sábado, 17 de diciembre de 2016

XVI:Teatro


     -Madre, él es bueno. Todavía no ha descubierto el pastel venenoso.-Aclaró él.

     -Todo se corrompe, hijo.-Sentenció ella, jugando con el borde de su camisón.

     -Él no. 

    La mujer, claramente alarmada por el uniforme de su hijo, no era capaz de mirarle los galones más de cinco segundos seguidos. Se sentía rota.

      -¿A cuántos has matado?-Inquirió.

      -A los necesarios. Y haga el favor de llamarme don Diego. Esta noche la sacaré de aquí.

     Ángel miró a Suárez inquisitivamente. Aquella reunión le estaba gustando poco. Suárez había recibido quejas acerca de la adjetivación que le daba a los sucesos, que casi parecía irónica y estaba recibiendo un ultimátum si no quería ser despedido. Estaba viendo que sus vacaciones pendían de un hilo absolutamente fino y que debía pensar con neutralidad si quería mantener el puesto de trabajo. Suárez daba vueltas por su despacho, como si fuese una tortura más. Ángel, aún así, se sentía contento por poder hablar con Marina y por haber tenido sexo a la noche, y se le escapó una leve sonrisa que por suerte el jefe no percibió. Ya era la hora de salir, y terminada la riña, fue a buscar las fotografías a un fotógrafo de otro barrio. Era una fotografía bizarra, pero buena al mismo tiempo y que serviría para recordar esa noche especial. Casi a brincos, fue hacia la casa de los Triunfo para ver a su hermana y su sorpresa fue que le abrió Encarna, que le dijo que Max y Marina habían salido a cenar en un restaurante, y que después iban al teatro. Triste, se fue a casa de Freire a cenar una triste sopa de verduras. Aunque mirando cómo la imagen de la cuchara se distorsionaba entrando en el mejunje de aquella sopa insulsa y falta de vitaminas, se le encendió la bombilla.

       -Inés, cariño, ¿cómo te ves para ir hoy al teatro?

       -No es mala idea. ¿Cómo se llama la obra?

       -Sorpresa.

       -¿Sorpresa?

        -Ni yo mismo lo sé. Pero me apetece.

        -Pero no tengo nada decente para salir. Le dejé a tu hermana el vestido que me regalaste tú.

     Por un momento, Ángel conjuró en su mente la imagen de su hermana con aquel vestido y le pareció un tanto circense. Le dio hasta un escalofrío.

       -Bueno, no pasa nada. Freire, ¿sabes dónde puede haber alguna tienda abierta ahora?

       -Son las ocho y  cuarto... Si te apuras, llegas antes de que doña Lola cierre allá en la Calle Paloma.

        -Ahora mismo me transformo en Jesse Owens.-dijo, levantándose y tropezando con la pata de la mesa.-Me fiaré de mi instinto. Volveré en cuanto mis extremidades me lo permitan.

     En poco más de media hora, ya estaba de vuelta. Y con más cosas que un vestido, que para ser bastante barato, lucía como uno digno de una marquesa. Por el camino vio a un joyero cerrando el portón de su joyería, y lo detuvo. Sudando como un perro, vio unos pendientes de plata y azabache, y no pudo evitar la tentación de regalárselos. Y allí, en el expositor que hacía de mostrador, vio unos cuantos anillos de compromiso. El simple hecho de verlos, lo enrojeció hasta parecer el mismo color rojo, y aunque no solía tomar las decisiones sin pensarlas más de mil veces, algo dentro de él le decía que jamás se arrepentiría de lo que iba a hacer. Uno de ellos, de plata, con un zafiro sujetado por seis dientes que coincidían con los vértices del cristal, pareció hacer un reflejo cuando lo miró. Toda duda se disipó en medio del sudor en aquel momento.

       -Es buena compra, joven.-dijo el joyero, oliendo las pesetas- A su novia le va a encantar.

       -Eso espero.-dijo él, tragando bocanadas de aire.

     Y en pocos minutos llegó al piso, con la caja del anillo en el bolsillo de la chaqueta. Inés sacó el vestido de la bolsa. Era un vestido negro de gala, largo hasta mitad de la pantorrilla, de manga corta, escote cuadrado por delante con pedrería y escote trasero en pico hasta media espalda, también con pedrería; y todo el conjunto con detalles en encaje. Entonces, Inés sacó un pañuelo del bolsillo porque auténticamente lloraba de la emoción. Se secó las lágrimas y enseguida corrió a vestirse.

     -Oye, Freire, que entre darle a mi hermana dinero, eso, y una sorpresilla que me tengo guardada, me he quedado sin una perra. ¿Me prestas dinero para las entradas del teatro? El mes que viene te devuelvo sin falta lo que te debo.

     Freire suspiró y sacó la cartera de la chaqueta. Le dio con bastantes sobras.

       -No andes por ahí sin dinero, anda. Y ve a bañarte, que el olor a macho alfa, con lo que has corrido, no te lo quita nadie.

       -Y otra cosa, ¿no tendrá algún traje de buen parecer por ahí que pueda prestarme? No seré quisquilloso.

       -Pues no sé que decirte... Ve a bañarte y voy a mirar al desván, que a lo mejor algo hay que le siente bien a tu cuerpo esquelético.

     Entonces fue a la habitación y vio de reflejo un texto de una cuartilla entera en la máquina de escribir. Lo cogió con las manos y se puso a leer:

"Llévate la pitillera, tú también necesitas algo de papá y te va a hacer falta, ya que tu hermano no piensa cambiar las viejas costumbres que su mentor le enseñó. El dinero te hará falta, tanto para lo que me pedías como para no saquear a Max. Te quiero.

