia. Dejé que pasara un tiempo de precaución para asegurarme de que todo el mundo dormía y salí de la habitación tal y como estaba, zapatos en mano. Sigilosa como una serpiente, recorrí todo el camino hacia la puerta principal, pasando delante de Max que, dormido como una piedra, estaba con la boca abierta soltando babas. No pude evitar soltar una breve sonrisa. Salí de la casa sin problemas y, cuando por fin llegué al portalón del edificio, sentí todo el nerviosismo que no había sentido antes. ¿Habría venido? ¿Lo habrían pillado los guardias? Una cumbre de dudas me asaltaba la mente como un vil ladrón. Ya con los zapatos puestos, abrí el portalón cuidadosamente, mirando que no me oyese nadie. Me aventuré al exterior y la cerré del mismo modo del que la había abierto. Entonces miré a mi alrededor. La calle estaba completamente desierta, ni un ánima podía verse por allí. Pero entonces, oí una voz baja.


       -Nunca cambiarás, siempre miras a lo lejos antes que cerca.



     Miré hacia abajo, desde el tercer escalón del portal y lo vi apoyado en una farola. Cigarro en mano, llevaba un sombrero y un abrigo cuyo cuello le tapaba media cara, de la cual podía deducirse que portaba gafas. Salté desde el tercer escalón como si fuese una niña entusiasmada, corrí hacia él y me colgué de su cuello. Le cayó el sombrero con mi acción de entusiasmo y comenzó a reírse como un acto para evadir la emoción. Se metió el cigarro en la boca y me cogió en brazos como lo hacía cuando era niña, balbuciendo unas palabras. Como apenas entendí nada de lo que decía, le quité el cigarro de la boca.

       -Habla ahora, payaso. ¿No sabes que no se habla con la boca llena?-Dije yo, dándole una calada al cigarro.


       -¡Serás mala persona! ¡Y qué te he dicho a ti de fumar!


       - Cuando apliques tu discurso en ti, yo te haré caso. Mientras -le di una calada al cigarro y le solté el humo en la cara- muchas veces has de tener que verme fumando.


       -Me alegra verte tan descarada como siempre.


       -Ya sabes que no cambio por nadie.-En aquel momento nos quedamos en silencio. Nos miramos el uno al otro y, de repente, y sin razón alguna, comenzamos a reírnos. Tiré el cigarro a tomar por culo y lo abracé con todas mis fuerzas, y su risa se transformó enseguida en llanto. Lloraba de auténtica emoción y balbucía algunas palabras de las que solo logré entender un "Te quiero mucho, pequeña". Aún así, no fui capaz de soltarlo, ya que yo misma me sentía tan nostálgica que no quería dejar de sentirme tan bien, de sentir que por fin un vacío dentro de mí estaba cubierto. Cuando por fin pude soltarlo, él seguía sollozando como si le hubiese pasado lo mejor que le podía pasar. Busqué, desde sus brazos todavía, un pañuelo en el bolsillo de su abrigo, y así que lo encontré, le puse las gafas en la cabeza y le sequé las lágrimas.- Anda, no llores. Bájame y vamos a otro sitio donde nadie pueda vernos. 


          -Es que...-balbució- no quiero soltarte.


       -No me voy a ir, tranquilo, y menos sin que me expliques todo lo que te ha pasado. Venga, bájame y dame la mano. -Él me obedeció, y comenzó a contenerse el llanto.


       -Lo siento, Mari, ya sabes que soy de lágrima fácil para estas cosas.


       -Y ya sabes que no es un defecto. Nunca me he reído de ti por eso ni lo haré.


       -Porque eres demasiado buena para entender a los demás. Otra persona no podría entenderlo.


       -Pocas personas entienden hoy nada, Ángel, es la realidad. Si no, no estaríamos como estamos.


     -Si sólo fuese eso...-Dijo recogiendo el sombrero y poniéndomelo- Ya me dijeron que los sombreros te quedaban muy bien, y veo que no se equivocaban.


       -¿Quién te lo ha dicho?-Inquirí yo curiosa. Acto seguido, estornudé por la helada que estaba cayendo y que me estaba congelando entera.


       -Ay Dios, ponte esto, que no te coja el frío.Solo a ti se te ocurre salir así en camisón.-dijo,poniéndome su abrigo y, en un gesto de complicidad, aquellas gafas redondas de pasta a las que no acababa de acostumbrarme- Oye, pues Freire tenía razón, te queda muy bien la ropa de hombre. 


