domingo, 31 de enero de 2016

X: Descubierto

       -¿Desde cuándo sospechas de que no soy Damián?-Pregunté yo, pálido, dando una calada a un cigarro recién prendido, mientras subíamos las escaleras de servicio.

       -Si algo tenía él, era que era fiel al bando nacional como un perro lameculos. Y tu espalda no demuestra fidelidad al régimen precisamente.

     Entonces caí en que me había visto semidesnudo en el baño, y los rastros de la tortura que había sufrido en el 38 durante la guerra habían quedado visibles. Ahí estaba el porqué de todo. Abrimos la puerta, nos introdujimos en el interior del piso, e Inés se descubrió la cara.

       -Supongo que te debo más de una explicación.-Dije yo, metiéndome el cigarro en la boca y rascándome la cabeza, sin saber muy bien por dónde empezar y tomando asiento en la cocina con ella.- A ver, pregunta lo que quieras, como si siguieras confiando en mí.

        -En primer lugar, no sé quién eres, pero oye, me has tratado mejor que nadie, así que seguiré como siempre, confiaré en ti. No te voy a juzgar por ello, este país es lo que tiene: cada uno tiene que buscarse la vida como buenamente puede.

       -No sé qué hacer, me has pillado demasiado desprevenido.

       -Venga, tranquilo -me cogió de las manos- No diré nada, te lo prometo.

       -Pregunta lo que quieras, venga. No digo que las respuestas vayan a ser todas de buen gusto. -Suspiré, mientras daba más caladas a aquel cigarro. Ya me había descubierto la primera.

       -¿De dónde vienes?

       -Nací en Vallecas, en un pequeño apartamento mugriento del que después nos fuimos a la capital, donde me crié en una buhardilla. Mi padre trabajaba en una fábrica de piezas para locomotoras de tren, y era un gran defensor del Partido Comunista. Mi madre, sin embargo, es una noble de esas que viven para no mancharse las manos, y que vive de las apariencias. Con diez años, tuve una hermana pequeña, Marina, una niña extremadamente inteligente que, hoy por hoy, tiene ideologías feministas que seguramente, en un futuro, lleguen lejos. Con catorce años me encomendaron a un viejo periodista, hoy fallecido por ir en contra del régimen, para aprender el oficio. Mis primeras publicaciones fueron en el diario El País, pero no duré mucho allí dentro porque no a todo el mundo le hacía gracia que un niño de quince años ocupase un puesto de trabajo que otros merecían más. Pasé dos años sin encontrar trabajo en ningún periódico, y comencé a trabajar en el ABC con casi diecisiete años. Allí fui sembrando un montón de enemistades que me encarcelarían más adelante. Al año siguiente, llegó la famosa carta que todos los chavales de dieciocho años temen: Servicio Militar Obligatorio. Hasta lloré.

       -¿Tan terrible es eso?

       -Tanto y más. Y eso que mi madre movió bastantes hilos para que no fuese, pero una señora poco movía ya por aquel entonces. Me tocó en Vitoria y lo pasé fatal, lo único bueno que tiene es que te hacen resistente a lo que venga, pero para eso hay que sufrir. Volví  a Madrid tras acabar, y me volvieron a coger en el ABC, a mi propia sorpresa. Cuando estalló la guerra, tuve que ir con el bando nacional a prestar servicio. Eran bien conocidas mis "fechorías" allí, todo el mundo me conocía por ser un chaquetero. Me dedicaba a cubrir a los rojos, a liberarlos y a dejarlos huir. Eso fue lo que me llevó a la tortura en el 1938, cuando el teniente me cogió por las orejas, me ató de pies y manos en el cuartelillo reclamando una confesión que yo no le di. Cada pregunta que hacía y que yo no contestaba como él quería, un navajazo a lo largo de la espalda. Me acuerdo perfectamente de aquel dolor, y de que vi pasar mi vida por delante. Hasta que apareció una oportunidad divina: Dejó la navaja en una estantería a la que yo podía llegar con las manos.-Pude ver que, según iba contando mi biografía, su cara iba cambiando, y también la presión que ejercía sobre mi mano izquierda- Dolorido como un toro en el ruedo, corté las cuerdas y salí huyendo de allí a la velocidad que pude, desangrándome por la espalda. Unos campesinos muy amables me acogieron en su casa y llamaron a un médico para que me cosiera los cortes. El médico no se creía que siguiera vivo, con eso ya te lo digo todo. Tras recuperarme, volví a mi casa y continué mi trabajo en el diario ABC, hasta que uno de mis compañeros, habiendo descubierto mi pasado, conociendo mis ideales, y mis manías a la hora de redactar, me denunció. Fui condenado a muerte, pero se ve que las cárceles de Madrid estaban repletas y me trajeron hasta aquí, hasta Burgos. Mi compañero de celda, un borrachín de esquina, se murió de hepatitis y, cuando vinieron a recoger el cadáver a la celda, escondí al borrachín en el agujero que excavaba todas las noches con la pretensión de fugarse, y me introduje yo en el saco. Me llevaron, cómo no, al foso común, con la suerte de que no había guardias rematadores en aquel momento. Me dio tiempo a apartar tres cadáveres para taparme con ellos y evitar un tiro mortal. Así aguanté tres días, escuchando las conversaciones de la guardia civil (que no te imaginas lo estúpidas que son), remates constantes y cada vez más peso cadavérico encima de mí.

