jueves, 28 de enero de 2016

IX: Cuernos

     El oficinista la ignoró como si fuese un jarrón en su mostrador. Un duelo de miradas tenía lugar en una oficina de correos obsoleta, en una calle mugrienta de Madrid. La niña imponía mucho más que aquel hombre que, teniendo más pintas de herrero que de cartero, no era capaz de mirarla más de cinco segundos. Entonces la niña asintió para sí, tirando la colilla del cigarro al suelo y proponiéndose negociar con él, porque lo que estaba claro era que la disposición del oficinista no estaba como para atenderla.

      -Oiga, señor, ¿no sabe que debe atender a sus clientes?

      -No sé que podría querer una niña harapienta como tú en una oficina de Correos. ¿Sabes leer tan siquiera?

     La niña no pudo evitar sonreír ante tamaña tontería. Sabía leer mucho mejor que ese herrero y más, se pensó.

      -Debería mirarse usted primero a un espejo. Usted debería estar forjando pasamanos y haciendo herraduras de caballo, no atendiendo una oficina de Correos. Además, si no sabe que un analfabeto no se atrevería a entrar aquí, es que su inteligencia no es precisamente un Goliat.

      -(...)

     -Cállese, antes de volver a meter la pata. Aunque le parezca todo lo contrario, vengo en son de paz y necesito su ayuda. -Sacando la misiva del bolsillo del delantal, se la puso en el mostrador dando un golpe no muy fuerte, pero que demostraba que no andaba como para que no la tomasen en serio-Tras un análisis exhaustivo de la carta, he comprobado que no se puede adivinar de dónde viene sin ningún conocimiento específico sobre la materia. Me gustaría saberlo.

  El hombre, sin interés alguno y con ganas de librarse de ella, miró el remitente y no se molestó mucho más.

      -Madrid. Cuartel de la calle Guzmán el Bueno. 

      -Eso también lo sé leer yo, le repito que no soy analfabeta. Me refiero a que mentir es muy fácil y puede estar enviada desde otra parte, cambiando el remitente. ¿O acaso me equivoco?

      -Qué aguda eres, hija del demonio. De ser así no hay forma de saberlo.

      -Tiene que haber una forma. De algún sitio tuvo que venir, ¿no? Y de ese sitio alguien la tuvo que recoger y traer hasta aquí y, por lo tanto, la reconocería. Así que no se me haga el fuguillas, que si le da la gana, sabe usted más que Séneca.

       -Ya veo que no es fácil engañarte.

       -Marina Moreda no se deja engañar nunca, acuérdese de eso. Así que dígame, buen hombre, ¿a quién debo acudir?

       -A nadie. Escucha bien, niña: El sello es una edición especial que sacaron este año, y que de momento sólo ha sido utilizado en Burgos, donde el artista tiene su taller. Pero no debes abrir el pico, porque las cosas están mal y uno no se puede ni quejar.

        -Ya veo por dónde va. -dijo la niña, recogiendo la carta- No se engañe, hágame caso. Que tenga un buen día.

        -Espero que encuentres a tu padre.

     La niña se giró y, mirándolo fijamente, contestó:

       -Hermano. A mi padre ya se lo están comiendo los gusanos.

     Sin dar más explicaciones, la niña salió de la oficina sin dar ni siquiera un mísero adiós. Sacaría dinero de debajo de las piedras para poder hacer ese viaje, sin saber ni siquiera el porvenir. Se acordó de su hermano y de lo bien que se lo pasaba con él, y supo enseguida que la vida de su hermano no se había terminado.

     Un auténtico espectáculo que ni el mismísimo Alighieri hubiese podido imaginar. Ver un cadáver con la frente atravesada por un perdigón no era cosa apta para cualquier mente. Yo, curado del mayor de los espantos, acudí al escenario del crimen con la conciencia ampliamente relajada, y con ganas de dilucidar algunas pistas que culparan al criminal. El cadáver reposaba con los ojos abiertos, sin expresión, entre los bidones de leche tirados. Los bueyes, dentro de su irracionalidad, se habían acostado ante la falta de órdenes de su amo e ignoraban la pérdida. Burillo no dejaba de llorar mientras la guardia civil lo presionaba para que confesase el crimen que nunca habría sido capaz de cometer. Me acerqué a cadáver, comprobando su postura y el agujero de la bala, intentando no dejar rastro de mí en él. Enseguida saqué conclusiones de aquello y me fijé en la incapacidad de la Guardia Civil para resolver esos casos.