       -Algo me dice que me debes una explicación desde el principio de por qué te llevas con Freire y por qué llevas unas gafas sin graduar.


       -Sí, sígueme y te cuento. -Dijo, cogiéndome la mano- Ay, por dónde empiezo... Por ahí. Me fueron a coger en la redacción, el día que tú recordarás como que no volví a casa. Estaba yo tan tranquilo tecleando cuando de repente me dan un porrazo en la cabeza y me llevan semiinconsciente al coche. A partir de ahí poco más recuerdo de cómo me encarcelaron, pero por lo visto en Madrid no cabe ni un alfiler en las cárceles y me trajeron aquí. Cuando desperté en la parte trasera del coche, los guardias iban hablando de asuntos triviales, como que la sopa del mediodía les había sentado mal. No habían tomado la precaución de esposarme, y como conocía el protocolo de entrada a las cárceles, eso de que primero te despojan de la ropa y de todo lo que tienes y te ponen un uniforme y luego te afeitan la cabeza; con mucho cuidado, abrí la cartera, saqué tu foto, y con un alambre me la escondí en el pelo, que ya sabes que antes no lo llevaba tan corto y bien daba para esconder una foto.-No pude evitar sonreír. Lo que más valoró fue la foto mía que siempre llevaba en la cartera.-Aunque desperté no quise que aquellos dos hijos de puta se diesen cuenta de que estaba consciente, quién sabe qué me harían. El tiempo se me hacía muy largo allí dentro. Sabía que iba de cabeza a la muerte, que poco después de ingresarme en la cárcel me llevarían a dar un paseo al foso y me matarían allí mismo. Cuando por fin llegué a la cárcel, que en aquel momento ni sabía dónde estaba, efectivamente y según lo que tenía previsto, me desnudaron, me cachearon, me miraron la boca y revisaron a ver si tenía algo de valor en la ropa. Cogieron la pistola y la tabaquera de papá y las metieron en una caja, aunque después un compañero conseguiría devolvérmelas, para hacer un plan de huida, que no funcionó porque habían vaciado la carga de la pistola. 


      -¿Y las tienes ahora? 


      -Lo tienes todo en el abrigo. Puedes mirar si quieres. -yo miré en el bolsillo interno del abrigo, y efectivamente, allí estaba todo.- Mientras todos miraban bien el contenido de mi ropa, aproveché para sacar tu foto del pelo y guardármela en la ropa. Y ya te imaginarás, me raparon y me metieron en la celda. Pronto hice amistades allí con casi todo el mundo y planeamos la susodicha huida, cosa que nos salió mal porque yo tendría que matar a un guardia con la pistola, y resultó estar descargada, y que entraran balas en una celda era muy difícil. Pasaba a diario un cura para catolizarme con su catecismo manipulado, pero se encontró que conocía la doctrina mejor que él y comenzó a no venir a visitarme. Hasta que un día, mi compañero de celda, que era un vagabundo, un borrachín de esquina con hepatitis, se murió. Di parte para que viniesen a recogerlo, y cuando aparecieron los funcionarios, hice bulto en la cama con el cadáver como si yo estuviese ahí y me metí yo en el saco para ir al foso.


       -Ángel, eres mi ídolo, de verdad.


       -Ni que fuese tanta heroicidad escapar de la cárcel. Los héroes son los que perecen allí y no abandonan sus ideas.-pasamos por delante de un escaparate en el que me pude ver reflejada. Me encantaba estar rodeada de cosas de mi hermano después de tanto tiempo- Menuda foto hacíamos tú y yo ahora mismo, ¿no?


       -Lástima no haber traído la cámara que me prestó don Santiago. 


       -Que eso no sea problema, mira en uno de los bolsillos del abrigo. Tiene que haber una ahí. -La cogí y mi sonrisa no pudo ser mayor. Ángel se abrazó a mí por detrás y se bajó un poco para quedarse a mi altura- Venga, sácala tú que tienes más maña que yo para estas cosas. 


       -Tienes que mirar al reflejo del objetivo de la cámara para salir bien, que ya tengo yo eso estudiado.


     Y entonces, presioné el obturador. 


        -Ya me pasaré a ver a Max un día de estos y te doy una copia.


        -¿Lo conoces?


        -Y ya le debo una, además.-respondió él, con seguridad.