Te tomo la palabra, jefe. Y respecto a lo de ayer: me comporté como una niña, sé que es lo que hay, y que hay que aguantarse; lo entiendo perfectamente. Créeme, y por el tema del dinero no te preocupes, en seguida don Santiago (si todo va bien) comenzará a pagarme y no necesitaré una mano negra que me suministre dinero. Y bueno, lo que viene ahora me va a hacer escupir caramelos y dulces por la boca, y más siendo yo de esas que dicen dos palabras buenas, y una mala detrás. Yo también te quiero, si no no hubiese emprendido una aventura (bastante incierta, a todo esto, y de la que no sabes ni la mitad) para buscarte a ti, que en una parte de mí ya estabas muerto. Debes ser la persona que más favores me ha hecho y que más tiempo ha aguantado mis banalidades y mis lloros. De ti aprendí todo lo que sé, y mi cosecha propia es derivada de todo lo que me enseñaste. ¿Recuerdas cuando me enseñaste a leer? Fue con uno de tus cuentos, que todavía conservo. El de la princesa que estaba enamorada de otra princesa. A día de hoy, sigue siendo mi favorito, y lo leo cuando estoy deprimida y siento que todo se me viene encima. Yo siempre creí que me gustaban las chicas, no sé, pero el probar con Max me ha dejado tiesa y me ha enseñado que lo mío son los chicos. Aunque no lo tengo claro. ¿Y si son los dos? En eso, sí que necesito ayuda. Porque (y esto te lo cuento ahora en exclusiva) a mí me gustó Violeta, una chica de mi edad con la que me cruzaba siempre al volver de la casa de mi amigo el maltratador de criadas. Nunca hablé con ella más de un saludo,pero me producía siempre una atracción irresistible, con esos rizos de azabache y sus ojos verdes. Y a la vez, Max es lo mismo para mí, solo que a él tengo acceso y es un hombre. Esto me hace sentir confusa e igual te parece raro que te lo escriba aquí, pero no encontré mejor forma de decírtelo. No quiero tampoco preocuparte. Estoy muy bien con Max, cuida de mis necesidades como si fuese una reina y yo intento ayudarle en todo lo que puedo. Porque como sabrás mejor que nadie, soy más carga de lo que realmente valgo. Y después voy yo con mis aspavientos de importante cuando sólo es una especie de cascarón. Y yo soy apenas un pollito.  Y más desde que me quedé sola en casa con madre, porque aunque "nos lleváramos bien", no había día que no me girara la cara al menos una vez. Y ya se lo puse en la carta que le dejé antes de irme, que si volvía, no sería para verla a ella, que lo único que le debía era una somanta de leches que jamás le daría por el respeto que concernía mi condición de inferior. Ahora mismo, de mi antigua vida, solamente me quedas tú, y a lo que quiera que haya por ahí dirigiendo el porvenir, se lo agradezco. Porque has sido más que mi hermano y porque te quiero en pretérito pluscuamperfecto, en presente compuesto y en futuro simple.


Ricitos de oro     "


     Le sentó como una inyección de amor. Enseguida pensó que tenía que quedar con ella para aclararle que seguramente era bisexual, que era algo totalmente normal y que no debía sentirse confusa por ello. Eso sí, siempre en la intimidad, porque podía pasarle de todo.  Dobló la cuartilla cuatro veces y la guardó en la cartera, como si se tratase de un amuleto. El aire con el que pisó la bañera era totalmente diferente, y se bañó cantando un solo de Tarugo, de la zarzuela de "El puñao de rosas". Cuando salió, se echó Varon Dandy y, envuelto en una toalla, fue a la cocina y cascó dos huevos. En aquel momento, apareció Freire con un traje del desván por la puerta principal, y al llegar a la cocina y encontrarse con Ángel separando las yemas de los huevos y tirándolas a la basura se quedó atónito. Y cuando vio cómo las batía se le ocurrió pensar que iba a cocinar un bizcocho. Él lo saludó y se fue con el plato con la clara del huevo batida al baño. 

       -¿Para qué es eso?-preguntó Freire

       -Tú utilizas gomina, y yo utilizo claras de huevo. La guerra me hizo así.

       -Cuando termines, vente aquí.

       -Voy a afeitarme todavía. Pon la radio para no aburrirte.

    Y así lo hizo. Se puso a escuchar la repetición de un partido de fútbol del Racing de Santander y el Real Madrid para pasar el tiempo. Mientras, Ángel calculaba fríamente el espacio con la cuchilla para que, con un esfuerzo mayúsculo, le quedasen las dos patillas iguales. Y por una vez en su vida, lo logró. Se peinó con la raya de lado, con un buen enjuague de clara de huevo y fue a coger el traje. El traje era negro, con chaleco y una corbata roja. Le quedaba algo flojo, pero tampoco era para tanto. Se puso los zapatos de gala, cogió la caja con el anillo y todavía pasó a retocarse el pelo al baño. Pero aún tuvo que esperar por Inés,y aunque escasamente escuchaba fútbol, se sentó con Freire a defender al Real Madrid. Freire, por la contra, era un culé convencido y animaba al Racing solamente por ver perder al Madrid. Cosa que no sucedió. Y mientras duraba el debate deportivo, un sonido de tacones comenzó a sonar por la madera del suelo del pasillo. Entonces entró Inés, como si fuese una auténtica marquesa, más elegante aún si se quiere, y se quedó algo petrificada al ver a Ángel más elegante de lo habitual. Y sin gafas. Ángel se levantó y le tendió el brazo.

       -Mademoiselle.-Invitó a que le cogiese de gancho.

       -Pasadlo bien.-Animó Freire, escuchando la radio aún.


     -No sé por qué, ya me temí esto de que me dejases plantado. Y aquí me tienes.- dijo Cuco, con el maletín en la mano y un lienzo en la otra.