       -¡Agentes! Dejen a ese pobre hombre y atiéndanme a mí un momento. El mozo tiene la frente atravesada, por lo que el disparo tuvo que ir claramente de frente; si el señor Burillo disparase, le sería más cómodo salir a la calle y, simplemente, disparar. De ese modo, la bala estaría en la sien, no en la frente. Tuvo que ser alguien al que la situación le cuadrara bien para ser de frente, y así, pudo ser cualquier transeúnte.

     Los agentes se miraron entre ellos sin saber bien qué hacer,si enfrentarse a la realidad o si negarla.

       -Además, yo diría que el mozo estaba de pie en el momento del disparo, y se ve perfectamente que el disparo es casi perfectamente perpendicular, por lo que el asesino estaba también elevado, casi a su misma altura. Definitivamente, si este hombre estaba repasando mostachos en su establecimiento, no fue él el que realizó el crimen. Yo diría que se encuentra más bien en esa casa de más adelante, de la que desconozco el dueño.

     Mi "padre" había aparecido también en la escena del crimen, alarmado por la afluencia de gente preguntando qué pasaba. Al verme allí, no dudó en echarse una mano a la frente. Dos agentes, mientras tanto, recogían el cadáver con un saco y otro dialogaba con Burillo para comunicarle su absolución y perdirle disculpas por el malentendido.

     La Guardia Civil avanzó hasta la casa del final de la calle, llamando tranquilamente a aquella puerta, que correspondía a una jovencita muy bien vestida y peinada, a la que se le podía oír una voz muy fina y que perfectamente podría pasar por una infanta. Yo me quedé pasivo ante esa situación, ya que sentía como si mi misión hubiese finalizado, y, abstrayéndome del mundo, me acordé de mi hermana pequeña. Tenía ganas de volver a verla, mas, por mi protección, era bien sabido que no debía hacerlo. Estando así, Burillo se me acercó, me cogió las manos con las lágrimas todavía en los ojos.

       -Oiga, don Damián, lo que ha hecho usted no hay forma de pagarlo. Le debo la vida, de verdad, no sé cómo pagárselo.

       -No se apure, y tranquilícese. No me debe nada, era lo mínimo que yo podía hacer. Y no cante victoria, que esta gente... Ya se sabe... Una vez pillan a uno en mala situación, no lo dejan hasta que lo consiguen. Son como un ave rapaz.

       -Ya lo sé, don Damián, ya lo sé... ¡Qué me va a contar a mí! Supongo que usted no se habrá enterado, pero mi hijo Manuel falleció asesinado por un altercado en la Plaza Mayor hace apenas un año.-dijo el pobre hombre viniéndose abajo. Me estaba sabiendo muy mal tenerlo engañado sobre mi identidad, pero debía olvidarme de problemas éticos y ponerme a pensar en vivir.

       -Dios lo tenga en su misericordia, que él bien se lo merece. No me llevaba demasiado con él ahora mismo, pero era un gran amigo.

       -Se pasaba usted de pequeño largas horas jugando con él a las peonzas ahí donde yace el cadáver. Parece mentira.- Increíblemente, mis dotes de improvisación funcionaron, aunque no debía fiarme. El más mínimo fallo me conduciría al calabozo.

       -Esto es todo una mentira. Nada es una verdad absoluta, no se crea las definiciones de las palabras. Uno debe meditarlas bien hasta conocer qué hay en ellas en su opinión, que es el bien individual de cada hombre, que dentro de su primitivismo práctico, apenas piensa en hacer el bien para todos. Como mucho se aprovechará.

      -¡Cómo se nota que es usted licenciado! ¡Dice palabras de auténtico filósofo!

      -Un filósofo de esos de andar por casa, de los chapuceros.

      -Oiga, se está acercando la hija de Puig, no sé si se quiere encontrar con ella.

      -Ya he sido suficientemente inmaduro con ella. Ahora pienso dejarle las cosas claras. Cuando quiera, vamos a tomar algo a alguna cafetería, ¿le parece?