        -Pues no me ha dicho nada. ¿Qué clase de conspiración me tenéis preparada?-Pregunté yo, preocupándome.


        -Ninguna. Es que no lo entiendes porque no hemos terminado el cuento. Ven por aquí, vamos a subir al piso de Freire, que si no, te vas a congelar viva- dictó él, cogiendo un manojo de llaves del bolsillo del pantalón y abriendo el portal. Cuando subimos, cogió otra llave y entró allí como si fuese su casa. En el salón estaba Inés sentada, tapada con una manta escuchando la radio. Levantó la vista para vernos y dibujó una sonrisa en su cara absorbida por la enfermedad. 

       -Era hora, ¿no?


       -¿Contenta?-preguntó mi hermano suspirando.


       -Pues claro.-Asintió Inés- Ven, Marina, siéntate. -Me quité el abrigo, cogí la tabaquera y las cerillas y me dirigí al sillón a junto de ella. En ese mismo instante apareció Freire con una bandeja con cuatro pocillos y dos jarras, una con leche y otra con café, y lo dejó en la mesa de té. Se sentó con aires de agotado y cogió aire antes de hablarme.


        -Hola, Marina. ¡Qué bien te quedan las gafas y el sombrero! Me recuerda a la foto de por la tarde. Era curiosa la fotografía, ya verás como a don Santiago le gusta.


        -Eso espero, señor. -En aquel momento, mientras Freire me servía un café, me di cuenta de que allí faltaba alguien. Ese famoso Damián del que todos hablaban y que yo no conocía. - Una cosa, ¿aquí no falta alguien?


         -¿A qué te refieres?-Preguntó Freire extrañado.


         -¿Y su hijo dónde está?-Inquirí yo, sin saber que estaba a punto de meter la pata de lleno. Freire miró a mi hermano a punto de reírse, mientras éste se echaba la mano a la frente.


          -Bajo tierra. La cólera se lo comió hace dos años.-Aclaró Freire solemnemente, después de la risa.

         -Entonces...Madre mía, aquí hay muchas cosas que no encajan. O eso o estoy loca.-Dije yo, agarrándome de los pelos.


         -Pobrecilla, no la mareéis, que todavía no terminé de contarle todo.-aclaró mi hermano, sentándose a mi lado- ¿Habíamos quedado por la parte del foso, no? Bien. Pues allí permanecí tres días sin comer, sin beber y meándome encima. Hasta que pillaron a mis compañeros huyendo y pude salir del foso corriendo a cuanto me daban las piernas. Como era de noche, llegué aquí al centro y vi este portal abierto. Me metí, subí al primer piso y, derrotado totalmente, me puse a dormir en la alfombra. Total, que abre Freire la puerta y se encuentra con un paquete de la cárcel, y certificado además.


       -Deja los chistes, anda, nunca fueron lo tuyo.-Espeté yo.


       -Y nos pusimos a hablar y hallamos la solución a mi problema: en vista de que tenía un parecido con Damián, en paz esté, pues le cogí prestada la identidad.


        -Entonces...-miré para Inés, y luego para él- ¿Eres tú su novio o ya lo era el otro, o cómo?


        -Soy yo, Angelito, el que viste y calza. Yo mismo la camelé.


        -Y lo que no acabo de creerme es... ¿si el chaval está muerto... cómo es que al dar el cambiazo nadie pensó "ese estaba muerto"? ¿Y cómo es que la gente se cree aún así que eres tú?

        -De momento quédate con lo dicho. Y ahora la peor parte, la que más me duele. No podemos tener el trato que tendríamos si estuviésemos en Madrid y yo no fuese carne de cañón. Tú y yo ahora somos vecinos, nada más. 


        -Y...¿no podremos vernos así de vez en cuando como hoy?-Pregunté yo, preocupada.


        -Cuanto menos, mejor.-declaró él, seco.


     Al oír esas rudas palabras, que sabía que le dolían a él también, comenzaron a humedecérseme los ojos. La seguridad con la que las dijo, lo hirientes que eran y lo mal que dejaba la situación nuestra relación, hicieron que me inundara una profunda tristeza. Las lágrimas se convirtieron en bichos comiéndome la garganta por contener el llanto, la contención se convirtió en sollozos,y luego vino el llanto. Hacía años que no me sentía tan mal.


        -Joder, Ángel, te has pasado.-Intervino Inés- Podías habérselo dicho de otra forma. 