     -Tengo que decirlo, -admití- se me pasó por completo. Tenía ganas de escribir. Mañana voy sin falta.

      -De eso nada. Mañana no te pillaré tan bien vestida como hoy. Así que, don Maximiliano, si no es inconveniente para usted, se la cojo prestada como musa.

      -Claro que no. Te la llevo después a tu apartamento.-dijo Max, meándose de risa.

      -Llévela en taxi, que si no, con esos tacones se hará daño en los pies.

      -Así lo haré. Buenas noches Cuco. Nos vemos.

      -No te duermas.-piqué yo. Pude ver cómo se giraba, me echaba la lengua, y además, me guiñaba un ojo.

     Tras un buen rato esperando que apareciese un taxi, comiéndonos la helada de la noche, comencé a temblar por lo fino que era el vestido y porque iba sin chaqueta. Max enseguida se dio cuenta, se quitó la suya y me la puso en los hombros. Además de eso, me pasó el brazo por los hombros y me dio un beso en la cabeza. Hubo un breve silencio.

       -Ya sé lo que estás pensando. Que sabes defenderte solita. Que no debo hacer esto. Y tendrías razón si no fuese que se lo hago a cualquiera, sea hombre o mujer. Y que además eres mi novia, como para no evitar que cojas una hipotermia. Porque yo al menos lo considero ya así, a pesar de que era un teatrillo para ayudarte.

     Otra vez se hizo el silencio.

       -Yo también.-Le contesté, seguramente roja por debajo de todo aquel maquillaje.

       -Y te prometo que encontraremos a tu hermano. Cueste lo que cueste.

     Entonces ya comencé a ponerme nerviosa.

       -No es necesario. Me dijo don Santiago que habían fusilado ya a los últimos presos de Madrid. Ya perdí toda esperanza.-mentí yo.

       -¿Seguro? A mí no me suena, pero bueno. Siempre podemos buscar el cuerpo.

       -Da igual, Max, de verdad. He visto cómo está todo y prefiero no tener problemas.

       -No te quito la razón.

     En seguida pasó un taxi y Max se apuró a pararlo. Nos subimos a él y no tardamos en ver la contundente fachada del teatro. Allí se reunían gentes de todo tipo: desde gente normal hasta altas esferas y fuerzas militares. Se notaba que era una obra de alguien que le lamía el culo al Caudillo, aunque de todos modos, no me vendría mal un poco de drama. Nos bajamos y Max conocía a todo el mundo, nos cruzamos al menos con 5 hombres que lo felicitaban por todo el progreso y por sustituír al padre divinamente mientras éste estaba de viaje. Entonces me faltaron ojos para ver lo que iba a ver: mi hermano elegante, con Inés, que parecía una auténtica femme fatale cogida de su brazo, hablando con un señor gordo de bigote. Max se acercó a saludar y tras toda el protocolo de saludo con besos, procedió a presentarme a mi hermano con total ignorancia. 

       -Marina, este es don Damián. Ya has oído hablar mucho de él. -se dirigió entonces a él- Y usted de ella, vaya. Es mi novia. 

       -Inés me ha hablado de ella.-dijo mi hermano, con una seriedad que me resultaba hasta graciosa- Un placer, doña Marina.-Y entonces, me cogió la mano y la besó como si fuese un obispo.

       -Lo mismo digo, don Damián, un auténtico placer.

     Inés nos miraba desconcertada por la naturalidad que sabíamos fingir. Y el señor gordo, se despidió con un "Au revoir" y se fue al patio de butacas. Entonces Max y mi hermano se sumergieron en sus asuntos e Inés me apartó hacia un lado.

          -¿Qué tal?

          -El chocolate ni para ti, ni para mí.-dije yo.

          -¿Por qué?

          -Me dijo que estaba muy guapa pero que no imaginaba que fuese a caer yo en estas cosas.

          -¡Mecachis!

       -Se dice "Me cago en Dios". Suena más adulto.-dije yo- Por cierto, estás muy guapa tú. Y después este era el vestido más decente que tenías. 

         -Me lo compró mi novio, con los pendientes. 

         -Serás mantenida. Búscate un trabajo, mujer, que no pierdes nada.

         -¿Y de qué? ¿Quién quiere a una mujer hoy?

         -Yo te lo consigo. Ya sé a quién pedírselo.

         -¿A quién?-Preguntó ella, curiosa.

         -A Burillo. Necesita a alguien a su lado.

     Inés no dijo nada. Entonces me quedé un rato escuchando de qué hablaba Max con mi hermano, y sólo hablaban de la obra, que al final era una de Lope de Vega que apenas conocía: La dama boba. Mi hermano decía que no sabía bien cómo había pasado la censura, que era una obra que denunciaba el machismo de un modo satírico. No tardamos en entrar y nos vimos en el medio de la plebe, aún estando vestidos como señoritos. Durante la obra, estuve sentada al lado de Max, que me cogía de la mano; y por la otra tenía a Ángel haciendo como si no me conociese. Advertí por el rabillo del ojo que cogía un cuaderno con un lápiz y que escribía algo, pero tampoco le di mucha importancia. Y con la misma, disimuladamente, me vi con un papel bajo mi otra mano. Le dediqué una mirada cómplice y guardé el papel con cautela mientras Max miraba embobado el escenario. La obra me resultó un auténtico aburrimiento, aún siendo de un tema que me gustaba. Cuando salimos, mi hermano se fue a hablar con otra gente que no conocía, nos despedimos de ellos de pasada, y nos fuimos en taxi al apartamento de Cuco, un estudio de una habitación. Nos recibió con el mandil lleno de pintura y la paleta en la mano.