      -Encantado. Y no se olvide de venir aquí siempre que lo necesite, no le cobraré.

      -Ya hablaremos sobre ello. Ahora... necesito plantarle cara a la princesa de Asturias.

    Burillo se metió en su local, despachando los pocos clientes que tenía y cerrando la barbería para recuperarse del susto. Resultaba ser que la joven que había abierto a los agentes era la hija de Puig, por lo que la casa pertenecía a Puig sin duda. No me extrañaría que fuese él el asesino y que además, quedase impune. Su hija parecía de las míticas chicas que parece que nunca rompen un plato, pero que, sin embargo, acaban con vajillas enteras a escondidas. Encendí un cigarro pacientemente, y esperé su sinuosa llegada. Antes de llegar a mí, pude comprobar cómo hacía paradas para distraer mi atención, cosa que era muy difícil de lograr en alguien tan precavido como yo. Pude observar, con ojos de ave rapaz, cómo medía cada uno de sus movimientos para llegar a mí y soltarme el cuento. Mientras ella se acercaba, yo iba preparando mentalmente una excusa para evitar hablar, aunque mi curiosidad era mayor y me indicaba que debía permanecer allí, esperando. Y eso que Inés me avisó de que la evitase.

      Todavía no había acabado de pensar eso, y un perfume de jazmín y la hija de Puig se habían colgado en mí. Aunque había que decir que poco podría envidiar de Melibea, yo no sería su Calisto. Y de serlo, me tiraría de la muralla a propósito.

      -¡Cuánto me alegro de verte, mi amor! Ay, qué mal lo he pasado sin ti.

     Yo, serenamente, di una calada al cigarro y continué escuchando su sermón.

       -No me has escrito nada desde que te fuiste, ¿acaso en Madrid no hay Correos?

       -Hay, en efecto.-Respondí yo sin más, a vueltas con el cigarro.

       -¿Y entonces por qué no me has escrito? ¿Acaso estabas demasiado ocupado con tus tertulias?

       -Un licenciado en Letras que se precie, debe tener sus buenos vicios.

       -Ya veo que has empezado a fumar. Padre dice que eso no es bueno para los pulmones, dice que complica las enfermedades respiratorias. Y ya veo también que ahora estás como una astilla, deberías comer algo más.

       -No sólo de pan vive el hombre.

       -¿Qué te pasa? Estás extraño, ni siquiera me das un abrazo.

       -Supongo que los cuernos que tengo, de lo arraigados que están, me han tocado el cerebro y me impiden obrar bien.

       -Sí, eso que te han hecho en el pelo no puede dejarte pensar, hay que decirlo.

       -El funcionario aquel sabía de todo menos de eso.

       -Mira que estás raro...

       -Mire, señorita: Cualquier cosa que hayamos podido tener en el pasado se queda en eso, en cosa y del pasado. No turbie el presente recordándome la cornamenta que debo soportar. Que tenga una buena tarde y vaya con Dios, uno tiene que dedicarse a sus quehaceres. - Me fui alejando mientras fumaba tranquilamente, y, tras doblar la esquina, miré hacia atrás. Ella se había quedado inmóvil en la calle, mirándome como si fuese Judas. Algo me decía que aquel demonio la iba a tomar próximamente conmigo, pero qué se le iba a hacer. Continué mi andada por la calle, cuando de repente vi una mujer vestida enteramente de negro apoyada en una esquina, tapada con un velo. Parecía sacada de una película del cinematógrafo del año 1910. Aunque me daba repelús, intenté ignorarla como si nada sucediese, mas pasando por delante de ella, me tendió el brazo para frenarme y murmuró levemente:

       -Buena actuación. ¿Cómo has sabido que doña Coral había puesto los cuernos a Damián?

       -¿Inés?

       -Shh... Baja la voz. Las paredes oyen.

       -¿Cómo es que has salido de casa y vestida así?

       -Sé que así nadie se acercará a mí. Seas quien seas, falso Damián, debo hablar contigo.

       -Me has pillado, supongo.

       -No te preocupes, no por ello te voy a juzgar ni a querer menos. Vayamos a casa, allí nadie estará oyéndonos.



   

No hay comentarios:

Publicar un comentario