     No pude evitar comportarme como la niñata que era. Me abracé a él llorando como nunca había llorado en mi vida, hundida en la más profunda de mis desesperaciones. Lo que acababa de decir me había quitado el aliento, y sin exagerar, las ganas de vivir, el motor por el que tenía fuerzas para salir adelante, la llama del alma y cualquiera de mis sentimientos. Lo quería demasiado, pero, aún sabiendo que a él le dolía tanto como a mí, lo odié por un momento. Mis esfuerzos por encontrarlo habían servido para hacer como si no lo hubiese encontrado, como si fuese otro más, como si solo lo viese para intercambiar un cutre diálogo sobre el tiempo o sobre los cotilleos del barrio. Pensar todo aquello me ahogó en el abismo, en el abismo del terror que le tenía a que pudiese estar muerto de verdad, porque realmente era como si él estuviese muerto y Damián hubiese resucitado. Veía cómo intentaba consolarme, y pude saber, llámenle instinto de hermana, que él estaba conteniendo su llanto para poder protegerme a mí. Sentía vergüenza de ponerme así delante de esa gente que apenas conocía, que me miraba con pena y melancolía. Inés se acercó y me dio la mano, acariciándola levemente con su dedo pulgar, mientras siseaba para tranquilizarme.


       -Sé que es duro, pequeña.-comenzó a decir mi hermano, claramente conteniendo su llanto-Pero debemos ser fuertes y tener la esperanza de que ese malnacido no dure mucho en el poder, que no lo creo. ¿Cuánto durará? Dos o tres años, cinco como mucho. Sólo será un tiempo, después todo volverá a la normalidad y podremos volver a hablarnos sin miedo a que nos maten por defender la igualdad, la justicia y la libertad. Y dime una cosa, ¿vamos a dejar que un hijo de puta resentido nos joda ahora? ¡Nunca! -en aquel punto comenzaron a caerme sus lágrimas en la cara- ¿Recuerdas aquel cuento que te contaba de pequeña, el de las gallinas que le hacían frente al zorro? ¡Pues así mismo debemos ser nosotros!¡Unidos de corazón para hacer frente a lo que se nos venga encima! -hizo un silencio, para retraer el moquillo- Tienes que entenderlo. Sabes que tú llevas mi sangre, y yo llevo la tuya, y eso no hay nadie que lo pueda cambiar. Papá se sentiría orgulloso de nosotros, lo sabes, ¿no? Y ya sabes que estoy más loco que Laertes, y por ti, hermana Ofelia, mataría a quien fuese. Aunque bueno, el príncipe Hamlet que te has echado me cae bien, a diferencia del Laertes original.


     Vi cómo a Inés se le venían las lágrimas a los ojos, y cómo las secaba con la manga del camisón. Freire asentía con la cabeza en silencio mientras servía un pocillo de café con leche para mí.


       -Dale un cigarro a la pobre a ver si se relaja un poco.-le dijo Freire a mi hermano, mirándome con pena-Que anda que no has sido cruel con ella al decirle que no podrá hablar contigo.

       -No me va a quedar otra, por mucho que no me guste.-Sentencié yo, firmemente.


       -Y además, mi función de protección ya la tiene otra persona.-espetó mi hermano- Anda que bien feliz que estás con Max.


       -Es que...


       -Shh. No hay nada que explicar, hermanita. Solo te digo una cosa: Max es el mejor chaval que has podido encontrar. Eso sí, nada de placeres, que hay mucho cura exigente con eso, y a ver después cómo te casamos.

       -¿Ya te estás volviendo un defensor del sistema patriarcal?-repliqué yo, casi ofendida por lo que había dicho.

        -Ya hablaremos de esto más adelante, ya.-dijo, mirándome con cara de pícaro-Veremos entonces quién tiene la razón.


        -No le hagas caso, anda.-interrumpió Inés- Que solo quiere meterse contigo.


     Me levanté y fui a la chaqueta de mi hermano a coger un cigarro, ya que el vicio comenzaba a llamarme. Me senté yo sola en otro sofá para no molestar a Inés con el humo, y cogiendo mi pocillo de café para darle un sorbo, me quedé mirando a mi hermano mientras coqueteaba con Inés. Viendo sus besos y sus cosas de recién casados, por un momento sentí envidia. Mis roces con Max habían sido sólo una mínima parte de lo que estaban teniendo ellos en aquel momento. Freire se vio reflejado en mí en carácter de sujetavelas, y se levantó a rebuscar entre los libros una caja. Se vino a junto de mí y comenzó a explicarme:


       -Mira. Te presento a Damián.¿A que se parece a tu hermano?-dijo, sacando una fotografía de estudio de un chaval que se podría decir que era la versión gorda de mi hermano. Yo la cogí con el cigarro entre los dedos y un comentario grosero huyó de mi boca.