       -Por un instante me temí que no fuese a venir usted.-dijo Cuco.

       -No te creas que no lo pensé.-Espeté yo, metiéndome con él.

       -¿Sobre qué hora vengo a buscarla?-Preguntó Max, algo contento por algún motivo.

       -No se preocupe, Maximiliano, que yo mismo la acompaño hasta su casa. Sobre la medianoche la tendrá en casa, no la retendré mucho más.

     Y así, Max se fue a casa y yo me quedé haciendo mi nuevo oficio de musa. Entré en el apartamento y vi que tenía toda su habitación vacía y con el suelo lleno de papel de periódico; y lo que más llamaba la atención: estaba haciendo un mural que ocupaba las 4 paredes de la habitación. Dos de las paredes estaban ya pintadas por completo, otra estaba por la mitad, y el techo y la pared restante sólo tenían unas líneas pintadas. En el suelo yacía un andamio desmontado y un pequeño colchón de paja de unos 70 centímetros de ancho con un cojín y una manta. Estaba viendo perfectamente que así era su vida, solitaria y, de algún modo, apasionada. El mural era impresionante: representaba un jardín con todo tipo de flores y plantas, una fuente, pájaros... Y lo que le quedaría aún. En las esquinas representó columnas corintias, y en el techo se veían líneas como de un agujero redondo, y de una figura antropomorfa con alas que no tenía rasgos.  

       -No se asuste, pero los pintores solemos ser un desastre. Le traigo una silla enseguida.-dijo él, saliendo por la puerta- No se apoye por la pared que está media pintada, o se pondrá perdida de pintura.

        -Tutéame, anda, que me siento vieja cuando me tratan de usted.-Me trajo la silla, me senté y esperé que tuviese todos los bártulos listos.- Me encanta el mural, es precioso.

          -Anda, no le eches piropos a la pared, que solamente es un pasatiempo. La preciosa eres tú.

          -Gracias.

      -Mi novia lo odiaba. Odiaba que no pudiera ocuparme más de ella y que mi vida no fuese normal. Una vez, del enfado, casi me echa a perder el trabajo de un año.

        -Esa era una mantenida, Cuco. Mal amor para alguien como tú. Necesitas a una chica fuerte, que se busque ella misma las castañas sin un hombre que la cuide. 

          -Lo peor de todo es que sigo enamorado de ella.-declaró él, escondiéndose detrás del lienzo. Se sentó en una silla y, columpiándose, se puso a pensar cómo hacerlo. Mientras, aproveché para leer la nota de mi hermano, que ponía "Mañana a las once de la noche en casa de Freire. Nos vemos en tu portal." Me la volví a guardar y vi que Cuco venía a junto de mí con un libro: "La puchera", de Pereda. Yo, buena conocedora de la literatura española, no la conocía y enseguida me olió a libro prohibido. Algo me decía que él ni lo sospechaba.

          -Ahora abre el libro y haz que lees. Y si quieres, léelo. Aunque no me hago responsable de que te enganches y te tengas que llevar un libro prohibido.

          -Mejor no. Prefiero hablar contigo mientras miro fijamente la palabra "médico". 

          -No merece la pena escucharme. Soy un vagón lleno de penas.

          -¿Sólo por esa novia?-pregunté yo.

          -Y por más cosas que te horrorizarían y que prefiero no contarte.

          -Estoy curada de espanto. Cuéntame, creo que te hará bien. Yo no pienso decir nada.

          -No quiero que huyas. Es demasiado duro para alguien como tú.

          -¿Una desheredada a la que su madre aristócrata azotaba día sí y día también?-aclaré yo.

          -¿En serio?-se sorprendió él, haciendo líneas en el lienzo.

          -Tal cual. Y mi padre muerto.

          -Yo no sé quienes son mis padres.-dijo él, indiferente-Me abandonaron delante de un convento.

          -¿Tan duro era?-me sorprendí yo.

       -El hecho de no saber quienes son, no. Vivir diez años con las monjas sí lo fue. Me hacían trabajar como un condenado, me despreciaban, y me pegaban. Y si no hacía lo que ellas decían me metían en un sótano oscuro así como dos días sin comer ni beber. Luego ya mi señor mentor me vio un día dibujando en la arena de un camino y me acogió con él. Le debo mi vida.

          -Ay, pobrecillo. 

          -Pero eso no es lo más duro. Lo más duro es un secreto.

          -Puedes confiar en mí. Soy una tumba.

          -Te espantará, hazme caso. Es horrible. Y además me odiarás.

        -Yo no odio a nadie por nada que haya hecho en el pasado, eso se lo reservo al Caudillo de marras que tenemos. Me quedo sólo con cómo es la persona, no con lo que fue.

           -¿Odias a Franco?-Preguntó él.

           -Odiar no es palabra suficiente. 

           -Me encantas, de verdad. Eres como yo. Temía que fueses hija de algún teniente o algo así.

         -Tranquilo, compañero, soy hija de un comunista y de una aristócrata. Antes de que digas nada, es raro, lo sé. Ahora dime, ¿qué es eso tan horroroso que tienes como secreto?

          -Estuve en la guerra con los republicanos. Tuve armas en la mano y tengo varias muertes en mi conciencia. Esto me atormenta a diario. 

         -Por eso no puedes preocuparte, si no, te pondrás mal de los nervios.-dije yo, apartando la vista del libro- Es una guerra, y en las guerras hay muertos. Sólo da gracias por estar vivo, que otros no tuvieron esa suerte.

             -A veces quisiera estar muerto.-dijo él, parando de hacer líneas. Yo me fijé y me levanté para comprobar si lloraba, y así mismo pasaba. Lloraba en silencio.