       -¿Y cómo llegaste a incorporarte tan bien aquí?

       -A ello iba. Alguien intentó fugarse de prisión, por lo que los guardias de la ronda y de la puerta salieron de sus puestos para guardar la oveja que quería escaparse. Entonces aproveché, sin dudarlo. Salí corriendo a todo lo que daban mis pies, ignorando mi peste, el dolor y el hambre. Sin tener a donde ir, entré a estos apartamentos y subí al primer piso, el de Freire, y dormí en su felpudo con intención de irme al alba para que no me viese. Aún así, tenía tantas ganas de dormir, que me despertó él mismo y me metió en su casa, acogiéndome como si fuese su hijo.

       -¿Qué harás cuando vuelva Damián? Ya me gustaría a mí ver eso-Bromeó Inés, riéndose.

       -Damián no va a volver, murió de cólera. Aunque esto debería ser Freire el que te lo contara.

       -Un notario que enseguida amaña papeles falsos acoge a un condenado a muerte en su casa. Parece de un libro.

       -Pero eso es todo cierto.

       -Oye... ¿Podrías reconocer caras de los muertos en la fosa?-Preguntó ella, preocupada con alguna aflicción.

       -Algunas sí, pero no todas. ¿Por qué?

       -Mi hermano lleva desaparecido mes y medio. Temo que pueda estar allí.

       -Si tuvieses algún retrato de él, quizá podría hacer algo.-Afirmé, dudando de mi memoria, y dejando la colilla en el cenicero.

       -En casa lo tengo. Pocas esperanzas me quedan ya de volver a verlo, y de ser así, ya podría acabar con la migaja que me queda.

       -No te aseguro poder reconocerlo, ya te lo digo ahora.

     De repente, Freire irrumpió en la casa, todavía sin saber que había acogido a Inés y que ella lo sabía todo. En cuanto entró en la cocina para comenzar a hacer algo para comer y vio a Inés puso una cara que lo decía todo, frunciendo el ceño y negando pausadamente.

        -Inés, ¿qué haces vestida así? ¿y en mi casa?

        -No me haga recordar eso, por favor.

        -Hoy por la mañana, vino a visitarme y me contó algo... que en fin, no es digno de contar. Puig la violó en una borrachera. Le dije que se quedase aquí a vivir, ya que la alcoba de su mujer estaba libre. -Fue oír lo de "su mujer", y me pegó tal codazo que casi me rompe un hueso.- Tranquilo, que también lo sabe. Es muy inteligente la chica, con solo verme las cicatrices de la espalda, esas que le conté a usted que me hicieron en el 38, ya supo que no era Damián.

        -Pero tranquilo, señor Freire, seré una tumba.-Aclaró Inés- Ya que me acoge en su casa, la vida le debo a usted y a este acoplado, y haré todo cuanto me diga encantada. Usted como si fuese una más de la casa.

        -Está bien, no te preocupes, puedes quedarte. Suficiente pena me dabas cuando veía a Puig a remazos contigo. Me lograré unos cuantos problemas con él, pero yo aquí tengo más enchufe con el Estado que él. Nada que no se pueda solucionar.

     Una olla que Inés había puesto olía que alimentaba por toda la casa. Era un rico guiso de pollo que me recordaba a los que hacía mi padre, el de verdad, Dios lo tenga en su gloria, y que desde su desaparición no había vuelto a probar. Freire, al ver que la comida estaba casi hecha, levantó la tapa de la olla e hizo un gesto de sorpresa.

       -¿Le gusta? De no ser así, prepararé otra cosa para usted, no habrá problema.-Propuso Inés, sonriendo.

       -Tiene muy buena pinta. Llevaba años preparando yo la comida, no me acordaba ya de lo que era llegar a casa y tenerla hecha.

       -De aquí en adelante, será así siempre, en agradecimiento por recogerme.

       -Recuérdame mañana que tenemos que amañar los papeles de la herencia de tus padres,que nunca venías, y ahora que te tengo en casa, será todo más fácil. ¿Sabes algo de tu hermano?

        -Nada. Quizás el acoplado lo pueda reconocer, porque estuvo en la fosa con cadáveres.

        -Inés, mi amor, ¿te importa dejar de llamarme acoplado?- Interrumpí yo, sarcásticamente, mirándola de reojo.

        -No sé cómo te llamas.

        -Ahora no te lo digo, por llamarme acoplado. Y usted, Freire, no se lo diga, que se busque las castañas ella misma.

     Los dos se miraron mutuamente y se rieron de mí. No era de extrañar, había reaccionado de un modo muy infantil para mi edad y debía corregir estos malos hábitos. Luego nos servimos aquel guiso, que estaba extremadamente bueno y que parecía un manjar, a diferencia de la comida que estaba acostumbrado a catar. Cuando Inés me recogió mi plato para fregarlo, me dio un beso en la cabeza y me sonrió desde el fregadero. No pude evitar levantarme y ayudarla a fregar los platos, pensando que no era justo que lo hiciese ella sola.

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