       -Si mi hermano no estuviese tan esmirriado, quizás sí.


     Entonces mi hermano giró la cabeza y reaccionó.

        -Perdón por estar encerrado comiendo solo un plato de gachas diario.


        -No te enfades, que ya estabas así antes.-Inés se rió por lo bajo y me guiñó un ojo.    


        -No, estoy en los huesos. Y más que antes.-Reclamó él, aunque yo no le hice caso y continué mirando más fotografías mientras terminaba el cigarro. De repente se giró, como si se le ocurriese algo, y me miró con la misma cara que le ponía yo cuando le pedía algo- Una cosa... ¿Me harías un favor?

       -Tú dirás.


     -Tú esto no lo sabes, pero mamá tenía un pazo en una aldea de Lugo. Un lugar precioso, sin lugar a duda.

       -Continúa -dije yo, manteniéndole la mirada y temiéndome lo peor


       -Pronto mi jefe me dará vacaciones y me gustaría ir allí a recordar viejos tiempos, pero las llaves están en Madrid y no es conveniente que madre me vea.


       -No pienso ir a Madrid. Ya te lo adelanto.


       -Pues es una pena, tú nunca habías ido allí y creo que te gustaría. La cuestión es que el que quiere ir soy yo, y dependo de ti.


       -Te vas a quedar sin ir -dije entre carcajadas- No tengo ganas de encontrar a madre llena de furia.


       -Hablemos en plata.¿Qué quieres?


       -El viaje a Madrid financiado por ti, dinero, y la cabeza del Caudillo en una estaca junto a la de sus seguidores. Aunque esto último ya es sólo un sueño.


       -Está bien. Las llaves las guarda madre en el cajón de su mesita de noche, están atadas con una cinta roja. El plan es que las cojas sin que ella se dé cuenta, vuelvas aquí y organices tú el viaje hasta Lugo, que todavía tengo que consultar un mapa para ver si me acuerdo del nombre del sitio. Tú invitas  a Max que, conociéndolo, va a aceptar; e invitas a Inés, que me llevará a mí. Vamos, un plan perfecto.


         -Pero la que se lleva el manojo de leches de madre soy yo. Exijo una indemnización por ello.


         -Serás demonio... Está bien. Tendrás una paga por todo el trabajo realizado.


         -Qué blando eres.-Vaciló Inés.


         -¿Hay algo que quieras rescatar de casa?-Pregunté


         -Cosas de papá.


         -Entendido.-dije yo, espachurrando el cigarrillo en el cenicero- Y por una propina te traigo la cabeza del que te encarceló.


         -Que le vaya bien la vida, es mi deseo. Creo que cuando sepan que su padre era militante del Partido Socialista no haré falta yo para que se lo coman como un chorizo.


         -Muy bien. Ya volveré un día de estos para recoger el sobre con el dinero. Mientras, le iré metiendo en la cabeza a Max el viaje.


         -Tendrás que escribir una carta a doña Hortensia para que tenga todo perfectamente limpio y ordenado cuando vayamos.-Hizo un silencio breve, pero incómodo, con un gesto preocupado-Y ándate con cuidado. No me extrañaría que con todo lo que está pasando en Madrid ahora te mandasen a la cárcel de las Ventas por estar relacionada conmigo. Bendito el día en el que dije que las Juventudes Socialistas eran caras, si no allí estarías ya. 

          -No exageres, no me pasará nada. ¿Cómo es el sitio ese que dices?


          -Es un caserón de campo enorme, con un jardín lleno de camelias, una fuente, bancos y una mesa de piedra y azulejo, parras, árboles frutales y una estatua de Fernando Gutiérrez y Latorre, el primer señor de Las Fraguas. El caserón tiene un estilo simple, del neoclásico, ventanales, mucha piedra y el escudo de la familia encima de la puerta principal. En el interior, las paredes están empapeladas,hay arañas de cristal, jarrones milenarios, estanterías repletas de libros antiguos, sillones de Versalles... Hay un salón de baile, un baño al estilo romano, un pasillo repleto de habitaciones... Y hay algo que te encantará. Hay un piano vertical en una habitación, y uno de cola en el salón de baile. 