     Me senté en su regazo y le di un abrazo, porque al fin y al cabo, me había caído de maravilla. Le pedí que no llorase, aunque ello solamente sirviese para que siguiese soltando lágrimas. Le sequé los ojos con mi pañuelo y lo miré compasiva. Algo me decía que ocultaba algo peor.

          -Algo me dice que no sólo es eso.-dije yo, temiéndome lo peor. 

          -No se te puede engañar, por lo que veo. No quiero asustarte.-dijo, soltando otra lágrima.

          -Mi hermano me contó atrocidades de la guerra. Así que puedes contarme tú también.

          -Me torturaron.-suspiró.

          -¿De qué forma?

          -Empezaron con intentos de ahogamiento, en las siguientes sesiones ya fue el soplete y el golpe final...-entonces se levantó, se quitó el delantal y se desabrochó el cinturón. Mi mente no estaba nada preparada para lo que se avecinaba. Se bajó los calzoncillos y pude ver el muñón de lo que algún día fueron sus genitales. Tenía apenas un bulto por donde meaba-...ya ves.

     Me quedé anonadada. Nunca pensé que fueran tan carniceros como para hacer eso. Sin duda, era un buen método para evitar que sus enemigos mantuviesen la prole. Lo vi subiéndose los pantalones y lo abracé, cosa que debió de parecerle extraña, pero que aprovechó para abrazarme también. Luego me separé para verle la cara amarga que tenía.

          -¿Amigos?-le pregunté, tirándole de una oreja.

          -¿Me das tan privilegiado lugar en tu vida?

          -Pues claro. Eres un encanto.

     -No digas mentiras, anda. Llámame castrati o algo así, que no me merezco más.-replicó, poniéndose el mandil.

          -Te mereces el mundo, Ansi. ¿Te puedo llamar Ansi?

          -Tómalo como una licencia que solamente tú tienes.-y me devolvió el tirón de oreja.

     Entonces me pareció injusto saber su gran secreto y que él no supiese el mío. Me debatí conmigo misma lo de si contarle la historia de mi hermano o no y el resultado no me daba buenas vibraciones. 

          -Oye, Ansi, voy a contarte un secreto. Pero no quiero que se lo digas a nadie. Y esto, ni Max lo sabe, cosa que me da pena pero que no puede ser de otro modo. Tómalo como una licencia también.

           -Tranquila. Yo no soy tan ruin como para contar los secretos de mi única amiga. Te escucho.

     Y entonces le conté la historia de mi hermano con pelos y señales y se quedó tan atónito como yo me quedé en su día. Y cuando le dije la joya final, lo de que consiguió hacerse pasar por Damián como un campeón, abrió los ojos como dos platos. Le conté mi aventura y que, finalmente, solo podía hablar con él a veces, cosa que me da pena.

          -Menudo héroe. ¿Cómo se llama?-preguntó.

          -Ni se te ocurra decírselo, que me cae una bronca.-Interrumpí yo.

          -Tranquila. Lo seguiré tratando de Damián.

          -Se llama Ángel. 

          -¿Y de apellido?

          -Moreda de Gutiérrez y Latorre.-Cuando oyó los apellidos que compartía con mi hermano, se puso blanco.

          -Pues Marina, tengo que decirte una cosa.-se puso blanco como la leche- Le debo la vida a tu hermano. Lo conocí en el 1937, en Guadalajara. A mí me habían cogido y me torturaron con el submarino y el soplete hasta que se aburrieron, y cuando me quitaron mi hombría, me dejaron desangrándome. Y entonces me quedé semiinconsciente, solo percibí que alguien me cogía a su espalda, me montaba en un caballo y me llevaba a algún sitio. Iba con los sublevados. Me desperté con la entrepierna vendada y me dijo: "Tranquilo. Sólo cámbiate esas vendas a diario y saldrás de esta. Mañana volveré a verte". Y le pregunté quién era. Su respuesta fue: "Te sonará un tal Moreda que anda soltando rojos. Pues ese soy yo. Y no te alarmes, soy de los tuyos". La verdad es que si volvió, no pude agradecérselo, porque mis compañeros me encontraron y me llevaron con ellos. Todo acabó cuando me mandaron de nuevo aquí.Y la verdad es que ahora ya veo el parecido.

         -Pero tienes que guardarme el secreto.

        -Guardado está para compartir sólo tú y yo.-dijo él, con una sonrisa y claramente más contento.

        -Ansi, ¿cuántos años tienes?

        -Veintinueve para treinta. Para vestir esas figuritas de la iglesia me quedo. -dijo mientras hacia unas líneas incomprensibles para mí en el lienzo.

       -Pues nadie lo diría.

       -La cédula de identidad.-bromeó él, devolviéndome a mi posición de modelo.

     Me quedó una media hora de silencio mientras oía la punta de su lápiz arrastrándose por el lienzo. No podía ver a Ansi detrás de él, y algo me decía que estaba tan concentrado que estaba en un mundo paralelo en el que yo era algo para dibujar y el resto de cosas poco importaban. Entonces vi cómo estiraba los brazos tras el lienzo y se dirigía al maletín. Me miró con una sonrisa y me anunció que ya podía salir de allí. Me levanté a mirar las líneas y ya comenzaban a cobrar algún sentido. Comenzó a mezclar colores en la paleta, y me pintó la punta de la nariz de azul cielo.  Entonces, con el dedo, cogí pintura color marrón mierda y le devolví el gesto. Él simplemente se rió y no me pintó otra vez, como yo esperaba. Y entonces aproveché y le pinté las mejillas de rojo. Se volvió a reír y me fijé en que ya había empezado a pintar el cuadro de una forma sin demasiado sentido. Siguiendo escasamente las líneas. Aquello escapaba a mi entendimiento.