           -Ya me apetece más ir.-Dije yo, frotándome las manos.


           -¿Me rebajarás el importe a pagar?


           -Ni lo sueñes.


     Me desperté en una cama no muy grande, en una habitación rodeada de libros y una máquina de escribir. En la mesita de noche estaba la pitillera de mi padre y un sobre con mi nombre. Claramente era la letra de mi hermano. Me incorporé suavemente, frotándome los ojos y cogiendo el sobre. Lo abrí en la penumbra y vi que había unos cuantos billetes de cien pesetas. Los volví a guardar, y me levanté suavemente de la cama. En la máquina de escribir yacía un papel que ponía:

     "Llévate la pitillera, tú también necesitas algo de papá y te va a hacer falta, ya que tu hermano no piensa cambiar las viejas costumbres que su mentor le enseñó. El dinero te hará falta, tanto para lo que me pedías como para no saquear a Max. Te quiero."

     Sonreí contenta como un niño con un juguete nuevo. En la máquina, unas líneas más abajo, le escribí algo yo también y volví para coger la pitillera. Salí de la habitación y vi a Inés sonriente barriendo el suelo.

       -¿Has dormido bien?

       -Demasiado bien para ser cierto. Lo que me preocupa es que a ver qué le explico a Max ahora. 

       -Ya te preparamos una excusa tu hermano y yo. No hay prisa. ¿Quieres desayunar?

       -Ya me lo preparo yo, no te molestes. ¿Dónde queda la cocina?

       -Ahí, en esa puerta. Termino de barrer el pasillo y voy.

     Comencé a prepararme el desayuno con lo que vi allí desordenado. Mientras la leche se hervía, cogí el ejemplar del Diario de Burgos recién comprado y comencé a leer. Ya me entró fiebre al leer la portada y seguí pasando hojas. "Una mujer fue violada ayer en las orillas del río Arlanzón". Seguí leyendo y me eché las manos a la cabeza. Era una prostituta que fue violada, y posteriormente disparada con un arma corta. Llámenlo olfato de perro, pero me dio muy mala espina. Seguí leyendo y por fin vi "Unos delincuentes asaltan una granja de cerdos en la localidad de Castañares". Damián Freire Villanueva. Me entró la risa y continué leyendo. "Los delincuentes, que eran maquis y están en expresa busca y captura por la Guardia Civil, asaltaron el complejo ganadero la noche pasada con intención de robar un cerdo". Se le notaba en la calidad de la redacción que no quería escribir eso que escribía. Ángel era capaz de escribir para dejar a uno atónito, para no olvidarse de alguna de sus noticias, para que uno de sus argumentos rebotase días en el interior de tu cabeza. Se tuvo que vender para pagar una nueva vida postiza, y no lo juzgo por ello.

       -Pobre.-Murmuré para mí misma, cerrando el periódico y levantándome a recoger la leche. Apareció Inés por la puerta, se quitó el delantal que llevaba y se sentó conmigo en la mesa.

              -Tu hermano me dejó el recado de que te dijese que vinieses cuando quisieses, pero por la noche y con cuidado de que nadie te siga. Dijo que lo había pensado mejor y que era una tontería andarse con tanto cuidado.

                 -Eso daba igual. Lo entendía.

                 -Y me dijo que volvieras esta noche a recoger una cosa.

                 -La fotografía de ayer.

                 -Ah, que te ha hecho una fotografía.-Se sorprendió Inés

                 -Es una autofotografía en el cristal de un escaparate. Seguro que te gustará.

                 -Y bueno. El tema de la excusa. Habíamos pensado que dijeras que habías venido a verme o algo y que te habías quedado dormida.

               -La mía es mejor. ¿Me prestas alguna ropa? Es que no tengo casi nada. Le digo que me levanté temprano para pedírtela, y así ya le meto a Max en la cabeza que tengo que ir a Madrid recoger alguna ropa más.

                -Marina, me encantas.

             -Más te encantaré cuando te hable de las maravillas del feminismo, que todo apunta a que no tienes ni idea. 

              -Tengo muy poco colegio encima. Me encantaría aprender todo lo que sabes tú.

              -¿Ayer lo hiciste arriba o abajo?-Inquirí yo pegando un sorbo de leche.