       -¿Por qué pintas así de mal?-pregunté yo, preocupada. Él, al oírlo, soltó una sonrisa enigmática.

       -Porque no te lo mereces. Me pintas la cara de mala manera y pretendes que me esfuerce en hacerte un cuadro bien. No tendrás esa suerte.

         -Pues me voy.-dije, sin tomármelo demasiado en serio, pero alejándome. A él le cambió la cara enseguida

         -Mujer, que era broma. Es la primera capa de pintura. Nunca es de gran calidad artística.-Yo me giré y lo miré riéndome. Enseguida se dio cuenta de que no iba en serio.-Mira que eres... Anda, ven aquí. ¿Quieres aprender un poco?

          -Anda, ¿me enseñas?-me sorprendí yo.

          -Claro.-me pasó el pincel- Sigue más o menos las líneas con los colores que te vaya diciendo.

     Entonces comencé a pintar un lienzo por primera vez en mi vida. La sensación era de auténtica incertidumbre. Iba a una velocidad que hasta un cirujano operando un corazón humano iría más rápido. Él miraba expectante con una sonrisa de simpatía. Me cogió la mano con el pincel para enseñarme su manejo, la velocidad, y cosas que seguramente tienen su nombre en el mundo de la pintura pero que, por ignorancia, nunca he oído. 

       -Dale así, sin miedo, que parece que estés pintando la cara del Santísimo Cristo. 

       Cuando terminamos de cubrir el lienzo con colores de un modo bastante incomprensible para mí, Cuco se estiró los brazos, miró el reloj y se quitó el mandil. Se fue a la cutre cocina del piso, que era de las viejas cocinas de hierro, que estaba llena de óxido y tenía la puerta del horno funcionando solamente con una bisagra. Cogió una tableta de chocolate de una alacena, se sentó a la mesa, y como solamente tenía una silla, me mandó sentarme en su regazo. Me iba a acabar acostumbrando a su pierna, a este paso. El chocolate estaba bueno para ser de una marca que no conocía.

      -Nunca había conocido a una chica tan agradable como tú.-dijo él, de repente, como si se tratase de un resumen de lo que me había visto.

       -Si soy un cardo.

       -Un cardo con la punta de la nariz azul.-aclaró él.

       -¿Por qué azul?-Pregunté yo.

       -Porque eres un cielo.

       -Deja de hacerme la pelota, que seguiré visitándote.

       -Ello me alegra.-dijo, mordiendo una onza de chocolate-¿Mañana vienes?

       -No creo que pueda, Ansi. Mañana me voy con Max a Madrid a buscar unas cosas. 

       -Entiendo.-Se le vio en la cara el chasco mientras comía chocolate, que casi parecía más amargo que dulce para él.

        -¿Has estado alguna vez en Madrid?

        -Qué va. Recuerda que soy pobre.

        -¿Quieres venir?-Pregunté, según se me ocurrió la locura.

     -No puedo. Don Gaspar me mata si mañana no le termino el cuadro de la catedral. Es muy aburrido.

         -¿Te dice qué debes pintar?-me extrañé yo.

     -Y me pone nota. Ya hace una temporada que no subo del siete.Yo antes sacaba siempre sobresalientes. 

           -Dile que te vas con una amiga un par de días a Madrid a gastos pagos. 

           -No va a ser posible. Aunque me encantaría.-un breve silencio se hizo- Y si pudiese viajar por todo el mundo, lo haría. 

        -Pues pasa de todo. Como buen rojo que eres, haz la revolución, no te quedes mirando cómo te oprime.

         -Le debo la vida a él y a tu hermano. Y en el fondo lo hace por mi bien.

         -Pues le preguntas, me llamas por teléfono y me dices. Sólo serán dos días.

         -No te hagas ilusiones.-dijo, levantándose y yendo a coger una chaqueta al colgador.-Que don Gaspar no pasa una.

     Trajo la chaqueta solamente para dejármela. Olía ligeramente a sudor y a viejo, pero me la puse porque, además de estar acostumbrada a las pestes, él lo hacía con su mejor intención. Salimos hacia la casa de Max, no sin antes lavarnos la cara de la pintura, y nos pusimos a hablar de viajes. Él me llevaba de gancho y algo me comenzaba a decir que yo le gustaba, cosa que no me daba buena espina. No por nada, sino porque no quería hacerlo sufrir. La conversación, al ir de viajes, se centró en los lugares que estuvo durante la guerra, que era casi un símil de lo que me había contado mi hermano. 

         -Yo estudié en París.-dije, mirando al infinito mientras andaba.

         -No me esperaba menos. ¿Sabes francés?

         -Oui, François.

         -¿Qué has dicho?-preguntó, extrañado.

         -Tu nombre en francés, François. A mí me llamaban Marine.

         -Dicho por ti suena muy elegante.

         -Yo no soy elegante, y hoy es una excepción. -el vicio comenzaba a llamarme a consumir humo, y no llevaba tabaco encima- Oye, Ansi, ¿no tendrás tabaco por ahí? Ya llevo como cinco horas sin fumar y me estoy poniendo como una fiera.

          -Tendrás que liarlo, que los que vienen hechos son muy caros. No sé qué tal se te da.

          -Los compro siempre hechos desde que no me los lía mi hermano. Probaré, de todos modos.

       -Quita, te lo lío yo porque si no harás un estropicio.-sacó de la chaqueta el sobre de la picadura, el papel, y el filtro. No le llevó nada liar el mío, y acto seguido, uno para él también. Sacó una caja de cerillas, encendió los dos, y mirando a la nada, continuó andando conmigo. Pero de repente, algo lo paró. Algo que sabía que le traería problemas.-Marina, corre.

         -¿Qué pasa?

         -Corre a lo que te den las piernas.-dijo él con un hilo de voz.-Ya nos han visto.

         -¿Pero quién?-Pregunté,más asustada que nunca.

         -La Policía. Están escondidos en la oscuridad, pero se ve la pistola reflejando la luz de la luna.

         -Ya los veo.-estaban en una penumbra, y de pronto, se echaron a andar. Uno era ya mayor, seguramente a punto de jubilarse, y el otro tendría ya sus cuarenta y muchos.

         -Finge naturalidad. Y no digas tu nombre de verdad.

     Seguimos andando como si no pasase nada. Ellos avanzaban del mismo modo, pero con las intenciones claras. 

        -Documentación.-Dijo el viejo decrépito.

        -Ay, señores agentes, aguarden un momento.-dijo él, con un tono pelotero y rebuscando en la chaqueta.- Ahora mismo se la doy.

     Ansi se puso a buscar en los bolsillos y sacó una cédula de identidad con toda confianza. Los agentes la miraron, pero el viejo arqueó la ceja. Algo no le pareció correcto en la cédula.

        -¿Es usted de Santillana del Mar?-preguntó el policía, extrañado.

        -Por supuesto. Allí viví con mi difunta madre, Dios la tenga en su misericordia, hasta hace unos meses, que me vine aquí a aprender el arte de la pintura.

        -Ya veo, ya. ¿Y la documentación de la señorita?

        -Ya me perdonará, señor agente, pero, como puede ver, la señorita no tiene chaqueta. Se la robaron unos pícaros ahí abajo y no hubo forma de recuperar su cara y preciosa chaqueta con su cartera y su pitillera. Y yo, como manda Dios y la Patria, me quité la chaqueta y se la dejé.-el agente asintió, creyéndose ni media palabra de lo que decía.

        -Señor Jaime, va a acompañarme usted a comisaría a responderme unas preguntas. Será algo breve. En cuanto a usted, señorita, la llevaremos con nosotros y le dejaremos llamar a donde viva usted, que no tiene culpa de cruzarse con este crápula. 

     Algo dentro de mí se rompió. Con el día tan feliz que había tenido y, por su culpa, iban a prender a Cuco. Él tenía la mirada rota mientras lo esposaban. A mí me tomaron como una cosa indefensa y me dejaron ir detrás de ellos por mi propio pie. Del frío que hacía por la helada, me envolví bien en la chaqueta y noté un bulto metálico en el bolsillo interior. Entonces caí enseguida. Recé para que tuviese balas dentro como nunca había rezado en mi vida. El policía más joven se giraba cada diez metros que andábamos para ver qué hacía, y al ver que no me oponía a ir con ellos, llegó un punto en el que ni siquiera miraba. Entonces, despacio, tensé el percutor haciendo cuadrar el chasquido con un paso de mi tacón para disimular. Sudor frío corría por mis sienes como si estuviese a punto de cometer el mayor error de mi vida, sintiendo que se habían dado cuenta de que tenía un arma en la chaqueta y que la tenía empuñada para sacarla y disparar a bocajarro. Antes de sacar la mano de debajo de la chaqueta, me aseguré otra vez de que ninguno de los dos miraba atrás. La saco, no la saco, pensé. Y entonces, un momento que apenas duró dos segundos, se me hizo tan eterno que lo sentí como diez minutos. Cuando me di cuenta, los dos policías estaban tendidos en el suelo con un agujero en la parte de atrás de la cabeza, de donde comenzó a salir un río de sangre. Ansi comenzó a llorar, y yo solamente pensaba en si alguien nos habría visto. Cogí las llaves de las esposas, lo liberé, y dejé todo como si hubiese sido un simple ladrón el que los mató. Ansi me dio un abrazo y estuvo dándome las gracias hasta que se le terminó el aliento. De camino a casa, comenzaron mis remordimientos hasta el punto de comenzar a sentir en la garganta lo que mi hermano llamaba "el ratoncito", esa cosa que aparece cuando alguien se aguanta las ganas de llorar. Todavía no daba crédito de que acababa de matar a dos personas y las había visto desangrarse. Ya en el portal, no supe qué hacer. Si llevar la situación con naturalidad y como si no hubiese pasado nada, o si ir a contárselo a mi hermano. Cuco me dio un abrazo como los de las películas, levantándome y todo, y no tardó en irse. Él estaba acostumbrado a ver esas cosas. Era capaz de continuar su vida a pesar de eso, cosa que yo, ni soñando con el anuncio del cocinero negro del chocolate exprés. Cuando dobló la esquina, me senté en la tercera escalera del portal, llorando y decidiendo qué hacer. Salí corriendo hacia la casa de Freire, descalza, con los zapatos en la mano, y llorando como nunca, y tajantemente nunca, lo había hecho. Llegué y aporreé con ansia el portal, llamando a Freire desesperada, a gritos desgarradores que cualquiera se hubiese creído que huía de un asesino. Entonces me abrió mi hermano, en calzoncillos y con una camisa abierta. Por lo despeinado que estaba se deducía que le había interrumpido el coito de pleno. Al verme, me cogió en brazos escaleras arriba preguntándome qué había pasado, y sin recibir más que llantos como respuestas. Me llevó a su cama, trajo un pañuelo y un camisón de Inés para que me lo pusiese, y me dijo que me tumbase en su cama. Cuando me cambié, se sentó a mi lado, me acarició el pelo y me pidió que se lo contase todo. Y así lo hice. Él,cuando vio la guinda final, me abrazó y me dijo que no pasaba nada, que si nadie me había visto, de quien menos iban a sospechar era de mí. Pero yo seguía llorando, hasta el punto de que Inés se levantó y comenzó a observarme desde la puerta y dictaminó que necesitaba una tila para relajarme. Pasó una hora, que a mí me cuajó como cinco minutos, y todavía seguía llorando y gritando. Entonces marcó el número de la casa de Max y le dijo que viniese a verme, que estaba fatal. Max no tardó ni diez minutos en aparecer en traje y zapatos de esos lustrosos que lleva siempre él. Echó a mi hermano de la habitación, tuve que contar de nuevo toda la historia, y él me consoló allí en la cama con todo su amor. Me dijo que había hecho lo que debía y que solamente fue la tensión del momento la que requería eso, y que cuidaría de que no me pasase nada. Tras unos cuantos besos con lengua, logró convertir llanto en sollozo como Cristo convirtió el agua en vino.