              -¿Lo escuchaste?-preguntó ella colorada.

            -No, pero me imagino que mi hermano me dejó su cama y fue a dormir contigo. Y bueno, lo que suelen hacer los amores en la misma cama sabemos las dos qué es.

             -Fue abajo. 

            -Y eso que mi hermano no tiene idea de follar. Ya cogeré en Madrid el Kamasutra, que te voy a instruir bien. Y quede claro que soy virgen.

            -¿Aún no has visto a Max desnudo?-inquirió ella, como respuesta a mi curiosidad.

            -Qué va. Aunque todo apunta a que es un bombón de chocolate con leche a punto de fundirse.

            -Pues el bombón no dará el paso hasta que tú se lo digas. O se lo des a entender, vaya.

            -Si te digo que no estoy demasiado apurada por hacerlo... igual te caes.

            -Lo que te pierdes, cuñada. Yo a tu edad ya había probado varias veces. Ya te aconsejo: La primera vez tienes que dejarte hacer, dejar que él lleve la situación. No intentes ir de fiera, porque te parece que sabes mucho hasta que pasa. Cuando pasa, realmente solo estás atontada con la otra persona.

     Me terminé la leche de un solo trago. Me levanté al baño sin decir nada, y cuando alcancé el marco de la puerta, dije:

       -Hay que cambiar eso. Voy al baño. Tráeme la ropa que me quieras prestar y me visto.

     Me miré en el espejo del baño y, de algún modo, me vi diferente después de la charla que tuve con Inés. Me desnudé y me miré en el espejo en bragas. Me veía, cada vez más, las clavículas bien marcadas, y los senos cada vez más voluminosos. Al mismo tiempo, unas curvas comenzaban a aflorar desde el pecho a la cadera. Me estaba sorprendiendo a mí misma. Mis ojos marrones incluso parecían de otro color diferente. Lo que ignoraba era que Inés me miraba desde fuera.

       -Ve acostumbrándote. Todas esas cosas que te salen ahora son lo que te dará la victoria con los hombres. Necesitas un sujetador, por lo que veo.

        -Nunca he usado uno. 

       -Toma -dijo, dándome un vestido rojo de seda- te presto este. Es el mejor que tengo. Me lo regaló tu hermano.

        -Es precioso.-dije yo, cogiéndolo en mis propias manos.

        -Espera un momento, que voy a cogerte un sujetador. A ver si te sirve.- Enseguida volvió con un sujetador y me lo puso. Nunca cosa más incómoda había tenido en el cuerpo.

       Me puso el vestido, que me quedaba un poco largo, pero que por lo demás era mi talla justa. Me dejó también unos zapatos, y aunque me resistí, me maquilló. Cuando me vi en el espejo, comencé a reírme a carcajadas de mí misma. Mi rostro me resultaba tan absolutamente extraño que no pude evitar reírme, como si mi reflejo fuese el payaso de un circo. Abrí el grifo para lavarme la cara, pero Inés lo cerró enseguida. Acababa de entender que no tenía nada de su apariencia de mosquita muerta.

       -Estás muy equivocada si piensas que voy a salir así a la calle. -le dije, tajantemente.

       -Lo harás. Estás muy guapa, aunque no lo creas. Cuando Max te vea así se quedará con los ojos como platos.

        -Max no es tan superficial como para caer en estos malditos roles. Tráeme ahora mismo ropa de mi hermano que así mismo me presento delante de doña Gloria, que a ver si no se cae del susto.

        - Vamos a hacer una cosa. Vas así, y si Max te suelta un piropo, me invitas a un chocolate; y si te dice algo negativo, te invito yo a ti. ¿Hecho?

         -Hecho.

     Y así mismo me fui. Llegué al edificio, subí al piso de Max, y me encontré con un jaleo impresionante. Beatriz llorando, doña Gloria discutiendo con Max, Flores (como le llamo yo al hermano pequeño de Max) replicando en medio cosas no muy buenas sobre mí, y todo un lujo de discusiones allí dentro que yo misma había provocado con mi ausencia. Como no tenía llaves, golpeé la puerta. Se oyó a doña Gloria enfurecida ordenarle a Encarna que abriese la puerta. Continuaba discutiendo con Max que si me habría aprovechado de él, etcétera, etcétera. Abrió Encarna la puerta y le susurré:

       -Sígueme la corriente.