        -Tengo una sorpresa en casa para ti. Pero sólo si dejas de llorar.

        -¿Qué es?-pregunté yo con un hilito de voz quebrado por sollozos.

        -Si paras de llorar lo sabrás.

     Mi curiosidad dio un empujón a mi cobardía y dejé de llorar tras un gran esfuerzo. Cuando por fin lo logré, me cogió de la mano y me llevó a la casa tranquilamente, sin sobresaltos y sin decirme nada bajo ningún concepto. Cuando llegamos a la puerta del piso, metió las llaves, y abrió. Allí esperaba Encarna somnolienta mi llegada, y en cuanto me vio, se despabiló y apareció con dos copas de rioja en una bandeja. Yo me bebí mi copa de un trago y pensé que si eso era la sorpresa, era una mierda. Pero entonces, Encarna trajo una venda negra y me la puso en los ojos para que no viese nada.

        -Señorita, no sabe como la envidio, y se lo digo en serio.-me susurró Encarna al oído.

     La orientación se me perdió cuando Max me dio dos vueltas y me comenzó a llevar a algún sitio dentro de la casa. Entonces llegamos al destino, abrió la puerta, me introdujo dentro, y la cerró, sin ni siquiera encender la luz. Me quitó la venda despacio mientras yo sentía un cincuenta por ciento de impaciencia y un cincuenta por ciento de tristeza. Y cuando me desató la venda, vi el cuarto de baño como jamás se hubiese imaginado. Montones de velas aromáticas iluminaban la estancia, y la bañera, repleta de espuma y con una capa de pétalos anaranjados encima, humeaba por la calor del agua. Entonces Max se quitó la chaqueta del traje y comenzó a besarme mientras me bajaba un par de botones del camisón. Se despegó de mí y me quitó las horquillas del pelo con cuidado de no hacerme daño y siguieron los besos. Entonces entendí lo que iba a pasar aquella noche y decidí marcar el ritmo yo también. Le desabroché la camisa, despacio, tranquilamente, y pude ver al fin una miaja de su cuerpo. Él se desabotonó los puños, se quitó la camisa, y la tiró sin cuidado. Él parecía no querer quitarme el camisón, y entonces le quité el cinturón y, poco a poco, le bajé los pantalones. Sus calzoncillos eran de rayas azules. Él se quitó los zapatos y lanzó el pantalón sin importarle a dónde, junto a los calcetines. Entonces, me asió de la cadera y se paró.

       -¿Lo has hecho alguna vez?-preguntó, dulce como un caramelo.

       -No.

       -Dime antes si quieres hacerlo. No me perdonaría estar haciendo esto sin tu consentimiento.

       -Contigo siempre lo haría. Pero por favor, despacio.

       -¿Acaso hay otro modo de hacerlo?-preguntó él, con una sonrisa de miel.

     Entonces, poquito a poco, me quitó el camisón y me vio como Dios me trajo al mundo. Me recorrió todo el cuello a besos hasta llegar a las clavículas, me cogió la mano, se dio la vuelta y me puso la mano en el calzoncillo.

       -Venga, da el paso. Que aquí está lo que impresiona y lo que te puede echar atrás. Así que poquito a poco. Por eso te doy la espalda, para enseñarte mi culo plano de estudiante y que no te impresione tanto.

     Con miedo, le bajé los calzoncillos lentamente. Efectivamente, tenía el culo plano. Él se fue girando lentamente para no sorprenderme con su churro y que me fuese haciendo a verlo poco a poco. Y una vez fui capaz de verlo, más con curiosidad que con miedo, me cogió en brazos, me besó, y me metió en la bañera con agua hirviendo, que después del frío sentaba estupendamente.Y efectivamente, me tocó abajo. Las primeras veces siempre son así para el que no tiene experiencia, supuse. Y una vez en la bañera, Max se sacó un preservativo de sabe Dios dónde y se lo puso.

       -¿Eso no es ilegal?-pregunté yo.

       -Aquí sí, pero en muchos países del mundo, no. Tengo contactos en Madrid para estas cosas.




       -¿No te da mala sangre que Max haya conseguido hacerla parar de llorar y tú no?-Espetó Inés en la cama

        -Es normal. Yo no soy bueno para esas cosas.-dijo Ángel con la mente puesta en que no se había atrevido a darle el anillo.

        -También, en vaya lío se ha metido por andar por la noche.-recordó Inés.

        -Si meten entre rejas a alguien, va a ser a Cuco. Que por cierto, le voy a dar una visita.

        -No te pases con él, que no tiene a nadie. Es muy buen chaval, pero dicen las malas lenguas que desde que su novia lo dejó, le echó una maldición y le sale todo mal.

         -Más mal de lo que volvió de la guerra no creo. Lo castraron a sangre fría. Está condenado a la castidad eterna. Mi teniente Sebastián Fuengirola no se andaba con tonterías a la hora de torturar.

          -¿Lo conocías de antes?

          -Lo salvé de espichar, que es distinto.       








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