     Ellos se quedaron en silencio un momento. Max echó un suspiro de alivio al verme.

       -¿Qué pasa? Solo había salido a pedirle ropa a Inés un momento, que no traje más que dos vestidos.-Beatriz enseguida salió corriendo hacia mí y me abrazó las piernas. La cogí en brazos y casi me ahoga del abrazo- ¿Tan indispensable soy en esta casa?

          -Ay, hija mía, nos tenías preocupados.-Max la miró de refilón, como si viese la mentira que yo también vi- No vuelvas a meternos estos sustos.

           -La verdad es que yo creo que te has buscado un amante ahí fuera. Igual don Damián. -dijo Flores, picándome.

           -Pues no está mal, -dije, conteniéndome la risa- lo vi hace un rato saliendo de casa. Un poco esmirriado, diría yo, aunque por lo demás sería una buena pesca para otras, que yo estoy ocupada, además de que no quiero periodistas en mi vida.

            -¿Y a dónde vas tan guapa? La verdad es que no me esperaba verte maquillada, aunque estás muy mona.

            -Inés insistió en hacerlo. Sabes que no creo que sean necesarias estas florituras.-Estiré los brazos hacia arriba, bostezando- Iré a lavarme la cara. 

       -Mejor quítate la cabeza.-Picó Flores.

       -Cállate, Florero, que nadie te hace caso.-Piqué yo también.

       -Ahí te ha dado.-Dijo Max, entre risas- Oye, Marina. No te quites eso, que estás muy guapa y viene bien para venir esta noche a un sitio conmigo. Compré entradas para el teatro.

         -Igual me estoy aprovechando de ti.-dije yo, sarcástica.

         -¿Oíste a mi madre decir eso?-preguntó Max, preocupado.

         -Sí. Pero es normal que lo piense. No te preocupes.

         -Perdónala. Es así a veces.

     Sin darme cuenta, la distancia entre él y yo había disminuido notablemente. De pronto noté una mano en mi cadera, y el contacto de unos labios embadurnados de café con leche sobre los míos me cogió de sorpresa. Aunque nunca había sentido nada tan reconfortante como eso. Cuando por fin cesó el contacto, pude ver cómo los labios de su cara todavía imberbe habían cogido un color rojizo gracias al pintalabios. Le faltaba estar más desaliñado para parecer que había salido de un bar de prostitutas. Entonces vi el momento para meterle lo del viaje para ir a "buscar la ropa".

        -Max, tenía que contarte una cosa.-dije, en tono grave.

        -Ay, no me preocupes. ¿De qué se trata?

        -Tengo que volver a Madrid -por un momento me pensé bien lo que le iba a decir, y enseguida supe que si le decía lo de la ropa me la iba a comprar él- a coger una cosa en mi casa.

         -¿Qué cosa?

         -Es una sorpresa para ti, así que no preguntes.

         -Me callo, entonces. Ya me tienes impaciente. ¿Te acompaño?

         -No hace falta. Me apaño yo solita.

         -Lo digo porque en Madrid ahora mismo las cosas están muy mal y andan fusilando a gente porque sí. Y ya sé que me dirás que eres una mujer pero que no eres débil, pero ahora mismo está feo para cualquiera. Y sé también que yo como defensa no valgo ni cinco céntimos, pero dos siempre fueron más que uno; así que si no represento mucha carga quiero ir.

       -Si me lo pides así, pues sin problema. Estaría bien irnos cuanto antes.

       -¿Mañana?-Preguntó él, contento.

       -Así sea. -dije, limpiándole los labios.

    Y todo desembocó en unas risas. 

       -Qué mariconadas me traéis.-Interrumpió Flores, mirando desde el marco de la puerta.

       -Te soltaría una retahíla sobre los homosexuales, y lo que llamas mariconadas, pero no merecería la pena.-dije yo, acercándome a él y dándole un tirón de una oreja- Sólo eres un cobarde que no da la cara. 

           -¿Te crees que me gustas o algo?-preguntó, poniéndose rojo y nervioso

           -Excusatio non petita...-espeté con una sonrisa enigmática.

           -...acusatio manifesta.-Acabó Max.

     Me fui al cuarto de Max. Ya hacía días que una idea me corroía la imaginación y estaba impaciente por salir a un papel. Me senté ante la máquina de escribir y comencé a mecanografiar la historia que llevaba días cocinando en mi mente con demasiada sal.